Archivos diarios: septiembre 30, 2008

PUERTAS CERRADAS

Cuando éramos muchachos, y retozábamos en el callejón que está al costado de la iglesia de Santa Ana, teníamos una frase mágica para interrumpir el juego sin dejar la impresión de que nos rendíamos. En medio del sofoco pedíamos “tiempo”, y todo el mundo aprovechaba para reponer fuerzas. Eso es lo que ahora me estoy pidiendo a mí mismo con el blog: “tiempo”. Un “tiempo” que me gustaría exigírselo al Tiempo (con mayúsculas), mas ya sabemos que éste último es bien mezquino en préstamos de esa índole.

“Cine cubano, la pupila insomne” se ha convertido en mi vicio favorito, pero adicción al fin, también en mi peor adversario. Todavía no sé muy bien por qué lo he mantenido, ni para qué. Creo que en el fondo se trata de un experimento parecido al que se propuso Stuart Mill entre el 8 de enero y el 15 de abril de 1854, cuando decidió escribir aquel brevísimo diario (que nada tiene que ver con su famosa “Autobiografía”), donde trata de paliar la crisis emocional provocada por la enfermedad de la mujer que más amó. Lo que anotó Mill el primer día, de haber contado con Internet, podría figurar como el primer post de la historia de la humanidad:

“Este librito es un experimento. Aparte de cualquier otra cosa que pueda lograr, servirá para ejemplificar, al menos en el caso del autor, qué efecto se produce en la mente cuando uno se obliga a tener por lo menos un pensamiento cada día, que merezca ponerse por escrito. Para este propósito no puede contar como pensamiento el mero especialismo, ya sea de ciencia o de práctica. Tiene que estar referido a la vida, al sentimiento o a la alta especulación metafísica. Probablemente, lo primero que descubriré en el intento será que, en vez de uno por día, sólo tenga un pensamiento así una vez al mes; y que sean solo repeticiones de pensamientos tan conocidos de todos, que ponerlos por escrito sólo serviría para revelar la pobreza de la tierra”.

Admito que ahora mismo la obligación de poner casi todos los días por escrito un pensamiento relacionado con el cine cubano, suena a desmesura. A pose jurásica. No es que el cine cubano no lo merezca, pero se trata de otra época. Ya quedaron para siempre atrás esos tiempos fundacionales en que se discutía de modo febril el papel del cine en la sociedad, y cineastas y críticos, a la par, fomentaban un debate público que rebasaba el interés local, involucrando a personalidades del mundo que iban desde Zavattini a un Wajda tempranamente consagrado.

Quizás hoy más que hablar del cine cubano, deberíamos dedicar los mayores esfuerzos a estudiar y entender esa suerte de “efecto espectador” que ha terminado por naturalizarse en nuestras vidas. ¿Por qué no se discute ya el cine cubano?, ¿por qué esa merma evidente de herejías intelectuales (al estilo de las que fomentaban Alfredo Guevara, García Espinosa, o Gutiérrez Alea), y su reemplazo por un culto al pasado que raya a ratos con el fetichismo?, ¿por qué esa escandalosa espiral del silencio? Y lo peor: ¿por qué esa letal apatía entre los más jóvenes a exponer y confrontar sus puntos de vista?

Pienso que esa dejadez, entre otras cosas, responde a una época donde ya el cine ha sido relegado a la retaguardia, y es el audiovisual (en sentido general) lo que gana el protagonismo. Pero ese audiovisual (entendido como un conjunto de prácticas muy diversas entre sí) todavía no tiene entre nosotros una teoría clara que lo legitime como un corpus cultural de interés académico. Y no hay tampoco una voluntad institucional interesada en impulsar esos debates. No bastan Muestras y estrenos puntuales: se necesita crear entre los más jóvenes ese vicio intelectual al que se refería Mill, crear la “atmósfera” donde el oxígeno sea el intercambio incesante de ideas.

Quizás estemos en presencia de ese momento recurrente en que se solapan las futuras discusiones: no me extrañaría que dentro de muy poco el audiovisual cubano se vea envuelto en otro debate entre “antiguos” y “modernos”, y jóvenes exasperados la emprendan contra el viejo modo de representar (o no representar) la realidad.

En medio de todo esto, la invitación de Mill acerca de proponernos un pensamiento diario que merezca ponerse por escrito, es valiosa en la medida en que, como individuo, nos ayuda a no dejarnos tentar por la comodidad del sopor. No obstante, para mí queda claro que las opiniones de un bloguero nada tienen de extraordinarias. Un blogger no es un nuevo Mesías anunciando verdades absolutas. Su único mérito está en que esas ideas que defiende compiten en igualdad de condiciones en un mundo donde no hay límites, a no ser los que uno mismo se imponga. Más que lidiar con los demás, el blogger aprende a lidiar consigo mismo, y a no dejarse encadenar por el automatismo, por el miedo, o por los extremos que en cualquiera de sus variantes (ya sea a la izquierda o a la derecha), lo simplifica todo.

Fuera de eso tan íntimo, no pasa nada más. Da lo mismo que se viva en La Habana que en Camagüey. En Miami que en Madrid. En México que en Barcelona. En Londres que en París. Con blogs o sin blogs, el mundo seguirá su curso, indiferente a la opinión que en cada momento expresamos. Ningún blog le cambia la vida a nadie. Solo se la transforma un poco al que lo administra, que después de un tiempo comienza a entender con claridad lo que tanto se ha dicho del pensamiento por cabeza propia, como surtidor de dignidad y orgullo.

Por cierto, que esa condición de dios menor del bloguero me hace recordar un hermoso poema escrito por el cubano Domingo Alfonso, y que me gustaría dejar aquí a manera de epílogo de esta aventura (la llamo. en broma, mi “blogodisea”) que aún no sé cuándo retome (si la retomo). Por ahora, solo sé que las puertas de la cueva permanecen cerradas (hasta nuevo aviso).

Juan Antonio García Borrero

PERO LAS PUERTAS PERMANECEN CERRADAS

Hablo de ti, pequeño hombre:
de tu fardo de angustias, de tu escritura.

No puedo compararte con el Héroe.

Tu campo de batalla son los días iguales
en medio de objetos que carecen de prestigio.
No percibo tu influencia;
Tu sola herramienta son las palabras:
llave para muy pocas personas.
¿Con quién comparar tu falta de relieve?
No puedes mover las bisagras del mundo.
En medio de millones, eres un punto
rodeado de soledad y silencio.

Avanza tu figura por las horas del tiempo
con tan poco luz que mengua ante la oscuridad.
Un hálito de temor preside el entorno que te cerca.
Cargado de incertidumbre, presa de un poco de miedo
te mueves en esa habitación oscura;
pero las puertas permanecen cerradas.

Domingo Alfonso