SANTA Y ANDRÉS (2016), de Carlos Lechuga

Comparto con los amigos del blog la crítica de Santa y Andrés que escribí para el sitio IPS.

SANTA Y ANDRÉS: UN CANTO A LA FRATERNIDAD ENTRE CUBANOS

Por Juan Antonio García Borrero

Santa y Andrés (2016), de Carlos Lechuga, comienza con un cartel informativo que, por reduccionista, contrasta con las complejidades y sutilezas humanas que más tarde encontramos desarrolladas en la historia. En ese cartel se nos avisa de un país donde el gobierno revolucionario ha decidido eliminar las lacras sociales, confinando al ostracismo a todo aquel que no cumpliera con los parámetros estipulados.

Se trata de uno de esos carteles con tufo a pedagogía que suelen aparecer en las películas (lo mismo si pertenecen a lo peor del realismo socialista o a la modalidad light del Hollywood escolar) cuando los realizadores quieren asegurar que se les entienda de modo transparente en cualquier parte del planeta.

No digo que en la mente de algunos (no solo dirigentes) esa fantasía mesiánica no siga funcionando de modo vehemente. Son los que hablan del bienestar de la “humanidad” (pensada en abstracto) sin reparar en las consecuencias que pueden traer sus acciones u omisiones para los seres humanos concretos, sus vecinos de carne y hueso. Y también sé que gracias a esos desvelos “salvadores” todavía se piensa en la realidad que construimos a diario desde la perspectiva binaria: ellos o nosotros; conmigo o contra mí.

El problema es que con un cartel introductorio como ese, Santa y Andrés corre el riesgo de condicionar una mirada que más tarde se moverá en el paisaje que nos muestra, con el prejuicio de quien ocupará la silla de Santa (transformada en nuestra cómoda luneta) sabiendo que no habrá debate, sino en todo caso acusación: lejos de abrir una discusión sobre nuestras memorias históricas, que son múltiples y encontradas, estará llamando a ubicarse en el otro extremo, en el extremo excluyente de quien en su momento fue excluido.

Lo curioso es que ese cartel está simplificando de un modo brutal lo realmente hermoso del filme: el canto a la fraternidad entre cubanos. Porque esta es una película sobre el carácter (ahora sí) mesiánico de la fraternidad, en un contexto donde se nos prohibió ser tierno (o por lo menos, comprensivo) con el diferente, y donde la solidaridad humana fue sustituida por la unidad ideológica, que siempre será la de un grupo que comparte ideas políticas, es decir, mucho menos que lo que demandaría la solidaridad de toda una nación. En el fondo, Santa y Andrés está ilustrando cómo ha funcionado en la Cuba revolucionaria lo que Bretch señalara alguna vez: “Nosotros los que preparamos el camino de la amabilidad, no podemos ser amables entre nosotros mismos”.

De allí que no sea una película cómoda de enfrentar. Forma parte de esa tendencia reciente del audiovisual cubano que alguna vez nombré cine forense, porque con sus historias se proponen diseccionar un pasado reciente que jamás ha sido examinado críticamente en nuestra esfera pública, un pasado que forma parte de la memoria más conflictiva de la nación, y que no en balde son los realizadores más jóvenes los que van sintiendo una lógica curiosidad por saber qué pasó, qué ha existido más allá de lo que el discurso oficial ha contado, ha exaltado, o ha omitido. (Para seguir leyendo, pinchar aquí)

Publicado el enero 13, 2017 en Uncategorized. Añade a favoritos el enlace permanente. 3 comentarios.

  1. Hola,

    Estoy interesada en conseguir la película pero no la he podido encontrar por ningún lado. ¿Podrías informarme dónde la puedo comprar?

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