Archivos diarios: abril 3, 2009

ESPERANDO A GODARD

Una tarde ya lejana de 1960, cuatro cineastas franceses y un cubano se reunieron en algún café de esos que abundan en los Campos Elíseos. Los franceses tenían como invitado principal a Saúl Yelín, el hombre que mejor logró insertar el recién nacido cine del ICAIC en los predios europeos: deseaban saber un poco más de la Revolución cubana, esa rebelión popular cuyos ecos de ultramar despertaban en ellos el recuerdo entumecido de las viejas demandas relacionadas con la libertad, la igualdad, y la fraternidad. Los cineastas eran jóvenes, pero sus nombres (debido a la conmoción que iba provocando la “Nueva Ola”) resultaban conocidos: todavía hoy todos saben quiénes son Agnes Varda, Jacques Demy, Anna Karina, y Jean Luc Godard.

No es difícil imaginar lo que entonces conversaron: ¿acaso desde que se hizo la “Revolución Francesa” no se viene hablando más o menos de lo mismo entre los intelectuales? Entonces estaba en su apogeo la Guerra Fría. Se habían desenmascarado los crímenes de Stalin, y la izquierda buscaba una alternativa capaz de conciliar la justicia social con el respeto al individuo. Faltaba mucho para que se confirmasen no pocos de aquellos temores expuestos por Camus en su agria polémica con Sartre, pero comenzaba a desintegrarse al sistema colonial, mientras que los pobres de América Latina se inspiraban en el ejemplo de Cuba para transformar al continente en una gran Revolución (la lucha armada parecía el mejor argumento; peor aún: el único).

Los franceses escucharon entusiasmados a Yelín, del mismo modo que antes habían escuchado extasiados a Gerard Philipe y Jean Paul Sartre, los dos hombres que más temprano se esforzaron por darle publicidad en París a los sucesos de esa isla que asociaban al huracán y al azúcar. Todos parecían exaltados, incluso Godard, que en las postrimerías de la tertulia habría de soltar este comentario: “Usted sabe, me interesaría mucho hacer una película en Cuba, aún a pesar de no coincidir con sus ideas políticas, pero la situación me parece muy interesante”

Sin embargo, a diferencia de la Varda, de Chris Marker, o de Joris Ivens, Jean Luc Godard jamás filmaría en la isla, amen de que demoró unos seis años en viajar a la misma. Su paso por el ICAIC (en franco contraste con el tratamiento recibido por Zavattini y Christensen, por ejemplo), apenas fue resaltado por esta institución: a propósito de su visita, lo más que encontramos en “Cine Cubano” es una suerte de foto-reportaje en el que se le ve acompañado de Julio García-Espinosa y Santiago Álvarez.

Y esto es algo que todavía me intriga, al punto de convertirse en una incómoda pregunta sin respuesta: casi seis o siete años después de aquel encuentro parisino, ¿habían cambiado los cineastas cubanos, o había cambiado Godard?

Juan Antonio García Borrero