Archivos diarios: agosto 15, 2010

FIN DE TEMPORADA

Desde hace un tiempo estoy intentando ponerle al blog una pausa larga. Ahora aprovecho que ha llegado agosto (mes que suele asociarse con las vacaciones, el descanso), para hacer mutis por un período bastante extenso, en tanto debo concentrarme en varios compromisos aplazados. Sin embargo, la sección de los comentarios seguirá activa.

Mantener el blog durante todos estos años ha sido para mí un verdadero placer. Y una fuente sin par de conocimientos. Un experimento que me ha permitido romper muchas veces con las convenciones establecidas en el gremio. En ese sentido me siento un privilegiado, pues he tenido la oportunidad de ocuparme de algo que me permite disfrutar con su ejecución, aún cuando no obtenga remuneración alguna a cambio. Sobre todo me he sentido libre, y dueño de lo que hago.

Así son las cosas de la vida: conozco pocas personas que se sienten a gusto con lo que hacen todos los días, a pesar de que pueden ganar muchísimo dinero y lujos por esa vía. Lo hacen porque no les queda otro remedio, no porque sientan una necesidad íntima. No todo el mundo tiene la oportunidad de descubrir una pasión que lo salve de las fauces de la rutina.

No obstante lo anterior, creo que todo tiene su ciclo. Además de que aquí también lo multidimensional opera, pues aunque placentero, desde Cuba es una verdadera agonía mantener actualizado el sitio. No sólo por la desesperante lentitud de la conexión, sino por el hecho de que muchas veces se caen los enlaces.

Ya sé que esto que diré a continuación es un lugar común, pero no quisiera dejar de agradecer a todos los amigos que han convertido a “Cine cubano, la pupila insomne” en una página donde “la cultura del debate” sí es posible. En lo personal, he aprendido un mundo. Gracias de corazón por sus contribuciones, y ojalá nos veamos en una próxima temporada blogueril, para seguir hablando y debatiendo del audiovisual hecho por cubanos en cualquier época o parte del planeta.

Esto último (conversar sin ánimo de imponer petulantes protagonismos) es lo único que, en mi criterio, adquiere sentido en medio de tanta fugacidad generalizada. Reconozco que en los últimos tiempos me interesa menos la visión antropocéntrica de la vida, que la observación del lugar que ocupamos en el vasto universo. Creo que si atendiéramos más a las leyes de la Naturaleza que a los imperativos morales que inventan los hombres contra sus semejantes, nos sentiríamos más a gusto con nosotros mismos. Pues todo puede parecer vano si terminamos creyendo que son las glorias sociales, la fama, o las riquezas, lo que nos va a conceder el sosiego.

Los camagüeyanos tenemos una hermosa leyenda que resume con maestría este asunto. Basta entrar a la necrópolis de la ciudad y toparse con el célebre epitafio que evoca el final de Dolores Rondón, una hermosa mujer enterrada en 1863 en una fosa común, luego de fallecer producto de una epidemia de viruela.

Se dice que la Rondón despreció en vida el amor de un humilde barbero para casarse con un oficial español, y que fue el despechado fígaro quien después de muerta le construyó aquella inusual lápida con esta décima aleccionadora:

“Aquí Dolores Rondón/ finalizó su carrera, / ven mortal y considera/ la grandeza cuales son: / el orgullo y presunción/ la opulencia y el poder, / todo llega a fenecer/ pues solo se inmortaliza/ el mal que se economiza/ y el bien que se puede hacer”.

Juan Antonio García Borrero

EDUARDO MUÑOZ BACHS

Ahora no alcanzo a precisar si fue para el Quinto Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica (celebrado en Camagüey en el año 1997), que le pedimos a Muñoz Bachs (Valencia, 1937/ La Habana, 2001) diseñara el cartel del evento.

Los recuerdos se me desdibujan. Por eso intento apresarlos en estas breves notas. Pescarlos en el río revuelto de esa desmemoria donde apenas sobreviven equívocas ganancias para los ingratos. Si, como es de lamentar, no existe en la ciudad un sitio en que puedan apreciarse las huellas físicas del homenaje al Taller de Camagüey de uno de los artistas gráficos más relevantes de Cuba, al menos quedarán estas evocaciones lanzadas al mar infinito de la blogosfera. Alguien (puede que los nietos de mis biznietos) quizás las retengan algún día.

Muñoz Bachs fue el diseñador del primer cartel cinematográfico realizado por el ICAIC para la película “Historias de la Revolución”, de Gutiérrez Alea. Con él comenzó esa fértil tradición del cartel cubano asociado al cine, a través de la cual el afichista se liberaba de la servidumbre comercial, para proponerse un arte gráfico verdaderamente revolucionario, a la altura de lo que estaba pasando por esa época en la sociedad.

Por una conmovedora evocación de su hermana Ana María Muñoz Bachs, sabemos que el padre de ambos era capitán del ejército republicano, y que tras la victoria franquista, había decidido refugiarse en París. “Mi hermano y yo nunca fuimos conscientes de cuántas vueltas dimos por el mundo”, nos expresa Ana María al describirnos ese agónico peregrinaje que los hizo conocer, no precisamente en forma voluntaria, lugares como Marsella, Antillas Francesas, Santo Domingo, y por último, desembarcar en Cuba luego de viajar los cuatro “en la bodega de un barco”.

Hay un dicho que asegura que el mundo es un pañuelo. Es solo un dicho, desde luego, pero no deja de resultar sorprendente cómo la vida, en ocasiones, proporciona coincidencias que nos obliga a pensar en la pequeñez del planeta como vecindario. Según Ana María:

“(…) Junto a otros republicanos españoles, nuestros padres idearon fundar una escuela en la provincia de Camagüey. La bautizaron “Ignacio Agramonte”, nombre del más ilustre patriota cubano oriundo de esa región. Abarcaba la enseñanza primaria y el bachillerato. El hecho de que fueran catedráticos europeos quienes formaran a aquellos alumnos tuvo un fuerte impacto, y la escuela-instituto alcanzó el éxito, pero la jerarquía eclesiástica tildó de comunistas a quienes eran personas de izquierda, y por tal motivo, en aquella provincia de fuerte catolicismo, la institución fracasó”. (1)

Al final renunciaron seguir hacia México, que se estaba convirtiendo en el lugar preferido de la comunidad de españoles exiliados. Se quedaron en La Habana, para comenzar otra vez desde cero: el padre, trabajando “bajo cuerda” como colaborador de una emisora, y la madre, dedicada a cuidar de los críos. Ambos resignados a olvidar los estudios de Filosofía y Letras cumplidos en la Universidad de Madrid. La vida típica de quien se ve separado de manera destemplada del contexto que lo vio nacer. Solo que esta sería una familia que no se habría de rendir ante las adversidades: el padre consiguió convertirse en autor radial exclusivo de Sabatés, S.A., encargándose de la exitosa serie “Tamakún, el Vengador Errante”, y la madre revalidar su carrera en la Universidad de La Habana, llegando a trabajar como adaptadora de novelas para la televisión.

Toda vocación artística siempre será un misterio, pero parece real que tener en casa creadores puede contribuir a liberar esas pulsiones. Por eso se entiende un poco mejor que un día Muñoz Bachs resolviera abandonar su tercer año de bachillerato, con el consentimiento de sus padres, y se dedicase a trabajar en el Departamento de Publicidad de la CMQ “haciendo telups, ilustraciones y caricaturas para la incipiente televisión que llegó a Cuba en 1950” (2). Más tarde, en 1957, pasa a la Agencia Publicitaria Siboney incursionando en el mundo de los dibujos animados, junto a futuros fundadores del Departamento de Animación del ICAIC (Jesús de Armas, Hernán Henríquez). Esos antecedentes facilitarían su ingreso a la primera institución cultural creada en marzo de 1959 por el Gobierno Revolucionario.

Los aportes gráficos de Muñoz Bachs a ese cine fundacional se hicieron rápidamente inconfundibles. Animados como “El maná” (1960), “La prensa seria” (1960), “El tiburón y las sardinas” (1962), o “Cuba sí Yanquis no” (1963), contaron con sus sugerentes trazos, y, como bien afirma la estudiosa Sara Vega, anticiparon algunas de las claves utilizadas por Bachs en su cartelística: “amplia gama cromática, dominio pleno de la ilustración y eficaz utilización del humor” (3).

Por otro lado, tenía el don de la creatividad insomne. Por eso explorar el conjunto de carteles diseñados por Muñoz Bachs significa asomarse a un amplio panorama de lo exhibido en Cuba, ya fuera producción nacional, o filmes extranjeros. Era un coloso del dibujo. Sin embargo, quien se topara por primera vez con Muñoz Bachs, e iniciara con él alguna conversación, difícilmente podría enterarse por boca de éste de la jerarquía artística que ha adquirido su desempeño dentro de la gráfica nacional. Al menos esa es la impresión que perdura en mí de nuestro único encuentro: un hombre modesto, demasiado modesto, que prefería hablar de lo que había visto de meritorio en los otros (sus influencias, quizás), antes que vanagloriarse de lo suyo.

Sin embargo, del elogio de los expertos no pudo evadirse. “Uno de los imprescindibles”, le ha llamado Sara Vega; “La mano izquierda de Dios”, le ha nombrado el también artista plástico hispano-cubano Rafael Morante. En sus numerosos carteles podemos verificar todavía la justeza de esos calificativos. Y suerte que tenemos un documental como “El cine y yo” (1995), de Mayra Vilasís, donde se le rinde en vida el homenaje que tanto mereció. Que sigue mereciendo.

Juan Antonio García Borrero

Notas:
1) Ana María Muñoz Bachs. “Evocación”. En “Imágenes de cine. Eduardo Muñoz Bachs”. Pentagraf Editorial, Valencia, 2007, p 28.
2) Ana María Muñoz Bachs. “Evocación”. En “Imágenes de cine. Eduardo Muñoz Bachs”. Pentagraf Editorial, Valencia, 2007, p 37.
3) Sara Vega. “Uno de los imprescindibles”. En “Imágenes de cine. Eduardo Muñoz Bachs”. Pentagraf Editorial, Valencia, 2007, p 51.