Archivos diarios: noviembre 14, 2009

ÁNGEL VELÁZQUEZ SOBRE EL CINE MEDITATIVO (1)

EL CINE PUEDE SER TAMBIEN MEDITATIVO (1).
Por Ángel Velásquez Callejas.

Para un blog como “Cine cubano: la pupila insomne”, es meritorio que hagamos la pregunta: ¿es posible la imaginación insomne? En otras palabras, ¿es posible que un sueño se nos relevase real, estético, universal? La crítica cinematográfica borgesiana no lo permitiría. Orson Welles ha dicho -lo que presupone una estandarización en el pensamiento cinematográfico mundial- que “una película es una cinta de sueños… pero un sueño nunca es una ilusión…un sueño nunca es una mentira”. Para Borges un sueño es una gran mentira estética; puede que resulte ser expresiva, edificante, pero su origen es ficticio, depende de una necesidad. Puede que la imaginación en estado de vigilia no sea tan auténtica, por estar condicionada por mil y una cosa, pero la imaginación en estado de inconsciencia, en sueño, es como es, sin ninguna predisposición razonada. Sale, se da espontáneamente y la idea del cine debió surgir de ese “ensueño”, no de una “visión”. La cámara de filmación debió ser soñada como una necesidad. Alguien estuvo soñando – quien sabes si fue Hervey de Saint-Denys- y cuando despertó lo entregó a la posteridad.

Y es lógico que así fuese, no de otro modo. Tal y como del telescopio de Sergio –que es un instrumento simbólico onírico- tomó cuerpo y organicidad la crítica cinematográfica cubana, del mundo onírico de los sueños se derivó la imagen, como dice Welles, “para que soñemos en color y, a veces, en blanco y negro, pero nunca en cinemascope”. El cine surge como un planteamiento estético del “movimiento de las cosas” que se diferencia de las demás artes por su carácter eminentemente onírico. Cuando el hombre tomó conciencia de la existencia del “inconsciente”, de los movimientos involuntarios que allí mostraba, de los impulsos en forma de imágenes, la idea de la voluntad cinematográfica se le apareció. El cine surge de la “voluntad onírica”. Pero el cine tal y como lo conocemos hoy no ha cambiado en nada en su concepción expresiva a los de sus comienzos. La esencia es la misma, solo que la evolución ha sido en el plano tecnológico y formal. Los “surrealistas” aprovecharon los sueños provocados por los deseos de la mente consciente para hacer cine, pero no hay tanta diferencia en las ensoñaciones de una película como la de “Un perro andaluz” y el “Ciudadano Kane”. Es el deseo insatisfecho de la vigilia la que provoca ese tipo de sueño, el interés por el ego, por la voluntad de poder, por querer ser.

El cine ha descuidado algo: su esencialidad. Ha olvidado que surgió de la tensión interna, de la subjetividad humana onírica para ser trascendida. El cine no ha llegado “ser”. De ahí el origen de su crítica; de ahí su “telescopio”. Por eso pasan décadas y una película como “Cuidadano Kane” es insuperable. Los movimientos escénicos parecen tan vivos, tan reales, que el sueño no puede ser una ilusión. Lo es, una ilusión gratificante que conmueve mágicamente el imaginario del espectador. El cine no puede continuar en ese drama onírico porque no conducirá a ningún crecimiento, a ningún cambio esencial humano. El cine tiene que dar un cambio: del “imaginario onírico” a la “imaginación consciente”. El cine también puede ser meditativo, con ganas de “despertar”; que traiga crecimiento y que ayude a valorar la impronta de la existencia y del significado positivo de la vida. La organicidad del psico-drama –
porque Welles debió ser al mismo tiempo el guionista, el director, el productor, el espectador, el escenario- es un sueño que debe dar paso a la atestiguación.

Entonces el cine puede pasar de la “historia del crimen” a la historia del crecimiento de la conciencia humana. El cine tiene un “medium”, un “vehiculo” de expresión todo poderoso que no lo tienen las demás artes: tiene la “cámara” que, como bien dice Welles, “es mucho más que un aparato de registro”. Tiene un instrumento que bien aprovechado puede expresar, captar en imágenes los “movimientos posibles” de la conciencia humana. Puede expresar un poco más la realidad de la verdad. Puede llegar a entender las posibilidades del sueño profundo, del “silencio total”. De modo que puede ser capaz de registrar, si la conciencia lo permite, los instantes íntimos en que desaparece el monologo interior. Y puede que entonces el cine cambie en lo formal; que los movimientos escénicos no se den en planos horizontales, sino en verticales; no se den en forma de discurso, en un metarrelato, en una historia, en una biografía, en un proceso lógico formal; se de en “un instante ascendiendo la eternidad”. Pero hasta ahora la cámara ha estado disponible para captar las imágenes de los movimientos oníricos de la vigilia y el ensueño del inconsciente, y no solo los más plausibles, sino los peores. Ese instrumento no ha sido aprovechado del todo. Muy pocas películas son merecedoras de un buen movimiento onírico y de una buena trama que haga identificar los anhelos del corazón humano.