Archivos diarios: febrero 14, 2018

DE GARCÍA BORRERO A ROLANDO LEYVA CABALLERO (2)

Estimado Rolando:

Yo también doy por terminado el debate. Ni tú ni yo poseemos la Verdad Absoluta sobre estos temas, así que si los lectores tuviesen ahora más dudas que antes del intercambio, la discusión habría valido la pena. Al menos para mí, eso es lo importante: remover ideas, más que tratar de imponer las mías.

En lo personal, estos debates también me sirven para tantear las posibilidades reales que tendría un tipo de crítica que no renuncia a la confrontación, pero asumiendo a la asertividad como su principal perfil. Para mí eso es fundamental, porque es lo que me permite entender que el mundo no está hecho, sino que lo hacemos a diario con nuestras percepciones, nuestros combates, nuestras filias y nuestras fobias.

Y que excluir al otro tan solo porque tiene una visión diferente a la mía, sencillamente es autoritarismo disfrazado. Es lo que me permite comprender que José Manuel Valdés Rodríguez, Mirta Aguirre, o Mario Rodríguez Alemán, al margen de posiciones ideológicas con las que discrepas, tenían también verdades que enseñarnos (no en balde fueron grandes maestros, personas muy cultas): contribuyeron a mi formación, aunque en estos instantes yo ande buscando otros caminos interpretativos.

De todos modos, ahora que me invitas a pensarlo, creo que mi referente epistemológico más remoto sigue estando en André Bazin, y el deslumbramiento que provocó en mí su descubrimiento como autor aquella mañana ya lejana en la sala de Arte de la Biblioteca Provincial “Julio Antonio Mella”. Entonces copié a mano esa observación que, pese al tiempo transcurrido, los críticos más tarde descubiertos, el montón de libros leídos, sigo repitiéndome una y otra vez:

La verdad en la crítica no se define por no sé qué exactitud, mensurable y objetiva, sino más bien por la excitación intelectual provocada en el lector: su calidad y su amplitud. La función del crítico no es la de poner sobre una bandeja de plata una verdad que no existe, sino la de ampliar al máximo posible la inteligencia y la sensibilidad de aquéllos que le leen, el choque de la obra de arte”.

En nuestra polémica has traído a la luz verdades irrefutables mezcladas con falsos argumentos que apelan más a la adjetivación emotiva y lo connotativo, que a lo racional. Cuando dices “Incurres quizás sin querer en la actitud del comisario cultural” o sugieres que mi réplica “demoniza la actitud contestataria” o te convierte en “enemigo ideológico”, estás construyendo una imagen que algunos rechazarán no a partir de lo que he escrito, sino del repudio que provocan esas prácticas excluyentes.

Hay aquí, además, una contradicción flagrante, en tanto defiendes el legítimo derecho de todo ciudadano a ejercer el criterio, pero te incomoda que uno pueda oponerle a ese criterio las objeciones que se entiendan. Te das el lujo de insinuar que Ernesto Daranas ha sido domesticado ideológicamente al realizar Sergio y Serguéi, pero te parece ofensivo que alguien (que no es mi caso) te acuse de militar en el bando contrario por lo que expresas. E insisto que no es mi caso, porque como estudioso de estos temas culturales intento estar más allá de esas etiquetas ideológicas que no nos permiten valorar en todo su esplendor la riqueza de ese universo audiovisual que a diario acontece entre cubanos de todas las partes de planeta (y no solo en el ICAIC, no solo en Cuba).

Tal vez la contradicción que más me impacta es la que asociaría al sentido último de tus intervenciones públicas. En un principio pensé que estabas por dignificar el arte nacional (eso no lo he inventado yo; solo repito lo que dijiste en su momento), y ahora veo que te pronuncias por que “cada cual vea lo que quiera así sea una mierda”. Si en verdad es esto último lo que interesa legitimar, entonces, ¿a qué tanta polémica?, ¿a qué tanto vapuleo de Sergio y Serguéi?

Pero ya que estamos aquí, trataré de precisar algo: a mí no me asquea lo que está pasando con el consumo cultural en Cuba (que cada vez es más parecido al consumo global). Solo soy un estudioso que trata de establecer un diagnóstico (sin adjetivos, sin epítetos), y sobre esa base intenta imaginar mundos alternativos.

Que de eso es de lo que va el Proyecto “El Callejón de los Milagros”, por ejemplo: allí no intentamos imponerle a la gente lo que tiene que ver (es decir, no nos interesa imponerle a las personas ni El Paquete ni La Mochila), sino tratamos de llamar la atención sobre lo alternativo, y sobre el uso creativo de todo lo que tenemos a mano. Es el individuo el que tiene la última palabra (no los críticos, que serían en todo caso intermediarios), y es el sistema institucional el que tiene el deber de ofrecerle esas alternativas públicas.

Para finalizar: nada tengo contra el lenguaje incendiario que procede a martillazos. El hecho de que a mí me interese practicar el dialogo constructivo más que la demolición altisonante, no ha podido borrar el placer de leer a Schopenhauer, Nietzsche, Cioran. Pero sigo prefiriendo el término medio aristotélico a la hora de interpretar lo que sucede a mi alrededor.

Ese término medio se ha descifrado mal al asociarse al gesto cubano de “quedarse en la cerca”. Yo lo veo de otro modo: si los raptos de sinceridad crítica a la que aludes como virtud me garantizara siempre el encuentro con la Verdad, me sumaría a ella con gusto. Pero después de Marx, Nietzsche o Freud (los maestros de la sospecha), sabemos que la conciencia también nos puede engañar disimulando el protagonismo invisible que tendrían el entusiasmo o al resentimiento en nuestros actos; o sea, que también nuestra conciencia merece el mismo rigor crítico que le dedicamos a aquellos que provocan nuestra admiración o rechazo.

Pero seguramente eso daría para otro debate no menos arduo. Por lo pronto concluyo aquí.

Saludos cordiales,

Juan Antonio García Borrero

DE ROLANDO LEYVA CABALLERO A GARCÍA BORRERO (2)

El hilo invisible que nos separa.

Estimado Juan Antonio García Borrero:

Lo que denominas dispersión quizás sea la expresión escrita de la capacidad adquirida y entrenada de correlacionar fenómenos artísticos, estéticos, ideológicos, aparentemente desconectados entre sí. Quizás esos arranques de sinceridad que padezco en lo personal sean mucho más productivos que la práctica casi demencial de los mutismos selectivos, a ratos impuestos, un trastorno de la conducta que nos afecta en tanto nación y pueblo, hace tantísimo, y que a juzgar por las apariencias no revertiremos pronto.

No tengo ningún problema con reconocer en público que apuesto, está en mi naturaleza, no puedo evitarlo ni me interesa, por la demolición controlada o el desmenuzamiento del cine y los fenómenos audiovisuales, pero también de la realidad económica, social, política, de lo que ocurre en mi país, el que abandoné, pero del cual me siento deudor y depositario de una responsabilidad que asumo a consciencia, la de ejercer el criterio, un derecho ciudadano del cual el crítico se apropia como una atribución delegada por Dios.

Precisamente porque no soy partidario de la censura, y mucho menos de la autocensura consensuada, pactada con el sistema político, programática por su carácter preventivo, insisto en dejar las medias tintas, diciendo por las claras, sin eufemismos ni parábolas, lo que verdaderamente interpreto sobre los problemas o temas que atraigan mi atención, del cine pero también de la realidad social que lo sustenta en su base argumental. Lee el resto de esta entrada