Archivos diarios: May 26, 2007

GERMÁN PUIG Y RICARDO VIGÓN

La primera vez que recuerdo haber fijado mi atención en el nombre de Ricardo Vigón, fue en un artículo de Roberto Fernández Retamar que comenzaba uno de sus párrafos iniciales así: “Como en otro aciago abril, cuando en 1960 recibí en París la noticia de la muerte de Ricardo Vigón, también en esa ciudad supe de la muerte de Titón”. Esto lo escribía Retamar en 1996, casi treinta y seis años después de sucedido el trágico episodio que origina su evocación. En aquel instante aquel nombre me desconcertó: ¿qué tan importante podía haber sido ese hombre que Retamar mencionaba en el inicio de su oración fúnebre por Alea?.

Tardé un poco en recordar que el nombre de Ricardo Vigón ya lo conocía de mucho antes: aparece en el prólogo de “Un oficio del siglo XX”. Allí, Guillermo Cabrera Infante asegura que “Todo lo que sé de cine (…) se lo debo a tres personas: Ricardo Vigón, Germán Puig y Néstor Almendros. Pongo a Vigón en primer lugar (…) porque es a él a quien debo más”.

A pesar de esas referencias ilustres, los nombres de Germán Puig y Ricardo Vigón no han significado nada para una generación como la mía, que nació después del triunfo revolucionario. Los dos han sido borrados del mapa cultural de la nación, a pesar de que sus nombres, desde 1948 hasta 1959 vivieron asociados a lo más destacado de la promoción cinematográfica en el país. Ha sido necesario que el investigador francés Emmanuel Vincenot haya escrito su formidable “Historia del cine cubano” (lamentablemente todavía inédita), para que por fin estos dos apasionados del cine ocupen el lugar que les corresponde. Aunque, y es lo que quiero resaltar en este brevísimo artículo, todavía no basta.

Germán Puig y Ricardo Vigón eran aún muy jóvenes cuando crearon en 1948 el Cine Club de la Habana, un cine club al cual muy pronto se integrarían Tomás Gutiérrez Alea, Guillermo Cabrera Infante y Néstor Almendros, entre otros. Gracias a las gestiones de Puig en Francia (donde había ido a estudiar) el cine club obtiene el respaldo de Henry Langlois (entonces director de la “Cinemateca Francesa”), y consigue ofrecer varias proyecciones con títulos prestados por esa institución. Es, por tanto, a la iniciativa de Puig que hoy existe en Cuba una “Cinemateca”, y no una “Filmoteca”, como seguramente hubiese propuesto alguien no tan cercano a Francia en esos instantes.

De las cartas que Puig conserva de ese período sobresale aquella que le envía Titón el 16 de octubre de 1951, donde escribe:

“Te diré que ya estamos inscritos con unos estatutos provisionales y con el nombre de CINEMATECA CUBANA, pero que aparecemos ante el público como Cine Club de La Habana, hasta que tú digas que podemos hablar de nuestras intenciones de crear una cinemateca”.

El vínculo y rápida ruptura de la Cinemateca con la Sociedad Cultural “Nuestro Tiempo” (1951) por motivos ideológicos (y no económicos, como afirman algunos historiadores), va a ser determinante en la suerte que Germán Puig y Ricardo Vigón correrán en 1959, cuando se crea el ICAIC, y son radicalmente excluidos del proyecto, no obstante el interés de ambos por integrarse.

En el momento en que triunfa la Revolución Germán Puig se encontraba en Francia, y Ricardo Vigón en México. Este último regresa a Cuba ilusionado con la idea de reanimar la Cinemateca. Por su parte Puig propone la creación de un Centro Audiovisual que contará con el respaldo académico de Francia. Sin embargo, ninguno de esos planes se cumple.

Leer las cartas que Vigón le escribe a Puig en ese período clave (año 1959) resulta sumamente dramático. Se trata de un par de jóvenes que ven ante sí la posibilidad de concretar un sueño que han estado persiguiendo a lo largo de la década, y que sin embargo, ahora son marginados de manera radical. Cito apenas dos fragmentos de esas cartas que le escribe Vigón a Puig, para obtener una idea de lo que entonces ambos vivieron:

“Debes regresar en estos momentos aunque después te vuelvas a ir, tú sabes que ahora no te será difícil hacerlo si ves que no te conviene quedarte. Yo trato de resucitar la Cinemateca, por supuesto que cuento contigo y así lo he hecho constar en el Memorando que presenté al Instituto del Cine y que presentaré también en el Bellas Artes. Me parece muy interesante lo del centro audiovisual. Guevara es Director del Instituto y Titón tiene el segundo cargo en importancia, Guillermo más o menos como Titón. Los dos primeros, por supuesto, no te aceptan y Guillermito tengo la impresión que sí. Trabajaré en “Revolución” escribiendo tres veces por semana. De todos modos daré la batalla. Hay dinero para hacer cine. Estoy seguro que aquí tú y sobre todo si te apareces con lo del centro audiovisual triunfarás a pesar de ellos. Ayer vi un documental de Titón con guión de J. G. Espinosa, malísimo, hecho a base de clichés mal ensamblados. Algo absurdo. Lucha por venir, Germán, no te dejes acomplejar (22 de junio de 1959).”

“Hay quien me aconsejó que no ligara mi nombre al tuyo, pues me perjudicaría con los demás, yo creo que es cierto, pero no tengo interés en estar bien con cierta gente. Guevara no me tiene voluntad (automáticamente), y trata de dejarme fuera. Hasta ahora lo logra. (…) me repugna un poco la perspectiva de luchar con esta gente. Pero en Cuba habrá industria de cine y me niego a pensar que se me excluya. Si me voy, ellos se quedarán dueños del terreno, coño, esto me da rabia. (…) la persona que más cálidamente me ayuda es Lezama Lima, es verdaderamente alguien excepcional (6 de julio de 1959)”.

Ricardo Vigón murió, sorpresivamente, a finales del año siguiente. Sus sueños no se cumplieron, como tampoco pudo filmar ese documental sobre la ciénaga de Zapata que le anunciara en una de las cartas a Germán Puig, y que contaría con guión de Fernández Retamar, Fayard Jamís y Pedro de Oraá. En la edición 90 del suplemento “Lunes de Revolución” (9 de enero de 1961) figura un homenaje póstumo a su figura, coincidiendo con otro a Escardó. Pero su nombre, al igual que el de Germán Puig, sería borrado del relato nacional de la cultura, como si todo aquello que ambos hicieran desde 1948 en defensa de la apreciación cinematográfica en el país, no contara. Para las generaciones nacidas después de 1959, esos nombres no significan nada. Ni siquiera son “rehenes de la sombra”. Sencillamente no existen.

Aunque cuestionable, la negación del cine que se hacía en Cuba con anterioridad al triunfo revolucionario, tenía el respaldo de una sensibilidad de época que rebasaba los límites físicos de la isla. En esa época, todo el “cine moderno” se empeñaba en suprimir la herencia del “cine clásico”. Pero una cosa es eso, y otra acreditarse los méritos ajenos, y borrar del mapa de la historia a quienes originalmente concibieron el proyecto.

En este sentido, cuando en febrero de 1960 se crea la Cinemateca de Cuba como departamento cultural del ICAIC (al frente del cual colocaron a Héctor García Mesa), se cometería una de las injusticias más notorias que se ha podido conocer en toda la historia del cine cubano, y que aún no ha sido reparada: no con la creación de esta segunda Cinemateca, que es un hecho cultural valioso, sino con la supresión de sus antecedentes, la aniquilación de un esfuerzo primigenio que ya había ofrecido resultados concretos, en aras de consolidar la idea de que el nuevo cine cubano partía de cero.

En este sentido, resulta realmente alucinante que haya sido un investigador francés (Vincenot) el único que hasta ahora ha sido capaz de enmendarle la plana a tanta historiografía cubana (firmada por García Mesa, José Antonio González, Mario Rodríguez Alemán, entre otros) que han contribuido a borrar los verdaderos orígenes de esa institución.

Lo ideal sería que, tomando en cuenta esta etapa en la cual publicaciones como “La Gaceta de Cuba”, la revista “Temas”, o “Criterios”, se asoman críticamente a un pasado cultural que aún no conocemos del todo, se organice un conversatorio (con Germán Puig presente) que nos permita acceder a esa parte de nuestra memoria histórica, con el fin de restituir lo que de valedero han tenido las acciones de ellos. Y cumplir con el imperativo martiano de honrar a quien se lo merece. Digo más: lo ideal es que sea la propia Cinemateca de Cuba la que se encargue de hacer la arqueología de sus orígenes, con el propósito de fijar con precisión de dónde ha llegado todo.

Juan Antonio García Borrero

PD: Para aquellos interesados en consultar las fuentes originales que menciono, aquí tienen las referencias:

VINCENOT Emmanuel, « Germán Puig, Ricardo Vigón et Henri Langlois, pionniers de la Cinemateca de Cuba » dans : Caravelle, n° 83, Toulouse, 2004, p. 11-42.

VINCENOT Emmanuel, Histoire du cinéma à Cuba, des origines à l’avènement de la Révolution. Thèse de doctorat d’espagnol à l’université de Bourgogne, sous la direction de M. Emmanuel Larraz (thèse soutenue le 26 novembre 2005)