SOBRE LOS PASOS DEL CRONISTA, de Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco

En la historia más reciente de la literatura cubana, pocos libros han originado una oleada de comentarios similar a la suscitada por Sobre los pasos del cronista (El quehacer intelectual de Guillermo Cabrera Infante en Cuba hasta 1965), de Elizabeth Mirabal (1986) y Carlos Velazco (1985). Que tal conmoción la provoquen dos jóvenes de veintitantos años, con el primer libro de ambos, es un punto que llama la atención, pero que tiene poco que ver con lo que devendría lo esencial: la calidad misma de la investigación.

Por cierto, no es la primera vez que leo un texto escrito en la isla por alguien tan joven, en la que Cain es punto de partida; antes ya había revisado el Trabajo de Diploma del hoy guionista y cineasta Arturo Infante titulado Otras valoraciones sobre la crítica cinematográfica de José Manuel Valdés Rodríguez y Guillermo Cabrera Infante, tutorada por Mario Piedra, y que quién sabe si pudiera resultar interesante en el plano editorial para Ediciones ICAIC, por ejemplo.

Puede entenderse la avalancha de juicios que invadieron el espacio público tras la presentación del mismo en una de las salas de la UNEAC. Se entiende, toda vez que hablamos de un anticastrista radical, cuyo nombre durante un buen tiempo fue satanizado con los peores epítetos en los medios oficiales, aunque honesto sería reconocer que los ataques y réplicas de Caín a los que se encontraban en su bando contrario nunca estuvieron por debajo en cuanto a ferocidad (y, justo es también reconocerlo, iban acompañados de un innegable talento literario).

Una de las objeciones más recurrentes se enfocaba en el hecho de que, de estar vivo, Cabrera Infante jamás hubiese colaborado con un proyecto como este por residir los autores en la isla. Pero el mejor argumento para contrarrestar ese tipo de impugnación lo encuentro en el razonamiento que Roberto González Echevarría hiciera en el prólogo de Alejo Carpentier: el peregrino en su patria, a propósito de su desencuentro inicial con el autor de El siglo de las luces. Allí nos dice González Echevarría: “Salí convencido de que hablar con Carpentier de su obra era sumamente interesante, pero no de crucial importancia para mi proyecto, que se basaba más bien en lo que Carpentier había escrito. Y eso lo podía encontrar yo por mi cuenta”.

Carlos Velazco y Elizabeth Mirabal pudieran suscribir lo mismo, pues el interés estaba en rescatar lo que en su momento vio la luz, y el tiempo dejó en el olvido. Y me parece que lo mejor está en que ambos autores han logrado mantenerse fieles todo el tiempo a lo que título y subtítulo prometían: retomar cada uno de los pasos del cronista en su quehacer intelectual en el período que llegó hasta 1965. Por otro lado, tiene razón Carlos Espinosa cuando en su reseña señala que no se trata propiamente de un ensayo, sino de una investigación. Pero tengo la impresión de que aquí lo investigativo no ha estado en función del mero rescate de hechos, sino que en la misma medida en que se han traído a la luz sucesos que la Historia “oficial” y/o su opuesta no han tomado en cuenta, y los pone a dialogar (aparentemente sin tomar partido), ya el texto se está insertando en lo tácitamente especulativo.

Hay varios momentos del libro en los que se advierte el ánimo de cuestionar “las historias” ya establecidas, y no solamente inventariar los hechos. Estoy pensando sobre todo en el segmento titulado “Memorias de la primera Cinemateca de Cuba”, el dedicado a GCI en el ICAIC, así como el que habla de lo ocurrido alrededor de la reunión de los intelectuales con Fidel Castro en 1961. Aquí los autores no solamente nos están ofreciendo un exhaustivo mapa de lo sucedido en las diversas fechas, sino que al entrecruzar testimonios de entonces y de ahora, recobrar manuscritos (“que nunca arden”, como diría Bulgákov), le incorporan a esas descripciones una vivacidad que invitan al lector a descartar lo museográfico, para en cambio asumirlas como parte de un debate nacional que es ahora que comienza.

Para empezar, me parece estimulante que los autores, lejos de pretender la construcción de una Memoria monolítica referida al período que estudian, reconozcan de manera tácita que más bien debemos hablar de grupos cuyas memorias siguen compitiendo de modo intenso por dominar la esfera pública. Creer que los historiadores, por disponer de tiempo y recursos para adentrarnos en bibliotecas y otros archivos, podemos llegar a tener la última palabra sobre estos asuntos, es una ingenuidad que estos jóvenes escritores han sabido eludir.

La Memoria colectiva es algo que estará todo el tiempo “en construcción”, y los historiadores no se salvan de formar parte de esas guerras en las cuales se persigue concederle apariencia de universalidad a aquellos valores que en su interior defienden. También el historiador es selectivo a la hora de describir ese mundo que investiga. Como un humano más, no puede evitar los sesgos, por mucho que las sofisticadas técnicas aprendidas en las academias le conceda a sus discursos cierto hálito de objetividad. Su sensibilidad seguirá perteneciendo a la época en que vive, de allí que por lo general, los recuerdos y testimonios que se utilizan devienen operativos. Sirven para demostrar una tesis, siempre de cara al presente.

Si nos atenemos a lo estrictamente público, el viraje político de Guillermo Cabrera Infante respecto al gobierno revolucionario habría que localizarlo hacia 1968, cuando concede aquella entrevista a Tomás Eloy Martínez en “Primera Plana” (Buenos Aires), la cual originará, entre otros contraataques, la ácida réplica del enmascarado Leopoldo Ávila en la revista “Verde Olivo”. Caín, en un “Preámbulo no pedido” había decidido confesar, entre otras cosas:

“Durante mucho tiempo guardé silencio. Me negué a conceder entrevistas, me encerré a trabajar y me aparté tanto de la política cubana como de los cubanos políticos de todos los colores. Todavía no escribo a otra gente en Cuba que a mi familia inmediata, cartas esporádicas y familiares. Sin resultado- porque el comunismo no admite drop-outs”.

Esto no quiere decir que hasta ese momento Cabrera Infante fuera revolucionario o algo así. En “la vida real” no existen esas identidades tan rígidas. Creo, además, que para un historiador sería de pésimo gusto pretender invadir la mente de aquellos que aparecen en su relato. Eso forma parte del mundo interior de los sujetos que se observan, y el historiador jamás tendrá acceso a los infinitos laberintos que conforman la psique de los seres humanos. Todo lo que diga al respecto es pura fantasía propia proyectada sobre un “otro” que construye a la medida de sus filias y fobias más extremas, algo que Cabrera Infante sabía que iba a suceder en su caso, al apuntar hacia el final de aquella entrevista: “Sé que acabo de apretar el timbre que hace funcionar la Extraordinaria y Eficaz Máquina de Fabricar Calumnias”.

Lo que trato de decir es que el historiador o estudioso de este período tan complejo, ha de evitar a toda costa la tentación de establecer divisiones rígidas que, en la práctica, nunca existieron. En cambio, debe redoblar esa sospecha a través de la cual advertimos que esas evocaciones que las fuentes ponen a nuestra disposición, por honestas que sean, siguen siendo selectivas en función de los valores e ideas que en cada caso se defienden. Ello nos obliga, ya no solo al cotejo de fuentes que tienen que ver con el asunto, sino a examinar con una perspectiva de conjunto lo que estaba pasando en un contexto mayor que el estrictamente artístico.

En el caso de Cabrera Infante, pienso que el rescate historiográfico de ese período inicial que va de 1941 a 1965, lejos de desvirtuar lo que sería su posición política post-68, contribuye a humanizar (en el sentido de mostrarlo como el hombre de carne y hueso que fue, y no como el arquetipo que quieren vendernos sus incondicionales y detractores) su participación en ese primer quinquenio revolucionario, donde las ilusiones mandaban, y el entusiasmo lo justificaba todo. Y asimismo resultan muy reveladores (y deprimentes), los testimonios a través de los cuales llegamos a conocer de qué manera es retenido en Cuba una vez que regresa de Bruselas, con el fin de asistir al sepelio de su madre.

De algunos de los testimonios que se escuchan en el libro (César López, Ambrosio Fornet, por ejemplo) podría deducirse que la labor de Cabrera Infante como Agregado Cultural se caracterizó todo el tiempo por lo contestatario. O al menos, por lo no revolucionario. No cometeré el error que glosaba antes: pretender que puedo hablar desde la mente de Cain, y reproducir lo que entonces él pensaba y hacía a miles de kilómetros de aquí.

Como investigador, debo apegarme a los hechos, sin descartar el criterio de las diversas fuentes. En este sentido, por ejemplo, podría tomar en cuenta la presentación que Cabrera Infante hiciera en el Palais des Beaux Arts, Bélgica, el 18 de febrero de 1964, del filme Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea. Entonces dijo:

Historias de la Revolución quiere decir varias cosas: es el primer film hecho en Cuba después del triunfo de la Revolución en 1959; es una cadena de narraciones tomadas de la realidad (en la segunda, Rebeldes, la tendencia es llevada al extremo: los protagonistas actúan y relatan las peripecias de su lucha: Historias es una historia y la Historia: los actores son los autores y viceversa) relatadas con el mínimo de elementos; es un ensayo de síntesis de la realidad cubana bajo la tiranía de Batista, por la fusión de la épica (la Revolución, el pueblo, la tragedia política) y del lirismo (los personajes, los sentimientos de amor, de miedo y de coraje, el drama personal) en una dialéctica a veces simple y a veces compleja, pero siempre en la línea narrativa correspondiente al carácter cubano. Es esto lo que da a la película su estilo asombroso para el extranjero”.

Dada la decidida militancia anticastrista de Cabrera Infante a partir de 1968, se entiende perfectamente que el escritor suprimiera de su biografía todo lo relacionado con sus gestiones a favor del cine producido por el ICAIC. En su caso, exaltar esa etapa hubiese sido, para utilizar los mismos términos que en la isla han servido de coartada a los censores más implacables, “entregarles armas al enemigo”. Eso es entendible y no le toca al investigador juzgar las motivaciones de Cain para no hablar de lo que siguió haciendo a favor del nuevo gobierno, incluso después del cierre de Lunes de Revolución. Lo que le corresponde al estudioso es escuchar a las fuentes, contrastar las informaciones, y poner en claro qué hay de cierto detrás de tanta “lógica” excluyente.

Investigar sin prejuicios, permitiría desmentir aquella rotunda opinión de Cabrera Infante, afirmando que la actriz Miriam Gómez (por ser su compañera sentimental) había desaparecido de los fotogramas de Historias de la Revolución. Pero al mismo tiempo nos dejaría ver que, si bien nunca existió una operación tan burda, en cambio Miriam Gómez sí desapareció por completo del mapa escénico en el que se suelen reconocer los nombres de intérpretes valiosos. Y eso ya sí resulta más cuestionable, pues, al menos por lo que los críticos dijeron de ella en Historias de la Revolución, hablamos de una buena actriz. Pongo algunos ejemplos de lo que en su momento se escribió:

“Miriam Gómez, por su plástica fotográfica y por su economía de medios para expresar sus emociones, es la mejor actriz de Historias de la Revolución” (Mario Rodríguez Alemán)

“Con ese final, la película alcanza su logro mejor y Miriam Gómez la mejor actuación de la película”. (Fausto Canel)

“Quizás la labor interpretativa mejor lograda fue la de Miriam Gómez, en Santa Clara”. (Roberto Branly)

“Miriam Gómez, sin hacer gran esfuerzo como actriz, sencillamente expresa su sentimiento, cuando sigue al esposo muerto, después de estar buscándolo para compartir con él la alegría de un regreso triunfal”. (Enrique Perdices)

“Y, asimismo, por la tensa interpretación de la protagonista que logra Miriam Gómez a través de recursos expresivos sencillos, netos, sin rebuscamiento, poseedores de sinceridad y convicción”. (José Manuel Valdés Rodríguez)

“Miriam Gómez, intérprete de Teresa, posee relevantes dotes de actriz. Por las posibilidades fotográficas de su estampa fina y del rostro, capaz de máxima expresión de gesto, el cine ha de ser para ella un vehículo especialmente adecuado. Por otra parte logra siempre Miriam Gómez el acento oral requerido”. (J. M. Valdés Rodríguez)

“(Sobre el tercer cuento) “es un episodio ligero y bien cortado, técnicamente impecable, perfectamente profesional, y con una interpretación eficiente y sensible a la vez de Miriam Gómez y todos los demás del reparto” (Néstor Almendros).

¿Será posible, existiendo por medio tantas diferencias, tantas polarizaciones y resentimientos, tantas verdades defendidas de modo unilateral, cultivar entre nosotros un método investigativo que abogue por la indagación en el todo, y no por la exaltación o descalificación mutua de sus partes? Supongo que sí. Que llegará alguna fecha en que se haga más natural la convivencia de memorias múltiples, lo que permitiría que nuestra Memoria Colectiva sea más inclusiva y transparente. Ello no significará que cesen los conflictos entre cubanos; tampoco que dejará de existir esa tendencia natural a querer concederle carácter de universalidad a las ideas que cada individuo o grupo humano defiende, pero hará menos inocente al investigador que decida organizar sus relatos.

Por lo pronto, este libro de Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco es un excelente anticipo de eso que anhelamos, y la reflexión con que finalizan el volumen no puede ser más estimulante: “Hoy, la persona que se construyó a sí mismo como el INFANTE TERRIBLE (todo en mayúsculas) de Cuba nos llega fragmentada. Su historia, al igual que la Historia, solo será aquella que podamos ir armando mediante la búsqueda y la exhaustividad”.

Juan Antonio García Borrero

OTRA ENTRADA VINCULADA AL LIBRO EN EL BLOG:

LA HABANA PARA UN INFANTE MUY VIVO

Publicado el noviembre 3, 2011 en LIBROS SOBRE CINE CUBANO. Añade a favoritos el enlace permanente. 5 comentarios.

  1. elbalserosuicida

    Juan Antonio, perdóname por encontrar tan tarde tu blog, fabuloso y educativo, transparente y justo.
    Saludo y felicidades.
    PS/Permíteme ponerte un link al mío:

    Bomba en el Cine Yara

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