Archivo de la categoría: TOMÁS GUTIÉRREZ ALEA
Tomás Gutiérrez Alea: desde el sopor de la finitud

Hoy festejamos un nuevo aniversario del nacimiento de Tomás Gutiérrez Alea. Me gusta pensarlo en presente. Ya he dicho que para mí Titón es ese interlocutor ideal que te permite intercambiar ideas, sin miedo a recibir una descalificación por pensar diferente.
A mí cada vez me interesa menos interactuar con personas que no sientan interés en el intercambio desprejuiciado. Sé que el mundo se mueve, lamentablemente, a partir de los prejuicios y las definiciones a priori, pero uno puede apartarse de esas posturas inauténticas, y plantearse la búsqueda de nuestra verdad individual, que no tiene que ver con la artificial verdad colectiva.
Titón sigue siendo uno de mis grandes interlocutores, como los son también Julio García-Espinosa, o Desiderio Navarro, entre otros. Para coincidir y discrepar, o lo que es lo mismo, para sentir que uno sigue vivo.
Entonces, comparto con los amigos del muro, un fragmento de la biografía todavía inédita “Ciudadano Alea”, acaso como otra manera de recordarnos que sigue aquí, entre nosotros, provocándonos como el primer día.
Desde el sopor de la finitud (Fragmento de la biografía inédita Ciudadano Alea)
Entre el 19 y el 27 de octubre de 1991, estando en España, Tomás Gutiérrez Alea escribe una de sus cartas más dolorosas. Se la dirige a Saulius Liutkus, el hijo de su compañera Mirtha Ibarra, y por quien siente un gran afecto. “Ahora que siento cada vez más que puedo tener la muerte al doblar de la esquina”, le anota, “no quiero irme sin decirte estas cosas”[1]
La carta ostenta casi todo el tiempo un tono íntimo de intenso dramatismo, pero es también una valiente reflexión sobre lo que ha sido esa vida entregada a la más desenfrenada utopía. “La Revolución fue una necesidad histórica porque en aquellos momentos el país estaba en unas condiciones que se hacían insoportables para la inmensa mayoría. El mal venía desde muy atrás”[2], comenta al principio de la misiva, y más adelante desliza lo que a esas alturas es ya una convicción para él:
“Pero, entonces, tú todavía no habías nacido. Tú naces unos años después, cuando, de tanto sentirse poderosos e invencibles, los mismos que hicieron posible aquel milagro empiezan a creer que pueden saltar por encima de las leyes del desarrollo histórico y que pueden alcanzar un Estado ideal con sólo proponérselo. Y empezaron los fracasos en la misma economía. La famosa zafra de los 10 millones fracasó el mismo año en que tú naciste”[3]
En la carta, sin embargo, se abandona por completo el tono lastimero, para encarar lo que pudiéramos llamar una filosofía de vida. Detrás de la crítica al optimismo de cosmético en cualquiera de sus variantes, es posible descubrir al intelectual agónico empeñado en humanizar todos sus actos. Dice Titón:
“En medio de tanta injusticia, de tantos sinsabores, de tanto sufrimiento, de tanta tristeza, siempre llega un momento en que uno se pregunta qué sentido tiene la vida. Y no alcanza uno otra respuesta mejor que ésta: el sentido de la vida es vivirla. Y uno tiene que vivirla en el tiempo que le toca vivirla y contar con las circunstancias en que uno vive. Puede llegar a ser una cosa muy bella pero también puede convertirse en un infierno. Y uno tiene una gran responsabilidad en esto. Es uno mismo quien puede hacer de su vida una gran cosa aun en medio de las peores circunstancias”[4]
Tal vez Titón presienta que le quedan pocos años. Y esta carta es una suerte de ajuste de cuentas consigo mismo. Con sus sueños incumplidos, con sus excesos utópicos. No teme evaluar de positivo el dolor que ha podido provocar en él la soledad. “Hay momentos difíciles en que uno se queda solo”, dice, “Esos momentos son inevitables. Y lo que es más importante: son necesarios. Hay que aprender a quedarse solo con uno mismo”.[5] Pero tampoco evade el análisis autocrítico, ese que lo lleva a tomar distancia del Gutiérrez Alea que sucesivamente fue, y que le permite suscribir la siguiente reflexión:
“Cuando miro hacia atrás y me saltan a la vista errores que he cometido, o malas acciones que he ejecutado, cuando he sido cruel con alguien, cuando no he afrontado la verdad por debilidad o cobardía, cuando me he equivocado al juzgar a alguien, quisiera volver sobre mis pasos para rectificar. Pero ya sabemos que eso no es posible. Nuestras acciones las llevamos dentro y no podemos borrarlas. Aunque nadie más las conozca, nosotros sí las conocemos.
Sabemos que están ahí y que no podemos sacárnoslas de adentro. Pero, como todas las cosas, ese malestar tiene su lado positivo porque nos ayuda a fortalecer nuestro espíritu, de manera que en situaciones semejantes sabemos que vamos a actuar de forma diferente, con entereza, con honestidad y valentía, lo cual nos hará sentirnos cada vez mejor con nosotros mismos”[6]
Unos pocos meses después, exactamente el 14 de febrero de 1992 todo pareció adquirir una nueva tonalidad para Tomás Gutiérrez Alea. Como si sus viejas obsesiones relacionadas con la finitud del ser cobraran una imprevista actualidad. Ese día le escribe desde La Habana a Mirtha Ibarra, quien se encuentra en Venezuela filmando Golpes a mi puerta (1993), de Alejandro Saderman:
“Mirtha, mi amor,
Te necesito más que nunca. Ayer y hoy fui al hospital. Me hice todos los análisis, electro, etc. Y una placa del tórax. El dolor se mantiene. No quiero pintarte un cuadro sombrío pero las cosas son como son.
Pensé que estaba más preparado para enfrentar estos momentos pero no me vendría mal un cierto apoyo”[7]
La propia Mirtha Ibarra nos ha comentado que “a partir del descubrimiento de su enfermedad, Titón comenzó a ver la vida de forma diferente y esa experiencia supo trasmitírmela”.[8] Desde luego, nadie podría describir con exactitud en qué consistió ese cambio de percepción: es cierto que mostró una gran serenidad a la hora de enfrentar aquel diagnóstico de cáncer, pero no por ello su mundo interior dejó de ser menos exaltado, como ponen en evidencia las que serían sus filmes-testamentos: Fresa y chocolate y Guantanamera.
Titón hizo a un lado todo conato de resentimiento con la vida que amenazaba con esfumarse, y se empeñó en amarla aún más, no obstante el lúgubre pronóstico. Pero, ¿cómo amar con tanta vehemencia a aquello que, a primera vista, nos agrede?, ¿aquello que nos causa frustraciones, y sobre todo, dolores intensos? ¿Acaso no estaba sufriendo ya físicamente Titón?, ¿no entraba en contradicción ese amor con aquella idea que le expresara a su hermana en 1964, cuando a la madre le diagnosticaron un tumor maligno? “Lo que yo no me resignaría nunca”, escribió entonces, “es a que una persona tenga que terminar sus días en medio de dolores y sufrimientos. Eso no tiene sentido y hay que hacer todo lo que esté en las manos de uno para evitarlo”.[9]
Entonces Titón era todavía demasiado joven (apenas 36 años), y se respiraba en el país esa aureola romántica de heroísmo colectivo, con la imagen de los lozanos barbudos prometiendo cambiar el mundo. La idea de morir joven parecía razonablemente patriótica. Fue por esa fecha que le describió con vehemencia en una carta a su amigo Carlos Saura lo que significaba para él vivir en ese momento en Cuba: “La tensión con que se vive, la claridad, la mezcla de optimismo y presencia de muerte que nos envuelve, todo es revelador, excepcional, y no lo cambio ya por ninguna experiencia”.[10]
Esa “presencia de muerte” a la que alude en la misiva, todavía no tenía para Titón la tonalidad trágica que se adquiere con los años. Es cierto que desde muy temprano había comenzado a configurarse en él, no el temor a la muerte, sino tal vez esa angustia sorda de percibirla como algo que puede dejar trunco los proyectos. Según llegaría a confesar,
“En Italia me hubiera encantado hacer, mientras estudiaba, un filme basado en un cuadro de Brueghel: El triunfo de la muerte. Me entusiasmaban las ideas y la ironía en torno al tema de la muerte y la posibilidad de estructurar, cinematográficamente, la riqueza del cuadro. El proyecto me fascinaba, no sé si por una necesidad de conjurar el temor que todos tenemos a la muerte o por tratar de encontrar un sentido al absurdo que ella es. Pero el hecho es que me dediqué con total pasión a trabajar en esa idea. Hasta el tratamiento del sonido había pensado, pero no logré convencer a ningún productor, a pesar de que hubiera sido un filme barato. Ese fue mi primer proyecto fallido”[11]
Aquello sucedió en 1952, durante su estancia en el país europeo. Diez años después le escribe a una amiga desde la Cuba crispada por la Revolución: “Por otra parte, tengo muy claro lo que se llama “presencia de muerte”, una sensación de provisionalidad, de estar aquí por un tiempo ya muy corto y de no estar preparado para irme, de no haber completado mi vida ¿ves? Me siento ya viejo y sin saber quién soy todavía. Todo eso parece un drama sueco”.[12] Y cuando en esa década muere Michelle Firk, otra joven conocida francesa, anota en una de sus cartas: “La muerte de Michelle es uno de esos golpes que nos obligan a mirar la realidad más de frente, más de cerca. Algo que de pronto, restituye el sentido a muchas cosas que fatalmente (no sé si esto es bueno o malo) vamos dejando de sentir en carne propia, y vamos olvidando”.[13]
Pero el Titón que escribió lo anterior no había cumplido aún los cuarenta años. Es cierto que la Muerte, como incógnita, no entiende de edades. Que se puede morir lo mismo a los veinte que a los ochenta, y el misterio seguirá en pie. Sin embargo, es con la experiencia vital que el individuo comprende mucho mejor que no es la improbable solución del enigma lo que ha de desvelarlo mientras existe, sino en todo caso la renuncia radical a una vida “inauténtica” (en el sentido que expone Heiddeger), lo cual le permitiría tener siempre a la vista la implacable finitud, y actuar a la altura de esa certeza agónica.
[1] Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos (Selección epistolar de Mirtha Ibarra). Ediciones y Publicaciones Autor, Madrid, Año 2007, p 318.
[2] Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos, p 314
[3] Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos, p 315
[4] Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos, p 316
[5] Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos, p 317
[6] Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos, p 317.
[7] Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos, 321.
[8] Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos, 384.
[9] T.G.A. Volver sobre mis pasos, p 144.
[10] T.G.A. Volver sobre mis pasos, p 109.
[11] Silvia Oroz. Tomás Gutiérrez Alea: los filmes que no filmé. Ediciones UNION, 1989, La Habana, pp 27-28.
[12] T.G.A. Volver sobre mis pasos, p 142.
[13] T.G.A. Volver sobre mis pasos, p 177.
Tomás Gutiérrez Alea, la última fiesta
Hoy se cumple un nuevo aniversario del fallecimiento de Tomás Gutiérrez Alea (https://endac.org/encyclopedia/gutierrez-alea-tomas/ ), y la revista Cine Cubano ha tenido la gentileza de publicar este capítulo de la biografía intelectual, todavía inédita, de este cineasta. Aquí les comparto el primer párrafo, y el link para seguir leyendo.
LA ÚLTIMA FIESTA
“En el conmovedor relato sobre los últimos meses de vida de Tomás Gutiérrez Alea (Titón), su compañera y actriz Mirtha Ibarra nos cuenta que el 11 de diciembre de 1995 le preguntó al cineasta si quería que, como era habitual, festejara su cumpleaños.
Aquella celebración se había convertido en una costumbre, pues como coincidía con las actividades del Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, aprovechaban para reunirse en su casa conocidos cubanos y extranjeros. «Me respondió que le alegraría muchísimo poder despedirse de todos sus amigos», anota Mirtha, y añade, «(…) estaba consciente de que iba a ser el último. Y fue una fiesta muy concurrida y él estaba feliz, a pesar de todo su dolor»[1].
Aquello fue también un gran acto de entereza humana. Es raro que un individuo que se sabe mortalmente enfermo tenga el coraje de despedirse de la vida, y de sus amistades, con una fiesta. En sentido general, la depresión empuja a buscar refugio en lo privado, tomando radical distancia de ese segmento de mundo que de repente reluce invasivo, teatral y vano. Tomás Gutiérrez Alea optó por sobreponerse a ese instinto más bien común de evasión, y demostrando ser genio y figura hasta la sepultura, reiteró en público que la vida hay que amarla hasta el último suspiro·.
PARA SEGUIR LEYENDO: http://www.revistacinecubano.icaic.cu/titon-la-ultima-fiesta/
Ciudadano Alea

El que anda de cumpleaños hoy es Tomás Gutiérrez Alea. Como he dicho varias veces, hay personas que uno no vuelve a ver físicamente (en el caso de Titón, desde el 16 de abril de 1996 no nos acompaña), pero que llegan al mundo en algún momento (como él el 11 de diciembre de 1928), y dejan su señal de modo permanente.
Yo me he sentido deslumbrado con la obra cinematográfica de Gutiérrez Alea, sobre todo con Memorias del subdesarrollo (1968), La última cena (1976), Los sobrevivientes (1978), y Fresa y chocolate (1993, realizado junto a Juan Carlos Tabío), pero me ha fascinado todavía más el intelectual que no quiso darle tregua a los enemigos exteriores de la revolución, pero tampoco a los dogmáticos del patio, a los burócratas, a los sectarios, a los que descalifican a todo aquel que no encaje con la visión estrecha que ya tienen de esa realidad que han construido en su mente.
Por eso he insistido tanto en afirmar que, más que un cineasta a secas, Titón fue un ciudadano que entre otras cosas hizo películas y apeló a su capacidad intelectual para mejorarse a sí mismo como persona, que es tal vez la forma más eficaz de contribuir a que la sociedad mejore.
A diferencia de aquellos que se sitúan “fuera del juego” o contra el orden establecido, Titón ensaya un discurso crítico que cree en el mejoramiento del sistema, si bien está consciente de que esa función enjuiciadora debería ser asumida por otras voces públicas. “El periodismo, por ejemplo”, comenta, “no cumple su misión de crítica de la sociedad. La gente, sin embargo, habla en los pasillos, en los cafés, en la calle, en la acera, en las colas; pero esos problemas no se exponen públicamente y esa es una gran frustración, y uno se siente con la necesidad de hablar”.
Para Gutiérrez Alea, precisamente el déficit de circulación del pensamiento crítico en la esfera pública cubana, lejos de ayudar a la construcción del proyecto social, ha propiciado la acumulación de los problemas, por lo que considera un deber (más que un derecho) ejercer esa crítica desde la pantalla cinematográfica. No en balde Paul A. Schroeder, en su agudo libro sobre el cineasta, detectaría como uno de los temas más recurrentes de su filmografía, precisamente la presencia enjuiciadora del intelectual frente a la sociedad revolucionaria.
Se sabe que el entusiasmo colectivo nacido de la concreción de una causa justa, suele dejar a un lado o satanizar todo aquello que se oponga o sea diferente a lo que se aspira a alcanzar. En períodos así, se olvida que la existencia humana es paradójica, por lo que la más bella de las ideas carecería de sentido si no toma en cuenta al individuo concreto que nace y muere en tan corto tiempo. Es en este punto que percibo la nobleza de un cine como el de Gutiérrez Alea, que supo insertar en sus películas las grandes interrogantes que atañen al hombre más común, empezando por estas: ¿qué hacemos en esta vida a la cual hemos llegado sin nosotros pedirlo?, ¿cuál ha de ser el compromiso a asumir ante los demás?, ¿ha de subordinarse la autenticidad de nuestro “yo” a los imperativos colectivos?, ¿qué significa la muerte, acaso la confirmación del absurdo vital? Y es que tal vez como ningún otro director cubano, Alea sometería a una intensa fiscalización el sentido de la vida. Su formación marxista le aportó una visión del mundo donde la dialéctica le permitía vislumbrar un futuro superior, pero al mismo tiempo se ocupó de juzgar de manera crítica lo que pudiéramos nombrar, el lado menos fotogénico de las utopías.
Tanto “Inocencio Izquierdo” como “El alquimista” (dos proyectos lamentablemente jamás concretados), hubiesen podido revelar de una manera bien enfática hasta qué punto obsesionaba al realizador este tópico. En “Inocencio Izquierdo” (argumento elaborado con la colaboración de Guillermo Cabrera Infante en las postrimerías de los años cincuenta, aunque con el nombre de “Cándido”), el protagonista intenta romper el aislamiento de su pueblo, rodeado de ríos y montañas, creando un camino a través del cual se pudiera llegar a la civilización. Si bien al principio acomete ese desafío solo, más tarde tendrá que pedir ayuda a otros habitantes del poblado. Estos lo apoyan, pero el entusiasmo es efímero. Inocencio muere a mitad de su empeño, superado por las difíciles circunstancias. Los pobladores le erigen una estatua como modo de recordar el esfuerzo, pero lejos de proseguir con lo iniciado, todos retornan a sus casas.
“El alquimista” resulta aún más inquietante. Según el argumento, un brillante profesor de química concibe una fórmula que permite mejorar éticamente al ser humano, hasta convertirlo en ese modelo ideal de “hombre nuevo” por el que se ha luchado desde la revolución francesa a esta época. Después de poner a prueba la fórmula en diversos animales, el profesor experimenta la misma con un individuo y obtiene un éxito rotundo: este sujeto se convierte en un compendio impecable de virtudes, pero esa perfección moral provoca al mismo tiempo que entre en contradicción constante con la sociedad. Al ser incapaz de mentir o asumir posiciones hipócritas, conoce del radical rechazo de quienes le rodean, lo cual lo conduce al suicidio, impotente ante tanta soledad. El único que asiste a su sepelio es el profesor de química, quien, horrorizado con el saldo de su experimento, decide destruir la fórmula.
Lo que une a estos dos proyectos no filmados, es el interés por revelar críticamente el reverso que toda buena intención posee. Por otro lado, al menos cuatro de las películas de Titón se interesaron en mostrar el dorso de las ensoñaciones humanistas, apelando al punto de vista de un “letrado” convertido en sujeto dramático dentro de la trama narrada. Esos intelectuales, a su vez, aún pueden ser vistos como un espejo de las tensiones que en cada momento histórico sacudieron a la sociedad. De allí que el Sergio de Memorias del subdesarrollo revele preocupaciones diferentes al Oscar de Hasta cierto punto, como distintas son las inquietudes del Diego de Fresa y chocolate y la ex profesora Gina de Guantanamera.
Cada uno de ellos expresó una visión desigual del orden establecido, porque distintos eran los períodos que estaban viviendo. No hablamos solo de las inquietudes de ese intelectual que, siguiendo de algún modo el diseño trazado por Ángel Rama en “La ciudad letrada”, se sintió en el deber de representar y validar los intereses colectivos en oposición al antiguo régimen, sino hablamos de esa otra dimensión del pensamiento en la que entran a jugar también su papel las propias angustias, filias y fobias del pensador, generadas por su relación con el contexto, sus contemporáneos, y en especial, con el poder.
Son estas las inquietudes que permiten detectar en el cine de Alea resonancias existencialistas, lo cual contrasta con una producción nacional cargada mayormente de afirmaciones colectivas, propias de una revolución que prometía dejar atrás un pasado de injusticias, para bien de los más desposeídos. En medio de esa euforia plural, y sin renunciar a ella, Alea se permite el beneficio de la duda, e inserta interrogantes cruciales en torno a la subordinación de la iniciativa individual a las necesidades mayoritarias, la responsabilidad a la hora de elegir un compromiso, así como la importancia de ese compromiso como meta personal y no vana formalidad pública.
En las cuatro películas mencionadas pueden apreciarse buena parte de estas desazones íntimas de Titón, pero quizás convenga iniciar el estudio de la presencia del “intelectual crítico” como sujeto dramático en su cine, planteando la interrogante más básica: ¿qué es un intelectual plenamente crítico?
Juan Antonio García Borrero
PD: En este link pueden acceder a la página de Gutiérrez Alea en la ENDAC, donde no solo se tendrá a mano la información sobre sus películas, sino también sobre libros y artículos de su autoría, así como información sobre libros y documentales que se han hecho sobre él. Copio la filmografía aquí, pero lo interesante es navegar utilizando los hipervínculos y las etiquetas. Y sobra decir que la página está en permanente construcción.
Filmografía de Tomás Gutiérrez Alea
1946: La Caperucita Roja, Cuba, cm;
1948: Movimiento por la paz (inconcluso)
1949: Primero de mayo (inconcluso)
1953: El sueño de Giovanni Bassain, Italia, cm;
1955: El Mégano, Cuba, doc, mm;
1957: La toma de La Habana por los ingleses, Cuba, doc, cm;
1959: Esta tierra nuestra, Cuba, doc, cm;
1960: Asamblea general, Cuba, doc, cm;
1960: Historias de la Revolución, Cuba;
1961: Muerte al invasor, Cuba, doc, cm;
1961: Las doce sillas, Cuba;
1965: La muerte de un burócrata, Cuba;
1967: Memorias del subdesarrollo, Cuba;
1970: Una pelea cubana contra los demonios, Cuba;
1974: El arte del tabaco, Cuba, doc, cm;
1976: La última cena, Cuba;
1978: Los sobrevivientes, Cuba;
1984: Hasta cierto punto, Cuba;
1988: Cartas del parque, Cuba;
1991: Contigo en la distancia, México
1993: Fresa y chocolate, Cuba-España-México;
1995: Guantanamera, Cuba-España.
Libros de su autoría
1963: Las 12 sillas. Guión cinematográfico (Co-autor junto a Ugo Ulive)
1982: Dialéctica del espectador. Ediciones UNION, La Habana, Cuba.
2007: Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos (2007)
2008: Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos (2008)
2009: Dialéctica del espectador. Ediciones EICTV
2017: Memorias del subdesarrollo. Guión de Edmundo Desnoes y Tomás Gutiérrez Alea
2018: Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos (2018)
Documentales sobre su obra
1991: El cine y la memoria, de Jorge Luis Sánchez
2008: Titón, de La Habana a Guantanamera (1928-1996), de Mirtha Ibarra
2012: Tomás Gutiérrez Alea. Memorias, de Miguel Torres
Libros sobre su obra
1987: Alea, una retrospectiva crítica (Compilación de Ambrosio Fornet)
1989: Tomás Gutiérrez Alea: los filmes que no filmé, de Silvia Oroz
1994: Tomás Gutiérrez Alea (1994), de José Antonio Évora
2002: Tomás Gutiérrez Alea. The Dialectics of a Filmmaker, de Paul A. Schroeder
2003: Tomás Gutiérrez-Alea y el cine cubano: una estética en/de la revolución, coordinado por Sandra Hernández
2010: Literatura y cine. Lecturas cruzadas sobre las Memorias del subdesarrollo, de Astrid Santana Fernández de Castro
2011: A cincuenta años de Historias de la Revolución, coordinado por Mario Naito
2016: El primer Titón, de Juan Antonio García Borrero
Alicia en el País de las coyunturas (Fragmento)
Comparto otro fragmento de la biografía intelectual de Titón. Este proyecto de libro, aunque terminado en una primera versión, lo aparqué hace un par de años. Ahora me voy asomando a lo escrito como si fuese un extraño, como alguien que descubre un manuscrito ajeno.
Y también me entra la sensación de un déjà vu que me hace creer que lo explicado por Carlos Aldana en su momento a Alfredo Guevara, en este caso para referirse al rodaje de El elefante y la bicicleta, de Juan Carlos Tabío, es algo que lo acabo de escuchar ahora mismo. La coyuntura, aunque suena raro, no cambia.
JAGB

Alicia en el País de las coyunturas (Fragmento)
La crisis desatada por Alicia en el pueblo de Maravillas se combinó con el acuerdo del Consejo de Ministros, decretando la fusión del ICAIC en un nuevo instituto. Titón estuvo entre los 18 cineastas que decidieron firmar un documento, protestando abiertamente contra la medida.[1] Ambrosio Fornet ha recordado que “(e)stábamos de acuerdo con los motivos de la posible fusión de los organismos (un país en Período Especial no se podía dar el lujo de mantener tres instituciones productoras de cine), pero no estábamos de acuerdo con que no fuera el ICAIC quien dirigiera el nuevo organismo fusionado”.[2]
Esta crisis habría tenido un desenlace imprevisible, si el gobierno revolucionario no hubiese permitido que Alfredo Guevara retornara a Cuba, y actuase como intermediario del conflicto. Según Manuel Pérez,
“Alfredo planteó que aquel proceso no se podía llevar a feliz término si él y Titón, que estaba presente, no resolvía sus discrepancias. Y, de una manera ejemplar, tanto Alfredo como Titón dejaron a un lado los asuntos y enfoques que los distanciaban y sellaron una unidad, como compañeros, ante la situación que se enfrentaba. Fue un momento de grandeza por parte de ambos”.[3]
En aquellos momentos de intensa crisis, el ICAIC volvía a apelar a esa impresionante reserva de corporativismo, para igual que había sucedido en los debates con Blas Roca en los sesenta, o en los ochenta con los ataques a Cecilia, apelar a una unidad que dejaba a un lado las diferencias internas y se proponía la superación de la adversidad externa. La presencia de Alfredo Guevara parecía reintegrar al organismo esa cuota de confianza política que, aun cuando no se había mencionado de manera oficial, se sospechaba estaba en el centro de todo.
Por eso el propio Titón se muestra estimulado con la cercanía de Guevara, y las labores que habrá de realizar una Comisión designada para investigar lo sucedido, y que en teoría debía ir más allá de lo circunstancial, para retomar asuntos que tuviese que ver con toda la política cultural. De allí que piense Gutiérrez Alea que:
“(…) el hecho de que Alfredo haya sido llamado para formar parte de esa Comisión ya le da ese carácter, por lo menos apunta hacia eso, porque a Alfredo no lo van a llamar para investigar las irregularidades que hubo, eso es propio de la Policía Económica, de ese tipo. Alfredo no es para eso, no está para eso, es decir, ya eso le da un carácter y nos da la confianza de que esa Comisión que fue concebida con ese fin lo va a desbordar, no sólo por Alfredo, sino también porque nosotros tenemos esa voluntad y porque nosotros somos los interlocutores de esa Comisión”. [4]
En principio la crisis fue solucionada con un saldo favorable al ICAIC, que siguió gozando de su autonomía, con Alfredo Guevara de nuevo al frente. Sin embargo, los ecos de los incidentes relacionados con Alicia en el pueblo de Maravillas siguieron flotando durante un tiempo en el ambiente de las altas esferas políticas. Incluso un poco antes de ser destituido de su cargo de Secretario Ideológico del Partido Comunista de Cuba en el mes de octubre, Carlos Aldana le había escrito una misiva a Alfredo Guevara, donde le hablaba preocupado del proyectado rodaje de El elefante y la bicicleta, de Juan Carlos Tabío. En aquellos momentos, para Aldana,
“La coyuntura por la que atraviesa nuestra sociedad y la situación, como bien conoces aún no del todo superada, en las relaciones partido-intelectualidad, tras la fallida experiencia de Alicia… no dejan espacio a la tendencia que se intenta expresar en ese guión, al menos con ese lenguaje.
(…)
No podemos exponer lo que venimos haciendo a una polémica que amenaza a desatarse desde la filmación. Este proyecto hay que postergarlo. Estoy pensando ante todo en ti, en lo que tu nombre y tu prestigio representan ante Fidel. Me temo que las discusiones en la comisión presidida por Carlos y el justo tratamiento a Daniel, en lugar de conducir a una suerte de tregua, a un compás de espera, a una reflexión consecuente, todo este proceso se haya traducido en un estímulo a este estilo que con mi mentalidad castrense identifico como un movimiento envolvente hacia los flancos de una agrupación que no se puede atacar de modo frontal.
Trato de ponerme en tu piel y me pregunto cómo proceder. A reserva de que conversemos, te adelanto la idea de subirles la parada y retarlos a tratar estos temas en serio”.[5]
En esa misma carta, el entonces encargado de asuntos ideológicos del PCC, de paso comenta que no “tendría reservas a priori con una tentativa de abordar el asunto del autoritarismo que bien conozco obsesiona a Titón, cuya sombra (la de Titón) asoma constantemente su genio humorístico en el texto”[6]. Sin embargo, la reserva política hacia ese tendencia cinematográfica presente en la institución está planteada, y esto es algo que el propio Guevara sospecha, de acuerdo a la expresión con que se despide ese mismo año en una carta que le dirige a Fidel: “Con la esperanza de que vuelvas a confiar en este ICAIC que es tan tuyo”.[7]
Juan Antonio García Borrero
Notas
[1] Las 18 personas que integraron la Comisión y firmaron los documentos de discrepancia con la decisión oficial fueron: Santiago Álvarez, Rebeca Chávez, Guillermo Centeno, Enrique Colina, Rolando Díaz, Daniel Díaz Torres, Ambrosio Fornet, Tomás Gutiérrez Alea, Juan Padrón, Senel Paz, Fernando Pérez, Manuel Pérez, Mario Rivas, Orlando Rojas, Jorge Luis Sánchez, Humberto Solás, Juan Carlos Tabío y Pastor Vega.
[2] Ambrosio Fornet. Contextos históricos y polémicas culturales. Entrevista a Manuel Pérez Paredes (segunda y última parte). Revista Cine Cubano Nro. 177-178, p 24.
[3] Ambrosio Fornet. Contextos históricos y polémicas culturales. Entrevista a Manuel Pérez Paredes (segunda y última parte). Revista Cine Cubano Nro. 177-178, p 26.
[4] Alfredo Guevara. Tiempo de fundación, p 476.
[5] Alfredo Guevara. ¿Y si fuera una huella?, pp 495-496.
[6] Alfredo Guevara. ¿Y si fuera una huella?, pp 495-496.
[7] Alfredo Guevara. ¿Y si fuera una huella?, p 503.
Mirtha Ibarra sobre Titón y Los sobrevivientes
Hoy 16 de abril se está cumpliendo un nuevo aniversario de la muerte de ese gran cineasta que fue Tomás Gutiérrez Alea (n. La Habana, 11 de diciembre de 1928; m. La Habana, 16 de abril de 1996).
Si Titón sigue siendo un referente insoslayable en la historia del cine internacional, es porque sus películas, más allá del tiempo transcurrido, más allá de las virtudes o defectos de las mismas, nos sigue desnudando como seres humanos. De allí que otras veces haya afirmado que Titón, más que cineasta, era un intelectual incómodo que, entre otras cosas, hacía películas.
Quiero agradecerle a Mirtha Ibarra este regalo que le hace hoy a los lectores del blog: una crónica donde evoca algunas de sus vivencias en el rodaje del filme Los sobrevivientes (1978).
Tuve la oportunidad de ver recientemente la copia restaurada de la cinta, y además de la exquisitez técnica del trabajo de restauración, me asombró el modo en que esa película que habla del encierro voluntario de un grupo de personas que quiere salvarse de lo que sucede en el exterior, conserva y enriquece su vigencia. Verla en estos tiempos de aislamiento obligatorio, donde también nos estamos planteando una estrategia de protección colectiva, seguramente disparará nuevas modalidades de lectura.
Ahora Mirtha nos revela algunas de las interioridades de su rodaje, y nos confirma que, en la Historia del cine cubano, todavía quedan muchas “historias” por contar.
Juan Antonio García Borrero
Los sobrevivientes o una historia garciamarquiana
Por Mirtha Ibarra
La filmación de Los sobrevivientes fue, yo diría, una película dentro de otra película, o una historia garciamarquiana no filmada.
Todo comenzó un día en que Titón y yo buscábamos un lugar donde denunciar la tala irresponsable de los árboles, y de pronto pasamos frente a una casa majestuosa, que tenía en su frotón el nombre de Santa Bárbara. Titón detuvo el carro y nos bajamos a contemplarla. Estaba rodeada de plantas de café en su jardín, las enredaderas de picualas habían invadido su portal y penetraba por las ventanas. Todo destilaba desolación y misterio.
Daba la impresión de una casa inhabitada desde hacía largos años. Comenzamos a gritar: por favor podrían atendernos un momento, quién vive aquí… La respuesta fue una jauría de perros ladrando a capela.
Al pasar un señor en bicicleta le preguntamos si sabía quién vivía en esa mansión. El hombre nos contestó: “una anciana loca con una treintena de perros”. Más tarde averiguamos que se trataba de Flor Loynaz del Castillo, hermana de la famosa escritora, Dulce María Loynaz.
Titón no sabía cómo llegar a familia, pero la casa le había impresionado de tal forma que no quería renunciar a ella, pues tenía la certeza de que esa era la casa para su película Los sobrevivientes.
Decidió hablar con Eliseo Diego, el poeta, para que lo introdujera con la familia.
Me cuentaTitón que el día en que se sientan a firmar el contrato para el alquiler de la casa, cuando se lee el título de la película, Los Sobrevivientes, saltó Dulce María y dijo: “Esas somos nosotras”. Mario García Joya, el fotógrafo de la película, al ver que la atmosfera se enrarecía le dijo: “Dulce, aquí el que más y el que menos, ha recibido su ramalazo de la revolución”. Y todos rieron frente al chiste, que hizo posible la continuación de la lectura. Lee el resto de esta entrada
A la luz de los Lumière…
El próximo 28 de diciembre, día en que tradicionalmente se evoca lo que fue la primera presentación pública del Cinematógrafo Lumière, el Proyecto El Callejón de los Milagros estará despidiendo el 2018 en el Complejo Audiovisual Nuevo Mundo de un modo especial.
Ese día tendremos lo que será la última Cibertertulia del año con el tema “A la luz de los Lumière”. Para comenzar, a las 4.30 pm dejaremos inaugurada (en colaboración con la Fundación Caguayo) una nueva exposición en la Galería QR, esta vez a cargo del artista canadiense Alan Flynt.
Luego, en el transcurso de la Cibertertulia, el público tendrá oportunidad de intercambiar con el artista, proyectaremos un corto de los Lumière, y para concluir, presentaremos la nueva edición del libro “Tomás Gutiérrez Alea: Volver sobre mis pasos”, una selección epistolar de Mirtha Ibarra.
Sin embargo, será una presentación especial, en tanto solo habrá un ejemplar, el cual será entregado por sorteo a una de las personas que, previamente, haya adquirido la entrada para el evento.
Adquirir este ejemplar ya es de por sí estimulante, pero lo especial de la presentación está en que el libro que será sorteado tendrá en su interior un Código QR que permitirá al afortunado descargar de modo gratuito diversos materiales vinculados al cine de Titón. Es decir, que además del libro físico, quien lo adquiera se lleva gratis otras sorpresas (fotos, bandas sonoras, fragmentos de películas, entrevistas, etc).
A manera de anticipo, comparto un fragmento del prólogo escrito para esta nueva edición.
JAGB
TITÓN: VOLVER SOBRE MIS PASOS, DE NUEVO (Fragmento)
En el año 2007, la actriz cubana Mirtha Ibarra sorprendió a todos los estudiosos del cine cubano con el libro “Tomás Gutiérrez-Alea: Volver sobre mis pasos”[i], publicado en España por Ediciones Autor. Doce meses después aparecía en Cuba con el sello de Ediciones UNIÓN[ii]. En ambos volúmenes podemos encontrar una selección de cartas enviadas por Tomás Gutiérrez-Alea, quien todavía es considerado el cineasta más destacado de la historia del cine cubano.
Hoy es difícil encontrar algún ejemplar de aquellas tiradas: todos los libros se agotaron de inmediato. Para los estudiosos de esta práctica cultural que ha sido la realización audiovisual en Cuba, la obra resultaba reveladora en muchos sentidos. En sus misivas, Titón no solo nos hablaba de su oficio, sino que se encargaba de describirnos el entorno en que, como ciudadano e intelectual, se estaba moviendo, y las ideas que en cada caso lo motivaba a intervenir en la esfera pública. Lee el resto de esta entrada
POST EXPO
Me siento satisfecho con lo sucedido ayer en el Complejo Audiovisual Nuevo Mundo en la inauguración de la Exposición “Humberto y Titón en las memorias”. Satisfecho con el numeroso público que asistió. Con las intervenciones que se hicieron. Y con la integración de textos, imágenes y sonidos en un mismo sistema de comunicación que permite la interactividad local.
Todo eso está bien, y sin embargo, lo que a mí me interesa no es tanto evaluar lo sucedido (el hecho puntual del cual ya se han mostrado instantáneas), como lo que queda sembrado y que puede ir creciendo (o no) sin que lo notemos a primera vista.
Cuando ayer comentaba en el blog sobre la informatización y el ciberanalfabetismo en Cuba aludía fundamentalmente a ese escenario en el cual nos encontramos ahora mismo, donde por un lado nos hacemos cada vez menos islas gracias al Internet que poco a poco se naturaliza, y por el otro, seguimos apelando al pensamiento disyuntivo que mantiene en lo insular el conjunto de nuestras prácticas.
Por supuesto que lo que ahora vivimos no es nada nuevo en la historia de la humanidad. En uno de sus textos Castells nos recordaba que la aparición del alfabeto no propició que el “estado mental alfabético” (Havelock) se consolidara de inmediato. Al contrario, tuvieron que pasar varios siglos después de inventada la imprenta para que el conjunto de individuos que conforman la humanidad adquirieran esa disposición a pensar la realidad en función de lo alfabético.
Lo mismo sucederá con lo digital. Nos falta mucho para adquirir ese estado mental digital, y, curiosamente, entre nosotros le costará más trabajo al sistema institucional adquirir esa condición que a los usuarios de estas tecnologías emergentes.
Pudimos comprobarlo ayer: allí no estaba la televisión (que es todavía nuestro canal de promoción por excelencia), y sin embargo, varias personas estaban subiendo “en vivo” imágenes de lo que allí estaba sucediendo, con lo cual la Exposición ganó visibilidad internacional en tiempo real.
Regreso a lo que escribía al principio: me deja satisfecho lo que vivimos ayer. Pero al mismo tiempo sirvió para mostrarnos el largo camino que nos espera por recorrer.
Juan Antonio García Borrero
Exposición «Humberto y Titón en las memorias»
Comparto las palabras introductorias concebidas para la Exposición “Humberto y Titón en las memorias”, que dejaremos inaugurada en el Complejo Audiovisual Nuevo Mundo hoy, a las cinco de la tarde.
Solás fue el cineasta que nos introdujo en el mundo digital del cine cubano, así que me habría encantado regalarle en vida esto que ahora organizamos en Camagüey: un regalo de cumpleaños para ese que, junto a Tomás Gutiérrez-Alea, todavía nos sigue inspirando el pensamiento renovador.
Humberto y Titón en las memorias
Para los estudiosos del cine cubano, es casi una tradición pensar en Tomás Gutiérrez Alea (1928- 1995) y Humberto Solás (1941- 2008), como dos cineastas de estilos irreconciliables: algo así como la cara y cruz de una misma moneda. Para Titón abundan los elogios relacionados con la agudeza temática; para Solás, el enaltecimiento se asocia a una puesta en escena que deja ver influencias del mejor Visconti. Pareciera entonces que entre ambos autores no hay conexión alguna: que se mueven en órbitas totalmente distintas y distantes.
Sin embargo, cuando se dejan a un lado los prejuicios heredados, y se examina con serenidad ambas trayectorias, es inevitable descubrir el diálogo espiritual que estos artistas establecieron entre sí, a veces de un modo explícito, otras implícito, en el afán de construir mundos propios que les permitieran llevar hasta sus últimas consecuencias la experimentación comprometida con el tiempo histórico que les tocó compartir en vida.
Por otro lado, la historiografía al uso apela a esa metafísica de la presencia que nos habla de lo que ha conseguido llegar a las pantallas, y desde allí establece todo tipo de jerarquías y explicaciones. Pero la vida, lo sabemos, no es lo que la cultura ha logrado articular de una manera más bien armónica. La vida es lucha constante, pugnas eternas. Lo que sobrevive en este tipo de Historia al uso es lo que los poderes, en cada caso, han terminado legitimando en franca exclusión de lo que no se ajusta a sus intereses más puntuales. Habría que rastrear, pues, no en la identidad declarada por esos poderes, sino en las pugnas que tuvieron lugar antes de que se llegara a imponer ese sospechoso estado de consenso.
Recuerdo haber comentado con Humberto Solás parte de estas tesis mientras participábamos en un festival de cine en Benalmádena. Sobre todo porque me intrigaba, por ejemplo, la relación intelectual que debieron establecerse en la cotidianidad, entre Solás y Gutiérrez Alea. Entonces le expliqué que desde hacía algún tiempo intentaba aproximarme a la Historia del cine cubano, no desde el conjunto de sus películas (que sería la manera convencional de organizar el relato), sino desde las ideas y tensiones que originaron la existencia de cada uno de esos filmes. Y en algunos casos, su no existencia, o su censura más solapada. En el caso de Humberto y Titón, sabemos muy poco de esas tensiones creativas que podrían haberse establecido, a lo largo de sus existencias, entre ellos. ¿Cuánto de Titón hay en la obra de Solás, pero no como asimilación dócil, sino como debate silencioso?, ¿y cuánto de Solás no podría haber en esa puesta en escena tan cuidadosa que es La última cena? Lee el resto de esta entrada
SEMINARIO SOBRE GUTIÉRREZ-ALEA EN LA HABANA
Aquí está el programa teórico del seminario que en el próximo Festival de Cine de La Habana abordará la obra del cineasta cubano Tomás Gutiérrez-Alea. Es un verdadero honor compartir ideas con tan reconocidos especialistas, en una mesa que coordina esa investigadora incansable que es Teresa Toledo.
TOMÁS GUTIÉRREZ-ALEA, ENTRE HISTORIAS DE LA REVOLUCIÓN Y GUANTANAMERA
Seminario Internacional
Festival de La Habana.
Diciembre, 8 y 9 de 2018
Programa
Sábado 8 / 09.30 – 13.30
Jerry CARLSON (Estados Unidos)
Ponencia
Nuevos pensamientos sobre Cumbite (1964), la película menos favorita de Titón.
Ana M. LÓPEZ (Estados Unidos-Cuba)
Ponencia
Titón en el mundo: Espacio, lugar, memoria.
Juan Antonio GARCÍA BORRERO (Cuba)
Ponencia
Ciudadano Alea: Cine, Revolución y vida cotidiana.
Domingo 9 / 09.30 – 13.30
Nancy BERTHIER (Francia)
Ponencia
Reír para no llorar: la función liberadora del humor en el cine de TGA, el ejemplo de La muerte de un burócrata (1967).
Ruby RICH (Estados Unidos).
Ponencia
Una sensibilidad global con corazón cubano.
Michael CHANAN (Reino Unido)
Ponencia
Dos o tres cosas que conozco de Titón. Reflexiones sobre una personalidad artística ejemplar.
GUTIÉRREZ ALEA O LAS TRAMPAS DE LA (FE) POLÍTICA*
En el mes de julio de 1992 Tomás Gutiérrez Alea escribe un texto que titula “Las trampas de la (fe) política”, el cual aparecerá publicado por primera vez en el libro que el crítico José Antonio Évora prepara para el homenaje que le harían al cineasta en el Festival de Huesca dos años después.[1]
Aquel fue un año donde a la cruenta crisis económica y el incremento de la hostilidad del gobierno estadounidense, habría que sumar las tensiones vividas en el interior del campo revolucionario. La sonada destitución de Carlos Aldana Escalante de sus cargos de Jefe del Departamento Ideológico y del Departamento de Relaciones Internacionales del Comité Central ocurre el 10 de octubre de 1992, y sería explicada de modo extenso en una nota del Buró Político del PCC, lo cual sacó a relucir una vez más las diferencias a veces irreconciliables que pueden existir detrás de esa unanimidad de criterios defendida en la esfera pública.
Algunas de las críticas más feroces dirigidas a Aldana no llegaban de los “enemigos de la Revolución”, sino de hombres como Alfredo Guevara, que en carta dirigida a Raúl Castro en 1999 (entonces Ministro de las FAR) escribiría:
“No olvido al personaje unas veces perestroikero, otras horca y cuchillo, manipulador y acusador sin escrúpulos, volcando responsabilidades sobre “la Provincia” y presentándose en Ángel de la Guarda en el tratamiento del filme Alicia…; o igualmente manipulador de la verdad y la mentira, calumniador y envenenador con información falseada sobre Alicia Alonso y su entorno, destructor de vidas”.[2]
Más allá del diferendo personal que pudiera apreciarse en las anteriores consideraciones, lo que se pone en evidencia (y que a lo largo de todo el período post-59 ha salido a relucir de modo cíclico), son las maneras encontradas que dentro del mismo campo revolucionario conviven a la hora de “pensar” la construcción del socialismo, y que de modo maniqueo muchas veces se divide en dos: socialistas herejes y dogmáticos.
En teoría, el socialismo debería funcionar como una fuente inagotable de herejías. Al ser un sistema joven, que intenta superar las contradicciones del capitalismo con propuestas inéditas, obliga al debate permanente y la fiscalización constante de “verdades” que se dan por sentadas. Lamentablemente, por el camino siempre aparecerán grupos e individuos (sobre todo en los momentos más críticos que vive la nación), que en nombre de ese mismo socialismo herético que dicen defender, terminan apelando al dogma que todo lo petrifica: en esos casos, el socialismo ya no será herramienta de emancipación de muchos, como hubiese soñado Marx, sino de dominación en manos de unos pocos. Lee el resto de esta entrada