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Aquel 7mo Taller Nacional de Crítica Cinematográfica (1999) …

Diseño del cartel: Nelson Haedo

Hoy, a la altura del año 2021, hablar de “cine y nuevas tecnologías” suena a lugar común. Vivimos tan inmersos en la época de la informatización de la gestión cultural, que hasta el detractor más tenaz que pudiese tener el asunto, difícilmente podría prescindir del uso de esos dispositivos emergentes.

Eso es entendible en la Cuba del 2021, o sea, en la Cuba del 4G, donde la penetración de Internet (con todo y los precios excluyentes), ya es algo más que una utopía. Pero en 1999 organizar un Taller Nacional de Crítica Cinematográfica cuyo eje temático rezaba “Cine, tecnología, identidad”, sencillamente sonaba a ciencia ficción.

No podría probarlo de un modo irrefutable, pero tengo la impresión de que esa fue la primera vez que se organizó en Cuba un evento con el fin de pensar críticamente, la relación ya establecida entre la cultura audiovisual y las nuevas tecnologías, y la necesidad de un uso creativo de las mismas.

Por otro lado, también tengo la impresión de que a los críticos de cine que entonces ejercían su oficio no les motivó demasiado el tema (bueno, seamos honestos: a muchos críticos de cine todavía no les motiva). Eso es lo que explica que las ponencias principales fueran desarrolladas por estudiosos que no pertenecían al gremio: los cubanos Enrique González-Manet y Abelardo Mena, y los españoles Joaquín Fonoll y Xavier González.

La ponencia de González-Manet, titulada “Cine, nuevas tecnologías y propaganda: apología de la comunicación en la era de la informática”, partía de comentar algunas de las ideas del célebre sociólogo Alvin Toffler, autor de libros tan exitosos como El shock del futuro (1970) y La tercera ola (1970).

Revisar la copia mecanografiada del ensayo que amablemente donó el conferencista al Centro Provincial del Cine de Camagüey, hoy puede regalarnos el testimonio de la paradoja que por entonces nos habitaba: hablábamos del futuro todavía instalados en el pasado, pues las ponencias presentadas al Taller se tecleaban en máquinas de escribir Underwood (original y dos copias, casi siempre, usando papel carbón). 

En este sentido, en 1999 aquellas aproximaciones tenían más de ambiciosos ejercicios de imaginación, de profecías arriesgadas, que de constatación de una realidad que entonces nos resultaban radicalmente ajenas. Nosotros en el Centro de Cine de Camagüey recién nos estrenábamos en el uso de una computadora entregada por Zenaida Porrúa, directora del Sectorial Provincial de Cultura en aquel momento, e intuíamos que nuestra gestión cultural se iba a transformar; pero no teníamos la menor idea (al menos yo) en qué sentido iba a ocurrir ese cambio.

Enrique González-Manet, conferencista

Recuerdo que me impresionó muchísimo lo que casi al final de su ponencia expresaba González-Manet:

Las perspectivas para los próximos 15 años incluyen la ampliación de los servicios de Internet en tiempo real, la transmisión barata de imágenes multimedia y la comunicación visual por banda ancha; la generalización de las interconexiones y el acceso múltiple a bases de datos globales; la comunicación personal instantánea de tipo multimedia por medios portátiles miniaturizados; y la regularización del correo electrónico y el teléfono visual de alta resolución, todo lo cual ha de exigir un orden basado en estrictas regulaciones internacionales, muy distinto al caos que predomina en las “autopistas electrónicas”. La traducción simultánea y el control verbal de los equipos más sofisticados será una realidad en el próximo decenio, en el que también tendrá lugar una casi total privatización de los sistemas de comunicación”.

Si miramos lo que está pasando ahora mismo a nuestro alrededor, veríamos que desde 1999 el Taller Nacional de Crítica Cinematográfica de Camagüey ofreció luces de lo que podía pasar en ese futuro que hoy es presente. Lo que nos lleva a preguntar: ¿qué falló entonces a la hora de llevar a la práctica institucional lo que el pensamiento crítico había identificado como una necesidad de estrategias?

Sencillamente una vez más quedaría confirmado que no basta poseer la tecnología en nuestras manos. Necesitamos aprender a usarla creativamente, y a pensar en la construcción de escenarios donde se humanice el uso de esos dispositivos, es decir, donde la importancia de las cosas que se usan, ceda ante la importancia primera de las personas que las usan.

En aquel mismo Taller, Abelardo Mena (creador del primer boletín electrónico cultural hecho en Cuba) presentó una ponencia que tituló “El XX Festival de Cine Latinoamericano en Internet. Una experiencia casi personal”, donde entre otras cosas proponía “colocar en Internet las memorias de este VII Encuentro Taller de Crítica Cinematográfica (sic), así como las ponencias presentadas en toda su extensión”.

Sin embargo, pese a que en algún momento la Oficina del Taller Nacional de Crítica Cinematográfica comenzó a contar con el servicio de Internet, nunca conseguimos construir ese repositorio donde hoy pudieran consultarse todas las ponencias presentadas a lo largo de la Historia del evento. Teníamos la tecnología, pero no estábamos preparados para dar ese salto que demanda desplazarnos del enfoque analógico de la cultura al enfoque digital.

Hoy, por suerte, en la ENDAC es posible encontrar reunidas no solo información y varias de las ponencias, sino que todo ese conjunto se integra a un marco mayor que sería la cultura audiovisual en general.

Porque si algo intentaban decirnos los talleristas de aquella séptima edición del evento, es que el mundo, a pesar de los peligros y las nuevas relaciones de poder, muy pronto pasaría a ser eso que es hoy: una oportunidad de convertir la inteligencia colectiva en el mejor medio de hacer crecer la libertad individual.

Juan Antonio García Borrero

Luis Alberto García (Hijo), actor de La vida es silbar, y Lupe Ontiveros, actriz de Selena, invitados al 7 Taller Nacional de Crítica Cinematográfica.

Página en la ENDAC: https://endac.org/encyclopedia/vii-taller-nacional-de-critica-cinematografica-1998/

Otra vez Titón

En la segunda sesión teórica del Taller Nacional de Crítica Cinematográfica, estuvimos hablando del cine de autor en el ICAIC (o de autores en el cine del ICAIC). Por supuesto que no faltaron los nombres de Tomás Gutiérrez-Alea, Julio García-Espinosa, Manuel Octavio Gómez, Humberto Solás, y Fernando Pérez, conectados por las estimulantes contribuciones de Mirtha Ibarra, Astrid Santana, Mario Naito, Jorge Calderón, y Jorge Luis Urra.

A mí me tocó hablar una vez más de Titón, y en esta oportunidad quise resaltar lo que ahora mismo más me fascina de su personalidad: su perfil de intelectual crítico.

Por supuesto que me sigue seduciendo esa obra cinematográfica que quiso acompañar desde la pantalla los cambios radicales que se vivían en la sociedad. Titón, junto a los otros fundadores del ICAIC, quisieron dinamitar los modelos de representación heredados, y fue en esa búsqueda permanente de caminos no transitados con anterioridad, que lograron conformar eso que hoy llamamos “nuestros clásicos”.

Pero Titón en especial representa a ese tipo de cineasta comprometido con su tiempo, para el cual las películas eran importantes siempre que fuesen capaces de provocar alguna conmoción en el público. Y para ello era importante no solo realizar las películas, sino acompañarlas con los debates en la esfera pública, y con acciones prácticas que pusieran a prueba esas ideas.

Ahora mismo no abundan cineastas con esas características. Tenemos muchas facilidades para adquirir competencias técnicas en las diversas escuelas de cine, ganar en autonomía creativa, expresarnos por canales que las instituciones no pueden controlar del todo, pero falta esa mirada autoral que piensa en la película como el medio para mejorar nuestros entornos, y no como el fin.

Dejo para la memoria histórica del evento algunas de las imágenes tomadas en esa jornada.

JAGB

Luciano Castillo, Astrid Santana, Jorge Calderón y Jorge Luis Urra

Raúl Rodríguez, director de fotografía y Premio Nacional de Cine

Rebeca Burón (ISA de Camagüey) y Mirtha Ibarra, en la presentación del libro «Volver sobre mis pasos»

XXV Taller Nacional de Crítica Cinematográfica (Camagüey, 2019)

Armando Pérez Padrón, Luciano Castillo, Jorge Santos Caballero. Foto: Miguel Febles Hernández

Hoy en la mañana evocamos aquellos días en que surgió la idea de crear en Camagüey un Taller de Crítica Cinematográfica.

A ratos me sentí un intruso, como si el que ahora recordara esas jornadas del pasado reciente, fuese un extraño. Y es que 25 años no pasan en balde, permitiéndole a uno tomar distancia crítica, y evaluar con un poco más de imparcialidad lo que se ha logrado.

Hace 25 años ya se vivía en este país lo que nuestra Historia conoce como el “período especial”. Entonces la gente tenía bastante poco que comer. Los apagones nos golpeaban a toda hora. El “socialismo real” se había derrumbado de la manera más estrepitosa que podamos imaginar. Y a pesar de eso, el consumo cinematográfico seguía siendo altísimo.

Por eso es que 25 años atrás la idea de un encuentro que reuniera a algunas de las personas que se dedicaban a escribir sobre cine en Cuba, después de todo no fuera tan irracional. O sea, a alguna gente que decidía en el territorio le pareció la locura misma, pero la prueba de que no sonaba tan quijotesco es que se hizo el primer Taller, y fue un éxito.

Si lo pensáramos mejor, hacerlo en estos tiempos de poscine sí que parece la más utópica de las utopías. Estas son fechas donde los públicos se apropian de los contenidos audiovisuales de las maneras que uno menos puede sospechar: ¿qué sentido tendría la crítica cinematográfica, que aspira a la construcción de un paradigma valorativo?

Pues haciendo nuestra la prédica lezamiana de que solo lo difícil es estimulante, diría que tomando en cuenta el todo vale hegemónico, nada habría más vivificante en la actualidad que dedicarnos a pensar críticamente la cultura audiovisual. Estimulante no para los públicos, sino para los críticos mismos, que tendríamos el reto de reinventarnos de manera radical para parecernos un poco más a los tiempos que estamos viviendo.

Creo que, en Cuba, en sentido general el ejercicio de nuestra crítica cinematográfica sigue influido por el espíritu decimonónico de lo literario. Eso estaba bien en una época donde los críticos dependían de las notas tomadas en la oscuridad de la sala, y que después debían comunicar en forma de una reseña escrita que evocaba lo apreciado.

Pero hoy que las tecnologías emergentes nos permiten retener la imagen misma e intervenirla a nuestro gusto, convirtiéndonos en co-creadores de lo que apreciamos, ¿por qué insistir en el viejo modelo interpretativo?, ¿por qué seguir leyendo en los eventos ponencias agudísimas que pueden funcionar muy bien desde lo literario, cuando tendríamos la posibilidad de presentar ponencias audiovisuales que hagan suyo el lenguaje moderno del cine, y propongan aproximaciones diferentes?

Por lo demás, 25 años después de aquel primer Taller de Crítica Cinematográfica, ya no me obsesiona averiguar cómo es que se escribe una crítica de cine. Con el tiempo he aprendido que la crítica seguirá existiendo en la misma medida en que interrogamos a la vida, y que no hay que creer demasiado en esas ficciones construidas por los grupos que intentan imponer un canon valorativo, pues como apuntaba con gran lucidez Cintio Vitier:

No creo en la dicotomía de crítica impresionista y crítica científica. Creo en la crítica cognoscitiva: si me da un conocimiento por vías emotivas o estéticas, lo aprecio tanto como al llamado “científico”. Cuando uno lee las páginas de Martí sobre Whitman sale con dos ganancias: entiende mejor a Whitman y ha adquirido otra obra de arte en forma de crítica. Porque esta crítica que hacen los creadores generalmente es ella misma una creación”.

Se trata entonces de perseguir la creatividad también a la hora de valorar la creación ajena. Y de pensar el ejercicio crítico como un momento más de ese sueño creador en el que, cineastas y espectadores, nos abandonamos a la incesante construcción y reconstrucción de este mundo donde, con nuestras enriquecedoras diferencias, vivimos todos.

Juan Antonio García Borrero

EL CRÍTICO COMO MESÍAS DEL GUSTO

Ya he perdido la cuenta de las veces que he contado cómo y para qué surgió el Taller Nacional de Crítica Cinematográfica que se celebra en Camagüey desde los años noventa del siglo pasado.

Sin embargo, no recuerdo que alguna vez me preguntaran sobre las circunstancias propiamente intelectuales que dieron lugar al evento. Creo que indagar en esas circunstancias tendría más interés y utilidad que el inventario positivista de acciones y nombres propios; en definitiva, más allá de la conjura feliz que propició el apoyo institucional estaría el flujo de ideas e inquietudes que entonces se estaban compartiendo, debatiendo, y que nos habla más de lo permanente (la búsqueda de un sentido al ejercicio crítico) que de lo anecdótico.

Por eso esta otra pregunta incluida en el cuestionario que me hiciera llegar Leybis Leidis Rosales me resulta tan estimulante todavía:

“Estamos hablando en la actualidad de nuevas formas de hacer crítica de cine a partir de los espacios virtuales en la red (su blog, por ejemplo), como otras propiamente presenciales, díganse el Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica (Camagüey), la Semana de la Crítica Cinematográfica (La Habana) y de cierta tendencia editorial alternativa a romper al fin, para bien, con la verticalidad del criterio estético emanado de los aparatos ideológicos del sistema regente. No obstante, más allá de la llamada democratización del oficio del crítico, se sigue viendo en este al Mesías, Salvador de la Humanidad toda. ¿A qué se debe este endiosamiento del crítico, si acaso subsiste tal fenómeno?”.

Quienes han tenido la posibilidad de leer Por una crítica imperfecta, ensayito de juventud que abrió las sesiones teóricas del evento, advertirán que en esas páginas había una declaración de guerra (admito que no todo lo razonada que hoy me exigiría) a esa cómoda manera de asumir la autoridad del crítico. Es una lástima que no se conserven transcriptas las reacciones que originó en su momento la lectura de ese texto. Para mí muchas veces la importancia de un artículo no está en lo que uno puede leer o reencontrar años más tarde, sino en la capacidad que tienen las ideas contenidas en el mismo para sembrar discordias intelectuales que permitirán que el debate permanezca más allá de la fecha puntual en que tiene lugar el evento. Lee el resto de esta entrada

DE ENRIQUE (KIKI) ÁLVAREZ A GARCÍA BORRERO

El cineastas cubano Enrique (Kiki) Álvarez (La ola; Miradas; Marina; Venecia) estuvo por Camagüey, invitado al 21 Taller Nacional de Crítica Cinematográfica. Y ahora me envía este mensaje que reproduzco en el blog, porque el trabajo que intentamos hacer acá trata de responder a una perspectiva de equipo, y siempre será gratificante ver reconocido ese esfuerzo colectivo. Gracias, Kiki, y la idea es esa: fomentar espacios donde la creación y el pensamiento se acompañen y se descubran ante un problema común, que es la representación de esa realidad que nos habita.

JAGB

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VENECIA

Hola Juani, te debo esto desde que me fui de Camagüey seducido por el trabajo de ustedes y todas las ideas que allí se manejaron. Fueron días hermosos, breves e intensos que renovaron, al menos en mí, la ilusión de que todos los días se puede horadar un poco en el muro de la dejadez, el desencanto y la desidia.

Cómo lograr un clima cultural que reanime y fomente un posible renacimiento del cine cubano? Cómo prepararnos y pensar ese futuro posible que todos los días se anuncia por aquí y por allá?

Yo creo que ustedes en Camagüey lo tienen claro, hay que preparar el terreno, abonarlo, sembrarlo, regarlo, y con ese trabajo hecho, esperar la cosecha.

Lo sabes tú, con tu pupila insomne.

Lo sabe Ingrid Castellanos con su pastor de nubes, la más bella metáfora fílmica que tuvo el taller de crítica sobre el florecimiento que puede traer consigo lo diferente, lo aparentemente peligroso.

Hay que crear un nuevo ecosistema para el cine cubano y les corresponde a nuestros críticos de cine estudiar, dialogar, promover, disentir para participar de ese empeño.

Yo no quiero que nadie me aplauda, pero si exijo que se tome su trabajo tan serio como le corresponde a su función social. De nada me vale una crítica si su intención es desarrollar ese viejo arte de injuriar (como le llamaba Borges) desde una sapiencia cualquiera que ha perdido la capacidad de interrogarse a sí misma.

Nada peor que una película previsible, nada más intrascendente que una crítica que repite los mismos gestos, las mismas palabras.

Por eso aplaudo tu evento y la oportunidad de vernos las caras unos y otros.

Hay que aprender a crecer juntos, discutiendo si, pero con una finalidad.

Abrazos,

Kiki Álvarez

NOTAS PARA PENSAR LA PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL EN CAMAGÜEY

La última sesión teórica del 21 Taller Nacional de Crítica Cinematográfica estuvo dedicada al examen de la producción audiovisual en Camagüey. Creo que ha sido esta la primera mesa que se organiza con una perspectiva de conjunto, con el fin de pensar lo producido audiovisualmente por los lugareños, y no como un conjunto de productos aislados entre sí, sino como expresión de algo más complejo y dinámico, en el cual se desdibujan constantemente las antiguas fronteras creativas e identidades tradicionales.

A la mesa, moderada por Armando Pérez Padrón, fueron invitadas varias personas que hablaron de espacios y poéticas tan disímiles como “El Almacén de la Imagen” (Jorge Campanería, Alfredo Fuentes, Reynaldo Pérez Labrada), la creación individual del documentalista Gustavo Pérez (Yamilka Álvarez), el grupo “Hieroscopia” de Nuevitas (Pedro Martín) y el Festival Internacional de Videoarte de Camagüey (Teresa Bustillo). A ello habría que sumar la presentación especial del dibujo animado El pastor de las nubes (2015), de Ingrid Castellanos y Alejandro Santomé (producido por el ICAIC), y la proyección del tráiler del documental todavía sin concluir Severo secreto, de Oneida González y Gustavo Pérez, que aborda la figura del escritor camagüeyano Severo Sarduy.

Debo confesar que como coordinador del espacio teórico guardaba mis temores en cuanto a la posibilidad de que aquella mesa desembocara en una interminable relatoría de anécdotas y efemérides. No fue así, y en tal sentido podría decirse que, en lo epistemológico, estuvo presente aquella inquietud que en algún momento apuntara Cliford Geertz:

«Lo que estamos viendo no es simplemente otro trazado del mapa cultural —el movimiento de unas pocas fronteras en disputa, el dibujo de algunos pintorescos lagos de montaña— sino una alteración de los principios mismos del mapeado. No se trata de que no tengamos más convenciones de interpretación, tenemos más que nunca, pero construidas para acomodar una situación que al mismo tiempo es fluida, plural, descentrada. Las cuestiones no son ni tan estables ni tan consensuales y no parece que vayan a serlo pronto. El problema más interesante no es cómo arreglar este enredo sino qué significa todo este fermento». Lee el resto de esta entrada

NOTAS PARA EL ESTUDIO DE LA PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL EN LA CUBA DE LOS NOVENTA

En el inicio de la sesión teórica del Taller Nacional de Crítica Cinematográfica, nos faltó el fluido eléctrico en la primera hora, por lo que debí exponer oralmente lo que ya llevaba por escrito. De cualquier manera, yo iba a leer apenas un fragmento de un texto demasiado extenso, que intenta hablar del fenómeno audiovisual en la Cuba de los noventa, pero antes, propone poner bajo sospecha las metodologías y herramientas que hasta ahora hemos estado utilizando para representarnos críticamente estos fenómenos. El breve debate suscitado me confirma que falta un mundo por hacer en este terreno. Comparto con los amigos un par de cuartillas de ese ensayo todavía en construcción.

Juan Antonio Garcia Borrero

NOTAS PARA EL ESTUDIO DE LA PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL EN LA CUBA DE LOS NOVENTA

I.

En el análisis de la producción audiovisual cubana, la segmentación por décadas de acuerdo a una imaginaria línea evolutiva, junto al realce de la obra de determinados autores o “hitos”, sigue resultando la práctica más dominante. Académicamente, esta manera de enfocar las dinámicas culturales, asociada a la llamada “historia-panteón, consistente en la sacralización de los grandes nombres de autores o películas”[i], ya no goza de la posición cimera, luego de la incorporación de herramientas y modelos interpretativos que han permitido enriquecer el estudio de estos fenómenos desde perspectivas más complejas.

Con el uso de estas nuevas metodologías se ha logrado trascender esa suerte de mecanicismo intelectual que agregaba los períodos históricos sin tomar en cuenta aquellos elementos que conformarían la verdadera unidad del fenómeno, no solo en la dimensión más física, sino también en la espiritual. Gracias a ello, el objeto de estudio ya no es aislado del entorno donde nació, o reducido a sus aspectos ideológicos, estéticos, o sicológicos, sino que se intenta aprehender en toda su complejidad y dinamismo.

En lo que al cine se refiere, ya en las postrimerías de los años sesenta del siglo pasado, el francés Jean Mitry había hecho notar en la introducción del primer volumen de su “Histoire du cinema” sus reparos críticos a los antiguos enfoques historiográficos:

Una cosa aparece, pues, con claridad: por muy precisas y serias que sean las Historias del cine existentes hasta la fecha, no son más que una historia de las obras y los estilos concebida de una manera más o menos coherente (…). Ahora bien, un arte, cualquiera que éste sea, no es sólo una sucesión de obras maestras aisladas, sino un devenir temporal, una continuidad viva”.[ii]

Y más adelante describía la que a la larga se habría de convertir en su programa personal:

Se trata de valorar la aportación particular de ciertas obras en relación con las inquietudes morales o sociales que reflejan: de definir cómo y en qué medida éstas se han influido mutuamente, en qué han contribuido a la formación o a la evolución: problemas técnicos o económicos, investigaciones estéticas, condicionamiento del público, influencia de las otras artes, etc”.[iii] Lee el resto de esta entrada

UTOPÍA Y DESENCANTO EN DOS FILMES CUBANOS DE LOS 90

El desencanto en el cine cubano (mirado desde una perspectiva académica, como lo propuso en algún momento Jorge Fornet en cuanto a la literatura) todavía espera por un análisis exhaustivo. Esta ponencia presentada por Justo Planas en la segunda jornada de sesiones teóricas del 21 Taller Nacional de Crítica Cinematográfica, abre el camino a esas exploraciones de la dialéctica establecida entre la utopía y el desencanto (retomando parte de lo enunciado por Magris) en el audiovisual cubano de los noventa.

UTOPÍA Y DESENCANTO EN DOS FILMES CUBANOS DE LOS 90

Molina’s Culpa (Jorge Molina, 1992) y La Ola (Enrique Álvarez, 1995)

Por Justo Planas

Las postrimerías del XX sirvieron de inspiración para que las voces autorizadas publicaran su balance de lo que fue el pasado siglo y meditaran sobre los cambios que ha sufrido la comunidad humana en el aproximado y siempre artificial lapso de cien años. El historiador inglés Eric Hobsbawm llevó a blanco y negro su Historia del siglo XX, cuyas páginas transpiran melancolía por los tiempos pasados y pesimismo por los futuros. El politólogo norteamericano Francis Fukuyama anuncia El fin de la historia y el último hombre en 1992, que imprimió sobre la época la sensación de estar viviendo fuera de la numeración del almanaque, como si todos los días fueran un 31 de febrero. Uno de los pensadores más preclaros de la centuria, el alemán Jürgen Habermas escribiría, no sin contenido pesar, en su reflexión titulada “Nuestro breve siglo”:

En la actualidad la guerra fría continúa con los medios del trabajo historiográfico, no importa si la Unión Soviética desafía al Occidente capitalista (Eric Hobsbawm) o si el Occidente liberal lucha contra los regímenes totalitarios (François Furet). Ambas interpretaciones explican de uno o de otro modo un hecho: sólo los Estados Unidos salieron fortalecidos de ambas guerras en el mundo de la economía, de la política y de la cultura, más aún: son la única superpotencia que ha sobrevivido a la guerra fría. Esteresultado le ha dado al siglo el nombre de los Estados Unidos.

Como se sobreentiende, la caída del Bloque Socialista marca la lógica de todos estos análisis, desde lo que Hobsbawn considera como cierre del XX, hacia lo que Fukuyama asume como el fin de lo que hasta el momento habíamos entendido como historia. En esa geografía política de los 90, Cuba pasó a convertirse en un punto borroso dentro del llamado mundo unipolar, siendo por una parte declaradamente socialista, pero por la otra demasiado chiquita y periférica como para ser tomada en cuenta por el trazo grueso de la historia universal. Lee el resto de esta entrada

GUSTAVO ARCOS SOBRE EL ISA EN LOS NOVENTA…

Le pedí a Gustavo Arcos una reflexión en torno a lo acontecido con el Instituto Superior de Arte en esos años noventa que finalmente revisamos en el 21 Taller Nacional de Crítica Cinematográfica. Normalmente lo acontecido en ese campus no es tomado en cuenta por los análisis tradicionales. Y sin embargo, yo pienso que allí comenzaba a germinar mucho de lo que hoy nos inquieta. El texto de Arcos es polémico, como suelen ser los suyos, e invita a seguir pensando el asunto…

HABÍA UNA VEZ…

Por Gustavo Arcos

Mi amigo Juan Antonio me ha pedido que escriba unas palabras sobre la historia de la Facultad de Medios Audiovisuales. El Taller de Crítica Cinematográfica dedica su presente edición a leer la década de los 90 desde la perspectiva del cine, el arte y los creadores, en un proceso interactivo que no excluye al contexto. Pero… ¿cómo escribir de algo que ha estado tan silenciado e invisible? Viajar en el tiempo es un acto traumático, si además lo hacemos a un territorio casi inexplorado, la empresa puede ser una locura.

Dicen que los sueños de la razón, engendran monstruos. Espero que éste no sea el caso y así evitamos que nos devore a todos antes de terminar mi exposición. Aclaro, que parto de una lógica especulativa que pretende: recordar, sugerir y provocar. Ojalá, surjan de ella, nuevos acercamientos y lecturas, pues estamos hablando de un espacio institucional que ha producido una vasta obra cultural en sus casi 30 años de existencia.

Primero a lo primero; llegué como profesor de Historia del Cine, a la Facultad de Medios Audiovisuales a finales de los noventa, el mismo año que se le otorgaba al Instituto Superior de Arte, una extraña distinción, el Premio Imperial de las Artes que confería una Asociación Japonesa de alto nivel. En ese momento, la escuelita de cine, que es como casi todo el mundo la conocía, estaba ubicada en una casona de la calle 5ta y 20, frente a la embajada del Congo, ¿o era de Nigeria?, en la lujosa barriada de Miramar y solo ofrecía cursos por encuentros quincenales, a trabajadores de los medios. El lugar podía ser muchas cosas, pero nadie podía imaginar que detrás de la copiosa vegetación que cubría su entrada, se diseñaba de alguna manera el futuro de la industria audiovisual del país. Lee el resto de esta entrada

AFINIDADES EXISTENCIALISTAS DE MADAGASCAR Y LA VIDA ES SILBAR

Otro crítico que envió su ponencia, como una manera de estar presente en el evento fue Joel del Río. Su aproximación al cine de Fernando Pérez desde la perspectiva existencialista resulta novedosa entre nosotros, dado los prejuicios que hasta hace poco predominaban en torno a esa corriente filosófica.

AFINIDADES EXISTENCIALISTAS DE MADAGASCAR Y LA VIDA ES SILBAR

Por Joel del Río

Profundamente utilizado por el cine, el existencialismo filosófico tuvo sus raíces en el siglo XIX, a partir de algunos escritos de Søren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche. Un siglo después, en la segunda mitad del siglo XX, todavía resultaba preeminente esta tendencia cuyos conceptos eran replicados sin cesar por el cine de autor a la europea, paradigma del ICAIC desde los años sesenta hasta hoy mismo. Si entre las divinidades tutelares de nuestros cineastas se encontraban los angustiados y egotistas Jean-Luc Godard, Andrei Tarkovski, Luchino Visconti, Luis Buñuel y Alain Resnais, es evidente que sus filmes, y las producciones cubanas relacionadas con este tipo de cine, se relacionara visceralmente con el cuestionamiento metafísico, la angustia, la melancolía, o el anhelo de trascendencia, en tributo más o menos consciente al sistema de ideas propuesto por el mencionado Kierkegaard, y confirmado luego por otros filósofos como Martin Heidegger, entre otros. Por todas estas razones, y otras que expondremos más adelante, el existencialismo de Kierkegaard y Heidegger pudieran ser auxiliares importantes para el estudio de contenido de los dos filmes dirigidos por Fernando Pérez en los años noventa: Madagascar (1993) y La vida es silbar (1998).

Condicionado por una atmósfera de pesimismo y melancolía, predominante luego de la primera y segunda guerras mundiales, el existencialismo remarcó el acento autoral de ciertos filmes interesados en determinar ciertos sentidos que debiera tener la vida, es decir, las razones esenciales por las cuales somos, estamos y caminamos hacia ignoto destino. Luego de la calamidad material y espiritual que significó el advenimiento de la última década del siglo XX, el cine cubano se encontraba particularmente predispuesto para tales subrayados existencialistas. La llamada Trilogía del Periodo Especial de Fernando Pérez, integrada por Madagascar, La vida es silbar y Suite Habana (2003) coloca la incertidumbre al centro de su dramaturgia, y se concentra, al igual que cualquier tratado existencialista, en el análisis de la condición humana amenazada, la responsabilidad individual ante cada naufragio cotidiano, y los cuestionamientos sobre el significado de la existencia, justo cuando la inestabilidad y las indecisiones invaden con sombríos acentos[1] nuestra supuestamente festiva idiosincrasia.

El Madagascar de Kierkegaard

En el mismo momento en que la palabra crisis era la más frecuente en Cuba, crisis del aparato productivo, crisis agroalimentaria, crisis financiera y crisis energética; aumento de la desigualdad social que conlleva pérdida de valores y origina el auge del individualismo, la competencia, la prostitución y el hurto; crisis de vivienda a la cual se sumó el creciente deterioro del fondo habitacional de la capital… Fernando Pérez concibe el proyecto que originó Madagascar, coescrita con Manuel Rodríguez a partir del cuento Los Beatles vs Duran Duran, de Mirtha Yáñez. El breve relato le permitió concentrarse en la tragedia de incomunicación entre una madre cansada de todo y su hija inconforme con todo, y así distanciarse del tratamiento periodístico, factual, de la crisis cubana para analizar las contradicciones, desesperanzas y angustias de una cubana que, en varios momentos de la película, se detiene a preguntarse quién soy, qué quiero y adónde voy yo y mi familia, y mi país. Tal confrontación con el medio y consigo mismo aparece perfectamente definida en el texto Concepto de la angustia, de Kierkegaard, como el llamado sentimiento de la posibilidad, o de libre albedrío limitado, o de libertad finita e impedida por las circunstancias. Tal posibilidad o libertad individual es una fuente que genera ansiedad y consternación perennes, las mismas que sentía la madre cuando intentaba localizarse vanamente en la foto panorámica de un mitin multitudinario, cuando trata de comprender los constantes ciclos de prueba y error emprendidos por su hija. Según el filósofo, la angustia inherente al ser se relaciona con lo que es posible ocurra en el futuro, o el triunfo de la nada, o mejor dicho, la posibilidad aniquiladora representada por un futuro tremebundo y verificable. Tal vez esa nada triunfal pueda localizarse en ese viaje a ninguna parte, a Madagascar, que primero sueña la hija y luego la madre. Lee el resto de esta entrada