Sobre el Decreto 349

El pasado sábado 22 de diciembre, Fernando Rojas (viceministro del Ministerio de Cultura), sostuvo con algunos de los miembros de la UNEAC de Camagüey un encuentro para hablar del Decreto 349.

Agradecí la posibilidad del intercambio. El Decreto ha despertado opiniones tan encontradas que es bueno que se promueva ese tipo de debate, si bien creo que limitarlo a un foro físico (multicine Casablanca) donde por razones de espacio siempre estarán restringidas las capacidades, responde a una época que ya no es la que estaría promoviendo la Cuba del 3G y su propuesta de gobierno electrónico.

La exposición del viceministro fue prolija, e iluminó varias zonas de ese texto legal que, al menos a mí, todavía me provoca escozor. Insistió mucho en aclarar que el Decreto va contra “lo que pasa por arte sin ser arte”, y que únicamente establece regulaciones en materia de Política Cultural y prestación de servicios artísticos en la esfera pública. O dicho de otro modo: que no afecta la libertad de creación de los artistas, en tanto lo que busca es la protección de los mismos y de las jerarquías culturales.

Fui de los que intervine en la reunión y traté de exponer con sinceridad mis prevenciones. El intercambio con el viceministro y la posterior relectura del texto legal que el Ministerio propone implementar me tranquilizaron en algunos aspectos, y en otros, debo confesarlo, incrementó mis temores.

Ante todo debo advertir que no tengo nada contra las normas legales que fomentan las buenas prácticas de los ciudadanos, pues, como decía nuestro Apóstol, “el hombre, en verdad, no es más, cuando más es, que una fiera educada”. Vivir en sociedad, nos guste más o nos guste menos, significa acatar determinadas reglas de convivencia: los que viven fuera de Cuba (por ejemplo, en Estados Unidos) saben que la llamada libertad de los individuos se garantiza precisamente por un sinnúmero de leyes que restringen el accionar arbitrario de los ciudadanos; no son pocos los cubanos que acostumbrados a escuchar la música a todo volumen aquí, chocan allá con las disposiciones legales que protegen a los vecinos de la comunidad de esos ataques sónicos que en Cuba pareciera la pauta a seguir. Y lo mismo pasa con las normas establecidas para ver en televisión determinados filmes, o incluso en las redes sociales, donde Facebook, por poner un ejemplo bastante familiar, a cada rato bloquea a los usuarios por los más absurdos motivos.

¿Por qué entonces un Decreto que, en esencia, persigue lo mismo que el conjunto de normativas establecidas en el grueso de países civilizados, levanta entre nosotros tanta polarización? ¿Qué es exactamente lo que se combate y por qué? ¿A quién le puede afectar que cuando uno llegue a un lugar público no nos agredan con un espectáculo donde abunden las frases soeces y discriminatorias?

Lo de las discusiones intensas no está mal. Al contrario: en normativas como estas, aun cuando se nos diga que no se está interfiriendo en la creación artística, de todos modos se está interviniendo en lo que hoy ya la Unesco reconoce como el área de los “derechos culturales”, los cuales aluden más al mundo de los individuos que consumen la cultura, que a las prerrogativas tradicionales de aquel Estado del siglo pasado que ostentaba el monopolio de la producción, distribución, y promoción cultural.

Por tanto, creo que es legítimo y necesario discutir con rigor y profundidad todas estas reglas de convivencia que, desde mi punto de vista muy personal, muchas veces son pensadas con las mejores de las intenciones, pero sin atender al gran tejido de nuevas prácticas culturales donde los ciudadanos se van apropiando de un modo informal y creativo de lo que, sobre todo las nuevas tecnologías, van prodigando a diario.

Una discusión orientada hacia esa zona podría poner en evidencia que el Decreto 349, tal como se nos está proponiendo y “discutiendo”, corre el riesgo de parecerse demasiado a esas situaciones de pánico moral descritas por el sociólogo Steven Cohen cuando hablaba del temor experimentado por ciertos grupos sociales que perciben el comportamiento cultural de “los otros” como serias amenazas para la sociedad.

Luego, por más que uno quiera concentrarse en el Decreto 349 y aislarlo en su análisis, uno sabe que toda ley o disposición reguladora está apuntando siempre a algo más general que lo que se resume en los Por Cuanto. En este sentido, más allá de la implementación final o no del Decreto 349, nos van quedando pendientes de resolver un montón de cosas que tienen que ver directamente con lo que el texto legal está reglamentando.

Para concentrarme en lo que más afín me resulta, que es el tema del audiovisual, veamos lo que se establece en uno de sus artículos:

Artículo 5.1: Las contravenciones del Artículo 3.1 del Decreto No. 349, se originan por la utilización, exhibición y difusión de audiovisuales, de producción nacional o foránea, con el empleo de pornografía, o que promuevan y exalten de forma injustificada la violencia, el lenguaje sexista, vulgar, obsceno y discriminatorio por el color de piel, género, orientación sexual, discapacidad o cualquier otro lesivo a la dignidad humana.

 2. Se exceptúan de lo anterior las obras cinematográficas cuya exhibición autoriza el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, debidamente clasificadas por edades de públicos.

Pero, ¿no suena esto un poco raro cuando comprobamos que precisamente la producción del ICAIC (en teoría el ente rector de la Política cinematográfica del país) ha sido una de las grandes víctimas de esa regulación arbitraria? ¿Puede tranquilizarnos lo que anuncia el mandato cuando llevamos décadas sin solucionar el problema de la circulación pública (dígase en la televisión nacional) de varias de las películas producidas por el ICAIC? Es precisamente en ese punto que me gusta reiterar la conocida interrogante: ¿quién vigila a los vigilantes?, o más claro aún: ¿quién decide lo que se puede ver o no?

Verán que ahora mismo no estoy pensando en el Decreto 349 como el artista al que se le protege, sino como el ciudadano que desea libertad no solo para crear, sino también para consumir y pensar por cabeza propia eso que consumo. Es decir, estoy pensando el Decreto desde la perspectiva de quien se reconoce acreedor de determinados derechos culturales, los cuales ya no se definen únicamente por lo que el Estado con su sistema institucional legitima, sino también por lo que en la práctica los ciudadanos van experimentando a diario.

Eso no quiere decir que haya perdido protagonismo la gestión estatal: al contrario. Es ahora cuando más necesitamos de Políticas Públicas que sean capaces de diseñar escenarios en los que se explote la creatividad natural de los miembros de las comunidades. Escenarios donde la regulación estatal no se confunda con el control policíaco y el pánico moral ante lo que no se ajusta a lo conocido, sino, todo lo contrario, donde se aprecie la diversidad como la única garantía de mantener a la vista y defender las jerarquías culturales.

Resumiendo: no me preocupa lo que el Decreto 349 reglamenta, en tanto en sus artículos no se restringe la libertad de creación; me preocupa, en cambio, el uso que podrán hacer del mismo aquellas personas para las que la cultura es interpretada como algo ya hecho y definido por una élite, y donde está prohibido experimentar con el consumo de lo no legitimado institucionalmente, cuando sabemos que la institución no tiene el monopolio de la creatividad.

Me preocupa que el Decreto, con toda y su buena voluntad, se desentienda del mundo de la vida, ese que más allá del diseño racional que quisiéramos para nuestras sociedades, existe con sus pasiones, sus sueños cumplidos o incumplidos, sus aciertos y errores, sus ansias de libertad individual.

Si el Estado se desentiende de esa parte de la vida, corre el riesgo de vivir siempre a la defensiva, cuando lo que esperamos los ciudadanos es que viva a la par de sus súbditos.

Juan Antonio García Borrero

Publicado el enero 3, 2019 en POLÉMICAS, REFLEXIONES y etiquetado en . Guarda el enlace permanente. 22 comentarios.

  1. Estos decretos pueden estar llenos de buenas intenciones, pero son peligrosos porque no todos los designados para cumplirlo actuarán de buena fe. Ya tuvimos un decenio gris, quinquenio es poco. Gracias

  2. Carlos Fernandez

    El decreto limita que aficionados de las casas de cultura, algunos con algún tipo de categorización, y que actúan gratis en actos de diferente nivel, puedan ser contratados en algún establecimiento. Y me refiero a los que están dentro de las instituciones culturales, apadrinados por ellas y presentándose gratis en diferentes escenarios. Entonces los excluye o no?

  3. Lo puse en SC con el siguiente comentario:

    Lo único que me hace saltar de este formidable razonamiento de Juan Antonio García Borrero es el final. Debe ser porque el Estado por el que estuve dispuesto a jugármelo todo fue uno incipiente e imperfecto, pero dirigido por revolucionarios. Era una fuerza que halaba a todo un pueblo. Aunque me he confesado amante de los imposibles, también comprendo la alquimia de los tiempos. Aunque no se pueda regresar a entonces, es de esperar que un Estado revolucionario impulse hacia adelante, hacia un escalón siempre superior a sus representados. El resto del texto lo suscribo.

  4. Estimado Silvio, muchas gracias por el comentario, y por supuesto por la atención crítica que le brinda al texto. La idea es esa: acompañar con el pensamiento crítico todo lo que tenga que ver con nuestros derechos y deberes públicos. Saludos y buenas cosas en el nuevo año.

  5. luquecasiopea

    Veo en el significado general del texto cierta ambivalencia, rayana en la contradicción…El autor definitivamente reconoce que el Decreto no limita o coarta la libertad de creación, así como acepta la necesidad y pertinencia de las normativas en el ámbito y en los objetivos a que se limita la aplicación del Decreto. Entonces, por otra parte afirma que de todas formas “en normativas como estas, aun cuando se nos diga que no se está interfiriendo en la creación artística, de todos modos se está interviniendo en lo que hoy ya la Unesco reconoce como el área de los “derechos culturales”, los cuales aluden más al mundo de los individuos que consumen la cultura”… ¿Pudiera definir el autor cómo interviene el Decreto en el área de los “derechos culturales”? ¿Pudiera precisar?

    • Estimado Luque, gracias por el comentario y también el elogio involuntario. Siempre he pensado que un texto que no revele contradicciones en su seno está destinado a no leerse o leerse de modo complaciente entre aquellos lectores que iniciaron la lectura sabiendo que estarían de acuerdo con el autor. Para mí lo interesante siempre será salirse de esos sesgos de grupo. Imposible poder explicar de modo breve el tema de los derechos culturales, que casi siempre se suele ver como algo que se deriva de los derechos humanos. Hay bibliografía que te puede interesar. Te recomiendo un texto de Hugo Achugar titulado «Derechos culturales: ¿una nueva frontera de las políticas públicas para la cultura?» que Desiderio Navarro incluyó en su colección de Criterios. Por último, no es el Decreto lo que afecta los derechos culturales que como ciudadanos tenemos, sino la Política Cultural a la que se debe. Dentro del propio post pongo unos de los ejemplos más graves: la no presencia del cine producido por el ICAIC en la televisión. ¿Sobre qué bases puede el Estado afectar el derecho que tienen sus ciudadanos a apreciar una producción cultural de ese tipo? Y no estamos hablando de una o dos películas censuradas, sino de una lista larguísima que si quieres en otro momento te paso. Esa es una manera de afectar el derecho que como ciudadano tengo a consumir una obra de arte, más allá de sus características, y es por eso que se habla de establecer una Política Cultural que responda a los nuevos tiempos, y no se desentienda de la complejidad del momento que vivimos. Lo he dicho muy rápido, pero sé que es mucho más complejo. Saludos cordiales.

  6. El Viceministro Fernando Rojas me autoriza a poner los siguientes comentarios a propósito de lo señalado por Carlos Fernández:

    «No los limita en absoluto en las condiciones que aquí se mencionan, salvo que no pueden ser contratados, precisamente porque son aficionados. Puedes añadir otro comentario mío, con mi firma: ni ese ni ningún otro asunto de la circulación del arte, es regulado por el 349. Este decreto vela por el cumplimiento de regulaciones ya existentes» (Fernando Rojas)

    • Carlos Fernandez

      Claro he ahí el problema. Por qué no pueden ser contratados si tienen calidad y cumplen lo estipulado en la política cultural¿ y entonces si pueden actuar gratis en otros espacios más públicos y actos políticos, etc y gratis¿ No es justo para los aficionados. Por qué el viceministro no se reúne con los aficionados y los escucha a nivel de país?

      • Fernando Rojas

        En nuestra concepción y en nuestras leyes se distingue al profesional del aficionado. El aficionado practica el arte para tener más calidad de vida, no para vivir de ello, igual que hace el que se ejercita físicamente por las mañanas. El Estado apoya y estimula esa práctica, por eso hay tantos aficionados. Para hacerse profesional hay procedimientos, al alcance de los que lo merezcan. El decreto no modifica ni introduce nada nuevo

  7. Fernando Rojas

    Fernando Rojas
    En el documento que discutimos con los escritores y artistas de Camaguey y de otras nueve provincias se deja muy claro que cualquier actuación será consensuada con los mismos escritores y artistas. Esta es una medida para evitar arbitrariedades, aunque en términos prácticos, como se explicó en la Mesa Redonda del 7 de diciembre, se actuará contra deformaciones muy obvias, muy claras y sobre la negatividad de las cuales hay mucho consenso. Acerca de la circulación de películas opinaré en extenso en otro texto, aunque reitero que esta normativa en discusión no modifica ninguna regulación para la circulación del arte.

  8. Victor Angel Fernández

    Cuando se habla de libertad individual de consumo, no significa en lo mas minimo que se haga padecer a otros, cualesquiera que estos sean, sobre los gustos particualres. Si yo oigo el pero reguetón con audífonos, no molesto a nadie.
    En muchoas países se ve normal cierto consumo de drogas, pero se sanciona el tráfico incontrolado, por lo que puede afectar a personas indefensas, por edad, por formación o por quien sabe cuantas cosas. Igual sucede con variantes de pronografías, que se venden en tiendas, pero las revistas estas en sobres de nylon para que cualquiera no las pueda hojear. O sex shops, donde se limita la entrada por edad, al igual que en bares y otros lugares.
    No es limitar la individualidad, es que como parte de una civilización, todos estemos dispuestos a ceder un poquito del YO en favor de los demás.
    Seguro que cada cual en su casa se comporta de manera individual, pero en un lugar público existen algunas limitaciones. Ustede puede comer desnudo o en ropa interior en su casa, pero no creo que sea lógico (a lo mejor se le exija al estado que no regule esto) que vaya en esas condiciones a almorzar a un restaurante, ni siquiera una paladar barata en la esqueina de su casa.
    Lo mas divertido de todas estas polémicas alrededor del 349, es que en las reuniones de los miembros de la UNEAC en cualquier nivel, siempre existen discusiones sobre lo que se decidió publicar, exponer o transmitir, por encima «de lo que nosotros creemos que es la real cultura como profesionales de la misma» Con algunos cambios, ¿eso no es pedir un decreto 349?
    Como toda norma, la pregunta es ¿Cuánto estamos dispuestos a ceder?

  9. luquecasiopea

    Juan Antonio, gracias por tu atención a mi comentario. Reconozco mi deuda con el tema de los derechos culturales, según la teoría y literatura que exista al efecto. Ahora, el primer y más importante derecho cultural que como ciudadano creo tener, – (o al menos el que deseo tener satisfecho, no sólo egoistamente sino para mis congéneres) – es que se me creen las condiciones de posibilidad de acceder a resultados (evito el término «productos») artísticos y culturales de calidad. Por supuesto que esto de la calidad cultural es un concepto relativo, en cuanto cada ser humano tiene su propio concepto de ello y es feliz a su modo y por ello el «consumo» individual debe ser estrictamente respetado. Ahora bien: el social ya no corresponde al ámbito del individuo. Por esa razón una bocina a todo meter frente a un hogar es una agresión sonora y cultural y el irrespeto de un derecho…pero la difusión pública de lo que el imaginario cultural colectivo considera soez o vulgar, también lo es. Esto, por supuesto, pertenece a las convenciones culturales de la época…Creo que fue Quevedo que se burlaba de Góngora por emplear la palabra «eructo», revitalizada del latín, en lugar de la aceptada en la época «regoldar»…Pero a lo que vamos, si ya está ampliamente aceptado y aclarado que el Decreto de marras no atenta contra la libertad de expresión y creación, ni contra lo que el buen hijo de vecino puede escuchar en su casa o con sus audífonos, a qué traer el asunto de que – aceptado eso – de todas formas atenta contra los derechos culturales? Es a lo que le llamo contradición – no fecunda en este caso – y hacer un poco como el cuento de los fenicios…»Y sin embargo se mueve», es lo que creo ver en tu texto, así como recordar al efecto de este Decreto, el caso de las películas censuradas, algo con lo cual no tiene nada que ver el Decreto de marras, como tampoco con los Quinquenios o Decenios negros o grises que se agitan extemporáneamente a cada oportunidad…Por eso te pedía aclarar, estrictamente, ya que tú lo sostienes, como este Decreto – estrictamente – atenta contra esos derechos culturales…

  10. Estimado Luque, como te dije antes es un tema complejo, pero voy a tratar de ilustrar el modo en que se nos puede afectar nuestros derechos culturales con un texto legal mal planteado, tomando como argumento precisamente eso que defiendes cuando hablas del derecho legítimo que tienes a que “se me creen las condiciones de posibilidad de acceder a resultados (evito el término «productos») artísticos y culturales de calidad”. Sobre esa misma lógica, ¿no te sientes afectado sabiendo que hay más de cincuenta películas cubanas, producidas por el ICAIC, que aún no pasan de un modo natural por la televisión cubana?, ¿no crees que como ciudadanos deberíamos defender el derecho a ver una película como Fresa y chocolate de un modo natural, como se hace en el resto del mundo, y no esperar no se sabe cuántos años a que tenga su estreno televisivo acompañado de un comentario especial? ¿Hay que esperar a que alguien con Poder dentro de veinte años descubra de pronto que estuvimos cometiendo un error para entonces reconocer que era verdad que el Estado se había equivocado allí? Si eso no te parece escandaloso o no te sientes afectado (no ver de un modo natural cine cubano en tu propia televisión nacional), entonces creo que no estaríamos compartiendo el mismo concepto de “derecho cultural”, que no depende exactamente de lo que un Estado me conceda, sino de las competencias que como individuo desarrollo con el fin de examinar por cabeza propia el resultado artístico y cultural que sea. En cuanto a los intensos debates que ha originado el Decreto está claro que estos no tienen su origen en lo que puntualmente quiere regular, sino en la Política Cultural sobre la cual descansa, y que, como he tratado de argumentar en los otros escritos, está desactualizada y no responde a los imperativos de la época en lo que se refiere a la producción, distribución y consumo del arte. Por último, Luque, evocar el Quinquenio Gris, los desafueros del sectarismo en los sesenta, las parametraciones del Congreso, etc, nunca va a resultar una evocación extemporánea, porque si no se tiene memoria de lo que no ha estado bien, y solo se resalta lo luminoso, corremos el riesgo de volver a vivir las mismas trágicas experiencias. La memoria selectiva nunca ha sido buena para un proceso que persiguiendo el humanismo pretende crecer sobre la base de la superación de sus errores. Y todo, lo sabes mejor que yo, está conectado, tan conectado que probablemente esto que ahora estamos hablando ya lo dijeron hace treinta años dos personas con las mismas inquietudes, si bien ni la prensa ni la Historia oficial lo tuvieron en cuenta alguna vez. Saludos cordiales.

  11. Estimado Juan. Sólo hoy, día 24, he podido conocer tu última reflexión, que te agradezco. Ahora también solamente puedo acusar el recibo de tu gentil atención a mi comentario y una brevísima opinión.
    Si acudimos a la «complejidad» para abordar ciertos asuntos, también la debemos emplear para otros. Creo que también el tema de las películas tiene la suya, sobre todo en estos tiempos. Tema este que no cabe en una nota, pero que con toda seguridad dominas mejor y más profundamente que este simple comentarista: hay una importante y a veces decisiva liza mediática en que los países «periféricos» llevamos la peor parte. Eso no justifica la censura, pero en cambio exige un análisis precisamente desde la «complejidad». Ahora: a pesar de reconocer la interconexión que pueda tener el estricto tema del Decreto de marras con otros aspectos de la Política Cultural, creo, o mejor, sostengo, que la preocupación por el Decreto ha sido utilizada como pivote para «reverdecer» y poner en la palestra «ciertos» temas periclitados. Los intelectuales honestos (es decir, que al ejercer el criterio no persiguen «otros» superobjetivos), como es seguramente tu caso, tienen la responsabilidad de atajar a tiempo, denunciar y advertir sobre cualquier «renacimiento» de pasados errores. Pero a la vez, advertir, analizar y denunciar con igual o mayor energía, cuando estos temas son utilizados con espurios objetivos. Creo que dificilmente estarás en desacuerdo con esto. Cuando me libre de ciertas urgencias, podremos continuar este intercambio. Mi punto es: si un intelectual aborda el examen del Decreto, pues debe enfatizar con igual energía lo que el Decreto tiene que no atenta contra la Política Cultural con la que ese intelectual está de acuerdo y ejerce su función social. Si aborda el tema de las parametrizaciones, etc, pues deslindarla con igual claridad y responsabilidad. Hasta ahora, como simple ciudadano que se interesa y trata de aprender de sus intelectuales, opino que estás en esa cuerda última, y espero de ti ese rigor que, opino también, con todo respeto por tu obra y conocimiento personal, en este caso, al mezclar el estricto tema del Decreto y los errores de la Política Cultural, no ha sido feliz. Mis saludos de siempre a espera de mejores tiempos personales para seguir mi aprendizaje.

  12. Estimado Luque, gracias una vez más por el mensaje. Creo que, en sentido general, ha sido un buen debate, pero en lo personal ya me retiré del mismo. Me parece importante la teoría, pero si no logramos acompañar ese cuerpo de ideas con las acciones concretas, corremos el riesgo de empeorar las cosas. Pienso con sinceridad que el Decreto 349 está lleno de muy buenas intenciones, pero que se conforma con lo represivo. Y el país lo que necesita es fomentar la conciencia ciudadana, la cuestión cívica que comienza a construirse en las escuelas, no con el mero autoritarismo. El rigor crítico del que hablas es el mismo al que yo aludo. Ahora, si les exigimos rigor crítico a los demás, pero descuidamos el de nosotros, o establecemos análisis sesgados que solo obedecen a nuestros intereses de grupo, nos quedamos apenas con una parte mínima de la verdad. Y volvemos a caer en lo mismo que en algún momento del pasado nos empeñamos en superar, corregir, etc. Yo te recomendaría una lectura sosegada de todo lo que se ha expuesto en el blog, y no solo lo que yo he escrito, pues son muchas las intervenciones, y creo que algunas de ellas superan en lucidez el texto que dio pie a la polémica. Para mí lo valioso del debate siempre estará en lo que se construye por el camino, no en el punto de origen de esos intercambios. Un saludo cordial.

  13. Juan, estimado siempre aunque también casi siempre en desacuerdo:

    Lo que se construye al caminar tuvo su origen, a su vez, en otro punto de llegada de un largo e infinito camino anterior, ciertamente, y así hasta la oscuridad de los tiempos idos y los por venir… Importan todos los senderos, los hitos, y los nuevos horizontes…

    Cerrado, al menos en este recodo del andar, pues, este pequeño intercambio, sosteniendo mi parecer de que no veo autoritarismo ni intención represiva (son adjetivos de tu pluma) en el Decreto, sino la respuesta a una exigencia de muchos artistas y creadores, por el camino de la Ley, y enfilado contra la subcultura y el intrusismo vulgar.

    Declaras que mi análisis (que no llega a tanto) sesga algún aspecto: precisamente sostengo lo mismo con respecto al tuyo que, además, ha quedado sin responder la precisa cuestión que te interrogaba: cómo, puntualmente, el Decreto atenta contra los derechos culturales públicos, sociales. De responder rigurosamente esa interrogante específica, brotaría una posible enseñanza para mí, que no soy crítico ni especialista sino alguien que siempre espera aprender de los que sí lo son. Saludos.

  14. Estimado Luque, copio y pego lo que te puse en el anterior mensaje: “Yo te recomendaría una lectura sosegada de todo lo que se ha expuesto en el blog, y no solo lo que yo he escrito, pues son muchas las intervenciones, y creo que algunas de ellas superan en lucidez el texto que dio pie a la polémica”.

    Ahora mi consejo es que debes olvidarte de esas respuestas puntuales que buscas. No las encontrarás porque ahora mismo no las estás buscando, sobre todo porque estás empeñado solo en ver lo que pueda confirmar lo que ya tienes en mente, y además, yo no tengo las respuestas definitivas, solo tengo las preguntas que dieron origen a este debate en el blog, y que, insisto, varios, por fortuna, han enriquecido con análisis que me parecen estupendos, aunque no los tomas en cuenta. Reitero que si leyeras el conjunto de esas intervenciones, ganarías conocimientos, como lo he ganado yo escuchando lo mismo al viceministro que a los que cuestionan la norma. Hasta que no consigas ver que estamos hablando de la Política Cultural a la cual se debe el Decreto 349 en un país que a diario cambia, por supuesto que verás en cada una de nuestras objeciones y sugerencias pues un ataque el Decreto en sí, cuando precisamente, desde mi punto de vista, el Decreto lo que hace es empobrecer la interpretación de un asunto demasiado complejo. El Decreto es autoritario porque no le interesa comprender los cambios que hay en la base de la sociedad en cuanto al consumo cultural y sencillamente impone la razón y el mazo del legislador que ha asumido lo tradicional como única norma de valor para el consumo. Es excluyente porque se desentiende de los posibles derechos que tendrían los espectadores que nacen de las nuevas prácticas culturales. Y es anacrónico porque ya existe un montón de disposiciones legales que pretenden proteger lo mismo, aunque como ciudadanos pocas veces nos hemos enterado de ello. A lo que se suma todo ese conjunto de lecturas binarias donde solo se perciben “los que están con el 349” y los que están “contra el 349”, como si esto fuera una película del sábado o algo así. Pero insisto en que eso ahora mismo no lo verás, porque estás enfocado solo en lo que yo pueda aportar a tu punto de vista, cuando estamos hablando de algo que demanda miradas transversales, y mucho debate desprejuiciado. Como mi filosofía de la vida es asertiva, y tengo siempre a mano aquello de que Dios se ríe cuando nos ve pensar, pues expongo mis criterios y respeto los de los demás aunque no comparta el punto de vista ajeno. Ya el tiempo se encargará de poner todo en su lugar. Así que, ahora sí, adiós 349. No quiero hablar nada más del mismo, porque lo que necesito cerca son personas que me ayuden a implementar en la práctica el Programa de Fomento de la Cultura Audiovisual que desde hace cuatro años tratamos de hacer realidad en Camagüey en escuelas y universidades, y que le ha importado muy poco a las diversas autoridades (de Educación sobre todo) que podrían contribuir al mismo. ¿Si en cuatro años, con todas las condiciones creadas, no hemos logrado avanzar un milímetro crees que por arte de magia lo lograremos con un Decreto que no se entera de los cambios ocurridos en el seno de la sociedad? Por favor, Luque, bajemos a tierra. Un abrazo para ti, e insisto, mi adiós definitivo al 349.

  15. Juan: Tu consejo de olvidar la búsqueda de respuestas puntuales debería tener en cuenta que mi pregunta específica se basa en tu puntual referencia a la limitación de los derechos culturales que provocaría el Decreto. Podría seguir tu recomendación si a tu vez, rectificaras o explicaras tu afirmación, algo que no acaba de ocurrir.
    En efecto, me he leído algunos de los trabajos a que te refieres.
    Por otra parte, no me perece justo, o verdadero, que afirmes que yo sólo espero confirmar lo que ya tengo en mente. Reitero que lo que me llamó la atención sobre tu texto es que afirmes que el Decreto atenta contra los derechos culturales. En ese aspecto no ha existido polémica entre nosotros ya que has evadido responder, puntualmente. Tiene sentido polémico afirmar un juicio y no responder a una pregunta de un lector? Tu eres un defensor ardiente del debate. Si me equivoco, gustosamente rectifico, pero esta vez has evitado entrar en ese aspecto «puntual», afirmado precisamente, por ti. ES evidente para cualquiera que lea desprejuiciadamente este pequeño intercambio que no te he solicitado «respuestas definitivas» sino ampliación y argumentación de tu bien definida opinión. Ahora te extiendes algo más en argumentos. Aunque creo que prefieres detener el intercambio, veamos.
    Cuáles son las «nuevas prácticas culturales» a la que tendrían derecho los creadores y espectadores, ahora excluidos autoritariamente por el Decreto ?
    No creo que te refieras a la vulgaridad pedestre, ofensiva, esa que no lo es tanto porque emplee palabras obscenas, sino porque precisamente lo más vulgar que puede tener el presunto arte es no serlo, pretendiendo pasar por tal. Como bien sabes, Quevedo hizo magníficos poemas con «malas» palabras, pero nadie medianamente entendido se atrevería a negar la belleza que puede lograrse con cualquier medio, justamente porque es arte. Y así en todas las manifestaciones culturales de todos los tiempos. Alguien se atrevería a firmar, con argumentos convincentes, que El Guayabero es «vulgar»? LA gracia, la picardía, la agudeza es parte del talento necesario para que una alusión, dicha por alguien carente de él, provoque sólo lástima por el pobre intento.
    Y en todo caso hay en el origen del Decreto dos aspectos centrales a considerar: que es un reclamo de muchos artistas de incuestionables logros culturales, y que se dirige a la difusión pública, no privada. Un ejemplo sencillo: yo tengo el «derecho cultural» de oir en casa la música que me venga en ganas, pero no tengo derecho a poner mis modernos equipos de música para todo el barrio, así sea la más delicada interpretación de la más exquisita sonata…
    Me acojo a tu adiós definitivo, ya que quien te despide eres tú. Pero en este caso, como en otros intercambios, quien detiene el diálogo no soy yo. He respetado tanto tu criterio como lo demuestra que me ha provocado escribirte y preguntarte. Pero es evidente que no has encontrado el modo de sostener uno de los aspectos centrales del criterio tuyo que yo he respetado, atendiéndolo. Y una vez más relacionas el asunto del Decreto, en disfavor, con tus dificultades para llevar a cabo la tarea que haces. Es el modo de argumentar que yo no comparto y creo que como defensor del debate que eres, comprendes que tanto derecho tienes tu a difundir ese modo de enfocar el criterio, como cualquier lector de tu blog a no estar de acuerdo con el, en cuanto eres un intelectual público que forma juicios y patrones de criterio. Cada cual pisa la tierra por rutas y andaduras diversas y diferentes. Sigamos haciendo camino al andar. Y si me haces saber cómo puedo contribuir al Programa de Fomento de la Cultura Audiovisual, yo estoy dispuesto a examinar si tengo esa posibilidad. En breve daré clases de programación a profesores de la provincia. Puede ser una oportunidad para apoyar tu proyecto, si me aceptas el ofrecimiento, por supuesto. Un saludo.

    • Gracias, Luque. Como te dije, para mí el debate perdió interés en términos públicos, pues es lo más parecido que yo recuerde en los últimos tiempos a un diálogo de sordos. Yo te digo que las posibles respuestas están en todas esas intervenciones que hemos tenido aquí, y tú vuelves a preguntarme como si la sugerencia anterior no existiera. Y mientras tanto, la vida sigue: hoy a las dos y media de la madrugada una música alta desde cierta plaza lejana no me dejaba dormir. No era reguetón, no, pero a esa hora me parecían mereoritos cayendo sobre mi cama. ¿Y el 349? Bien, gracias. Así que dejémoslo allí. Suena más interesante lo que hablas de enseñarles a programar a los profesores. Si te das una vuelta por el Callejón tal vez te interese alguna de las acciones que proyectamos allí. Gracias.

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