EN EL OTRO LABERINTO DEL FAUNO

Acabo de volver a este laberinto del fauno que es mi cueva, después de tres días “allá afuera” que me han parecido tres reencarnaciones. Hacía dos años exactos que no “andaba La Habana”. Aunque, en realidad, no estuve en La Habana. Estuve en el Centro Teórico- Cultural “Criterios”, luego de aceptar la propuesta que Desiderio Navarro, uno de los intelectuales que más ha hecho por encumbrar el pensamiento crítico dentro de la isla, me hiciera con el fin de preparar una conferencia sobre el cine cubano y el llamado “quinquenio gris”.

Y heme aquí, convertido en apóstata de mi juramento de nunca más ventilar en la esfera pública incertidumbres que al final son solo eso: incertidumbres personales. Sigo convencido de que si el mundo, tal como parece ser, es una casa de locos, lo mejor no es pretender arreglar el mundo, sino apresurarse en ordenar un poco el cubículo que nos toca en el loquero mundial. Mi cubículo es esta cueva.

El Centro “Criterios” está ubicado en el noveno piso del ICAIC. Tan pronto entré al recinto, vino a mi mente aquella primera ocasión en que visité el lugar. Entonces era biblioteca, y yo un muchachito deslumbrado con el mito de la institución. Me parecía mentira que estuviese tan cerca de Titón. De Santiago Álvarez. De Julio García Espinosa. Y de tantos otros a los que no me atrevía ni saludarlos.

Han pasado como veinte años, pero todavía perdura dentro de mí la imagen de aquel bibliotecario que ahora no retengo el nombre, y esa imagen se funde con la actual, como si en la más cuidadosa de las disolvencias, Dios (nuestro editor más drástico) hiciera que aquella secuencia se fundiera de forma sutil en esta (algunas veces he pensado que en nuestras madrugadas, Dios revisa los rushes que ha filmado con nosotros de día: ¿cuál será su corte final?, ¿cuántos estaremos condenados a ser descartados para siempre de su particular “Memorias del subdesarrollo”?).

Lo que leí en “Criterios” es discutible en mil puntos, pero la mejor manera de festejar la trascendencia cultural de una institución que está a punto de cumplir cincuenta años, es asumiendo la misma energía crítica con que nació. De lo contrario estaríamos hablando de un museo. Además, la idea era esa: estimular el debate. Si se compara con lo que me cuentan de las primeras conferencias convocadas por el Centro, es cierto que esta vez el número de asistentes estuvo muy por debajo de lo esperado. Pero como yo no estoy por los números grandes, sin que eso suene a vanidad de vanidades, puedo afirmar que el auditorio fue de lujo.

Seguro olvido a alguno, o dejo de nombrar a alguien que no conozco personalmente. Pero allí estaban, entre otros, Luciano Castillo, Enrique Colina, Enrique Pineda Barnet, Mirtha Ibarra, Mario Naito, Víctor Fowler, Arturo Arango, Magalis Espinosa, Reinaldo Montero, Humberto Padrón, Mailyn Machado,Sandra del Valle, Mario Coyula (y estoy seguro que también su hijo Miguel, porque ya Marta le habrá contado por correo esa misma noche). Y había mucha gente joven. Sobre todo eso: muchos jóvenes.

Por otro lado, tengo en mi buzón mensajes de cineastas que dicen no haberse enterado de la convocatoria. Me hubiese encantado contar con la presencia de más cineastas. No para que me escucharan, que eso es lo que menos importa, sino para escuchar los puntos de vista de ellos, sus reflexiones. Supongo que una vez que Desiderio Navarro haga circular el texto (bastante extenso) aparecerán no se sabe cuántos reparos, como aquella vez de “La utopía confiscada”. Por lo pronto, me alegró muchísimo que al menos Colina y Pineda Barnet, dos de los más renombrados creadores del ICAIC, estuviesen en la lectura. Me consta que las matizaciones de Colina merecerían la misma o más publicidad que la conferencia.

Hace poco colgué un post donde intento llamar la atención sobre el tremendo peligro que implica dejar en manos solamente de los críticos la conformación de una “Historia del cine cubano”. Urge promover la “intra-historia” del ICAIC, esa que de alguna forma han estado impulsando, tal vez sin saberlo, Alfredo Guevara, Gutiérrez Alea (a través del epistolario preparado por Mirtha Ibarra), Fausto Canel, o Alberto Roldán, con sus respectivos libros. O la mirada que ha propuesto Luciano Castillo en su volumen “A contraluz”. También tengo entendido que Pineda Barnet tiene filmado no se sabe a cuántos cineastas: tal vez esas confesiones lleguen a ser las mejores memorias del ICAIC.

Pero ahora todo eso, al menos para mí, forma parte del pasado. Estoy de nuevo en mi cueva, y supongo que tendrán que transcurrir otros veinte años para que yo acepte una propuesta similar a la de Desiderio Navarro. No es que me parezca cuestionable este tipo de evento público. Al contrario: Cuba lo que necesita es más transparencia aún en sus debates. Y como el cine, parafraseando aquel bocadillo que se escucha en “El cartero”, no es de quien lo hace, sino de quien lo necesita, es perfectamente entendible que se hable con pasión del cine cubano, aún cuando ya no esté de moda discutirlo apasionadamente (como en los sesenta).

Repito: eso es bueno. Pero lo mío es la cueva. Desde luego que me encantaría tener al alcance de mis manos todas las películas del cine cubano, y escrutar, fotograma a fotograma, la naturaleza de ese discurso fílmico que llega hasta hoy. Perseguir a los cineastas y provocarlos con preguntas incómodas. Revisar las publicaciones que aborden el asunto. No puede ser, porque vivo en Camagüey, y acá el asunto no importa tanto: no hay archivos, no hay cinematecas, y ya no quedan casi salas de cines. No me quejo, porque me quedan, sin embargo, los deseos de seguir pensándolo.

Sé que pretender hablarle sin prejuicios al cine cubano desde Camagüey, es obviamente cosa de locos. Si insisto es porque me auxilia la lucidez de ese gran loco que fue Robert Walser. Como todos sabemos, Walser pasó la segunda mitad de su vida felizmente recluido en un manicomio, y en medio de su “chifladura” alcanzó a legarnos observaciones tan formidables como esta: “Poder soñar en un modesto rincón, sin tener que responder a continuas pretensiones, no es ningún martirio”.

Juan Antonio García Borrero

Publicado el septiembre 5, 2008 en REFLEXIONES. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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