Archivos diarios: septiembre 20, 2012

UN PARQUE, UNA DESPEDIDA

Ya empezaron a demoler el parquecito que estaba entre los cines Casablanca y Encanto de Camagüey. Y el local del fondo que durante mucho tiempo funcionó como Departamento de Promoción Cinematográfica, y del cual fui jefe durante más o menos quince años. Todo esto a propósito del “Paseo temático del cine” que tendremos en el 2014 por el aniversario 500 de la ciudad.

Durante los noventa del siglo pasado, ese pequeño parque tuvo su hechizo colectivo. Allí se congregaban sobre todo la gente joven para ver los fragmentos de películas y los videos musicales que exhibíamos en un televisor debidamente amplificado. Y entre musicales y avances, el viejo Tororico anunciando las películas que se exhibían por esas jornadas en los cines.

Dentro de unos días nada quedará físicamente de ese lugar. Nada, salvo las fotos que estoy tomando, entre curioso y expectante, de ese proceso persistente de demolición. Los historiadores, en un futuro, tal vez hablen de un modo vago de que allí, alguna vez, existió algo que los pobladores de entonces llamaban “el parquecito de los cines”, donde exhibíamos hasta película en 16 mm. Pero en sentido general, lo único que los nuevos moradores percibirán (hasta que a su vez dejen de verlo por el exceso de costumbre) será ese nuevo callejón peatonal que los de ahora estamos proyectando en nuestras mentes.

Entonces los futuros camagüeyanos verán ese elegante bar Casablanca que aún no existe, pero que en mis sueños presentes se me antoja como el único lugar de la ciudad donde se podrá escuchar hasta el amanecer (¡ay, Nueva Orleáns, cuánto me has marcado!) buenas descargas de jazz, en medio de afiches que remiten al “cine negro”, al cine de las mujeres fatales que miran a cámara con su cigarrillo a medio consumir, y obligan al buenazo de Rick (Bogart) a rogarle a Sam (Dooley Wilson) que toque por enésima vez la dichosa “As Time Goes By”.

No quiero parecer demasiado enfático en estos apuntes que hago. Exaltar demasiado lo que va quedando naturalmente atrás, en el fondo no está haciendo otra cosa que enmascarar el miedo a lo nuevo. Y nos coloca sin querer al borde del ridículo permanente. Lo auténtico estaría, en todo caso, en dejar una nota serena que haga saber de modo escueto y sin estridencia que allí existió algo que fue importante para la gente de entonces. Nada más.

Tal vez deba corregir lo anterior: la gente de entonces es apenas el individuo que soy yo mismo en este momento. El que ahora se asoma a este parque que está a punto de desaparecer para siempre y congela en una foto el instante preciso en que un pedazo de muro cae cerca de mis pies, provocando un estruendo similar al de algún portazo feroz en víspera de un divorcio tempestuoso. Para el caso, el divorcio del cine tal como lo entendíamos el siglo pasado con la nueva época.

Como amante empedernido que he sido de ese cine que nos deja, imprimiré esa foto, y al dorso anotaré una de las tantas greguerías de Ramón Gómez de la Serna: “Donde rompen los amantes para siempre queda el monumento de su despedida. Lo volverán a ver intacto y marmóreo cuantas veces pasan por este sitio”.

Juan Antonio García Borrero