Archivos Mensuales: julio 2008

NÁUFRAGOS DEL CINE

Algún día me gustaría hacer mía la sinceridad de Robert Benchley, y admitir: “Tardé quince años en descubrir que no tenía talento para escribir, pero no pude dejarlo porque para entonces era demasiado famoso”.

Mas no tiene sentido auto engañarse. El cine cubano apenas se nota dentro de ese universo de cosas que a diario vapulea a los seres humanos en el planeta. Este cine solo importa con seriedad académica a ciertas minorías intelectuales. Y es divertimento (muchas veces olvidable) para otros que todavía lo asocian al teatro filmado; a la literatura fotografiada. Nada de eso lo hace mejor o peor. Lo que quiero sugerir es que para un grupo de personas será importante (para mí lo es). Solo que nunca será “famoso”.

Alguien me pregunta si tiene sentido mantener un blog sobre un fenómeno (el cine cubano) que interesa a tan poca gente (“es como perder el tiempo”, añade). Para mí sí tiene sentido. Un blog no es un “Tratado de Historia”, ni una tribuna para convencer a las masas. Así que puedo darme el lujo de hablar con esos tirios y troyanos que a diario se descuartizan dentro de mí. Un viejo dicho reza que “cuando dos elefantes luchan, la hierba es la que sufre”. La Historia que hasta ahora conocemos es la historia de los elefantes. Mi blog quiere hablar desde la hierba, que es el modo más común de experimentar la vida, aunque no la más cómoda.

En casos así, el número de lectores interesa poco. Entiendo que esto que se comenta en este blog no es lo que va a resolver los problemas de los cubanos (de hecho, los cubanos son los que menos lo leen). El cine es algo secundario. En cualquier época y país, lo primero que ha de buscarse es la comida. Y luego el techo. Y después, para relajar, se recomienda mirar el fútbol, los videos de Jennifer López, las aventuras de Batman o Harry Potter. Quisiera tener talento para escribir sobre esos temas. O sobre otros más “edificantes” que en esta época han fomentado toda una cultura de la “autoayuda”. Lo he intentado, pero paradójicamente lo que me sale es una sutil invitación al suicidio.

Menos mal que existe la blogosfera. Aquí uno puede publicar todo tipo de bloguería, y nadie se azora por eso. Una bloguería es algo así como ese mensaje que los náufragos arrojan al mar dentro de una botella, sin saber quién lo va a encontrar en un futuro. Uno de estos días voy a enviarles una bloguería a los nietos de mis biznietos, para ver si les llega al Camagüey que les tocará vivir. En esa fecha, supongo que la palabra “cine” sonará tan exótica como hoy resulta para nosotros el “electro-taquiscopio” de Anschütz. Por eso me gustaría explicarles un poco qué ha significado, al menos para mí, ver películas en esta ciudad mientras existió el cine.

No sé si mi mensaje llegará. Tampoco sé adónde iré a parar yo después que todo termine (no basta el manido “¡El cine ha muerto! ¡Viva el cine!”). Lo advertía Benavente: “los náufragos no eligen puerto”. Por lo pronto, este blog es la balsa que me mantiene a flote. Mi isla particular. Voy a rezar para que los ciclones demoren un poco con su persistente manía de joderlo todo.

Juan Antonio García Borrero

LO “OBSCENO” EN EL CINE CUBANO.

Abelardo MENA, uno de los lectores habituales de este blog, me hace llegar el siguiente comentario:

“Recuerdo que vi “Habana Blues” por primera vez en España, y a mi lado -al finalizar la proyección- más de uno se enjugaba las lágrimas, y hasta me hubieran dado una palmada afectuosa en la espalda de saber que yo era «un cubano». A decir verdad, no comprendo la relación entre HB y lo marginal. Si coger un bote rumbo a EEUU o pronunciar 400 «tacos» por minuto es propio de marginales, entonces nuestro sistema de Educación debe rendirse ante la evidencia simple de que marginales, somos casi todos: loas entonces al sistema de educación de la marginalidad.

Recuerdo me molestó de HB su visión histérica, balbuceante, gritona de los cubanos, como si tomar la decisión de irse no fuera sobre todo, asunto de la cabeza (salario es igual a nada) y no solo del corazón. Esa imagen instintiva, emotiva de nosotros, puede ser muy folklórica para los espectadores «extranjeros», sumando miraditas de mulatos y la sensual desnudez de los cuerpos, pero hubiese preferido nos retrataran como seres auto conscientes, sin ser kantianos, pero capaces de analizar el entorno y buscar entonces las soluciones evidentes. Creo HB se suma a una aún por analizar “imagen cubana», hecha por realizadores extranjeros, desde los newsreel de la batalla naval de Santiago de Cuba en 1898”.

Abelardo Mena tiene razón. Ese post no debió titularse “Marginales en el cine cubano”, porque en realidad lo que me interesaba era llamar la atención sobre el manejo del lenguaje “obsceno” en la producción audiovisual de la isla. Alguna relación hay entre lo “marginal” y “el lenguaje obsceno”, pero es evidente que esa relación no es milimétrica. Ni en buena ley, dice nada. En lo personal, he conocido “marginales” que tienen todo un código de caballerosidad a la hora de cumplir acuerdos y compromisos, mientras que me he tropezado con honorables señores de cuello y corbata que podrían impartir doctorados a los descendientes de Don Corleone. Lo “marginal”, en los casos que menciono, tendría que ver con la pésima calidad de vida que ostentan esas personas (podrían ser los habitantes de “El Fanguito” o “Buscándote Habana”), o con un nivel de instrucción que les impide insertarse en ciertas convenciones sociales de razonamientos.

Mis inquietudes de entonces más bien podrían resumirse en estas preguntas: ¿cómo ha representado el cine cubano este asunto del lenguaje “obsceno”?, ¿cómo ha resuelto ese posible conflicto que implica representar con fidelidad a los marginales sin herir la susceptibilidad de un auditorio que se ve a si mismo como culto, y repudia ese contexto por inferior y vulgar?, ¿existe en nuestro cine algún equivalente a lo que ha logrado Pedro Juan Gutiérrez en su narrativa? No lo creo.

En mi criterio, no es la abundancia de “malas palabras” lo que determina el mal gusto de una película o una novela, sino la poca justificación o gratuidad de su uso. Ya se sabe que las palabras por sí solas no son ni buenas ni malas, sino que dependen del contexto para alcanzar una determinada connotación. Nuestro sabio Fernando Ortiz fustigó esa suerte de cursilería lingüística a través de la cual algunas personas intentan representar ante los demás un decoro que es simulado. Según Ortiz,

“Cuba tiene el lenguaje sucio de su “mala vida”, como todos los pueblos. Ignorarlo no es obra de civismo, sino sencillamente una ignorancia, y esa sí es una claudicación pueril de elementales deberes públicos, propia para mover la piadosa sonrisa de aquellos, todo el mundo culto, que sólo en la verdad ven la única base de la civilización humana y del progreso de los pueblos. No seamos como los avestruces que esconden la cabeza, creyéndose así en salvo, mientras dejan en descubierto el resto de su cuerpo, y arrojan piedras hacia atrás. Es también ignorancia suponer que cuando un pueblo no pronuncia sus vocablos como ordena el diccionario de la Academia, merece la burla y el escarnio de los cultos” (1)

No estoy proponiendo pasar al otro extremo (es decir, que todo nuestro cine sea “malas palabras” y reclamaciones solariegas). Solo digo que a través del lenguaje “obsceno” (como el que se utiliza en “Habana Blues”) también es posible obtener una idea de lo que es la realidad cubana. Lo que me importa es el equilibrio. La autenticidad de los personajes.

Los detractores dirán que detrás de un lenguaje sicalíptico todo lo que hay es una falta de instrucción. O una instrucción deficiente. Mentiras: con el lenguaje obsceno también se puede paliar la desesperación, la rabia de no tener lo que se merece, la soledad, la falta de fe en los demás, y sobre todo, en uno mismo. Y es la realidad que nos aplasta (esa “mala vida” a la que aludiera Ortiz), la que se vuelva obscena.

Juan Antonio García Borrero

Nota:
1) Fernando Ortiz. Nuevo Catauro de cubanismos. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, página 153.

SALA VIDEO “NUEVO MUNDO”

Hoy recuerda el delirante decorado de algún filme de Juan Orol, con esos carteles amarillentos en la fachada que invitan a pasar de largo. De techo: un viejo cascarón colonial. La pared: ropa reciclada de la más rancia España. Ahora es la viva estampa de la decadencia, pero en su momento fue el kilómetro cero de una forma nueva de ver películas en Cuba. El nombre escogido no fue un simple nombre. Simbolizaba el advenimiento de una sensibilidad inédita ante el audiovisual: era la época en que comenzaban a popularizarse en el país las videocasseteras, y el imperio de la pantalla grande empezaba a declinar.

Dicen que al entonces presidente de la Asamblea Provincial del Gobierno en Camagüey le donaron una casetera, y este propuso a la todavía Empresa de Exhibición de Películas la creación de un espacio colectivo para su explotación. Así surgió la sala de video “Nuevo Mundo”, la primera creada en Cuba. El dato histórico puede ser importante, sobre todo para una ciudad que acaba de ser reconocida como parte del Patrimonio Histórico Mundial: habla de las diversas iniciativas culturales que en el contexto cinematográfico se han vivido en el territorio, y que aunque apenas han dejado huellas físicas, también ha contribuido a colocar el ego de Camagüey en el más exigente mapa cultural de la nación.

A pesar de su pequeñísima capacidad (apenas cuarenta y una lunetas), “Nuevo Mundo” siempre tuvo a su favor su céntrica ubicación. Es incontable el número de personas que ha pasado por allí desde su creación el 30 de octubre del año 1986. En todo este tiempo (y sobre todo en el llamado “período especial”), ninguna otra institución camagüeyana logró mantener una afluencia de público tan sistemática. Por otro lado, las sesiones del cine club “Francois Truffaut” (que todavía existe) todos los domingos, consiguió conformar una verdadera tribu de cinéfilos.

Desde hace seis o siete años hay por allí rodando una idea de convertir a “Nuevo Mundo” en un Complejo cultural. Un sitio donde sea posible apreciar cine en todos los soportes: 35 mm, 16 mm, video, DVD. Además de ver películas, la gente tendría una sala de referencia con bibliografía actualizada. Habría paredes para exponer cuadros y fotografías. Se darían charlas todas las semanas. Se podría tomar café o té mientras alguien comenta la película de Kiarostami que se acaba de ver. Público no debe faltar, porque en la ciudad se estudia la carrera de Medios Audiovisuales. Y marzo por marzo se celebraban los Talleres de la Crítica Cinematográfica.

La idea es tan buena que no se explica que en Camagüey nadie se haya entusiasmado con ella. En cambio, en Madrid un conocido me comentó con mucho arrebato que ese tipo de proyecto cultural era de los que apenas cuesta en el aspecto económico (comparado con las inversiones de los grandes cines, desde luego), y que sin embargo, la gente agradece de una manera más perdurable. Supe enseguida de qué me hablaba. En Madrid abundan los (multi)cines, pero si no vas a las salas “Princesa” o “Renoir”, estás condenado a ver lo de siempre: mucho filme norteamericano.

Tanto entusiasmo ajeno me mató. Le agradecí su apoyo moral, pero algún gesto de disgusto no pude evitar, porque de inmediato cambió de tema. Debe ser que vino a mi mente “el descubrimiento del Nuevo Mundo por los españoles”. Nada más nos faltaría que pasado mañana llegara a Camagüey otro peninsular avispado, y descubriera que este otro “Nuevo Mundo” sigue siendo un proyecto atractivo. Tiempos crueles de globalización: en casa del herrero, cuchillo made in Hong Kong…

Juan Antonio García Borrero

MÁS SOBRE EL ESPECTADOR

Querido J. A.:

Vale por la multiplicidad del espectador. Y por ver el cine en compañia. En fin de cuentas, ese fue el gran invento de los Lumiere, ya las imágenes en movimiento (a la manera de un «peep-show») las había inventado Edison, anglosajón él.

Toma nota que tus recuerdos de las tandas cinematográficas de los cinéfilos camagüeyanos (muy parecidos a los de Fernando Fernán Gómez, por poner un ejemplo) siempre comportan el concepto de «grupo», de cine compartido.

La soledad acompañada del espectador es muy importante. Durante años, teníamos una sala muy selecta en el ICAIC para ver estrenos: sólo críticos y «especialistas» (cualquier cosa que esto signifique). Pero para «ver» la película, casi todos íbamos al Yara u otro cine, dizque para llevar la esposa, pero realmente para disfrutar auténticamente de la película.

El video, la TV y otros artilugios son la revancha de Edison. Pero aún así, hace falta una compañia, la mínima compañia de tu esposa o tus hijos, para realmente compartir, disfrutar del filme. No lo digo yo, lo dice Groucho.

De «Havana blues», ese gran esfuerzo de mercado de Zambrano, hablaremos en otro momento.

Un abrazo.

Nota: El autor de este comentario prefiere el anonimato, algo que respetamos.

ALGO MÁS SOBRE LA RECEPCIÓN…

Dos comentarios recibidos a propósito del post sobre “Marginales en el cine cubano” me animan a pensar un poco más este asunto de nuestra condición de espectadores. Desde Tulane (Nueva Orleáns), la estudiosa Ana López ha colgado esta reflexión que vale la pena reproducir:

“Querido Juan Antonio:

Tu comentario acerca de la recepción de “Habana Blues” por los no cubanos (y la experiencia de asistir a una película como “otro”) me recuerda al famoso artículo de Stuart Hall “Encoding/Decoding” en el cual teoriza sobre las varias maneras de leer textos y postula tres vertientes principales: la dominante-hegemónica, la negociada, y la oposicional. Y también me recuerda algo que traté de articular hace algunos años acerca de la recepción de “I Love Lucy” por los latinos en USA (especialmente en los años 50 y 60, cuando Desi era el único cubano en la televisión). Cuando los gringos oían a Desi Arnaz hablando español era un chiste incomprensible, pero para los latinos era una comunicación directa e íntima. Como siempre, tus “posts” me hacen pensar.

Saludos,

Ana

Casi al mismo tiempo, desde España, el madrileño Paco Jiménez (que trabaja entre alemanes, de allí quizás su ¿distancia? de Nietzsche) me hace llegar este otro:

“Querido J.A.:

No sé por donde empezar acerca de tu comentario sobre ese film (Nota: se refiere a “Habana Blues”). Si no mal recuerdo, por la península pasó sin pena ni gloria. Si estuviste viéndola con españoles, mal hecho. Uno tiene que ver una película solo, por muy rodeado de gente que esté, y ya no digo gente de otras nacionalidades. No se puede enjuiciar… Un guión, 5 directores, igual a 5 películas diferentes. Por lo que ya no te hablo del espectador (es un mundo de prejuicios, yo incluido). De Nietzsche, no te hablo. Y para terminar: «A quién a buena oreja se arrima, buena sombra le cobija». No he dicho ningún taco…. ¡hostias!

Saludos,

Paco”.

En principio, no creo que “Habana Blues” haya pasado tan sin pena ni gloria en España, pues creo que obtuvo algunas nominaciones al premio Goya. Y hoy en día son las Academias (sea la que concede el Oscar, o su opuesto) las que administran las penas y las glorias de los humanos. Las memorias y los olvidos. Las soledades y las compañías. Todos los premios no son más que artificios de los distintos poderes que buscan legitimar (naturalizar) la existencia de esos productos culturales que no le contradicen en su esencia. Ningún premio es objetivo. Al contrario: tienen el nada velado propósito de inspirar la imitación de aquellos modelos que se reconocen como “correctos”.

Lo ideal sería ver una película solo, pero esa es otra utopía de camino. El problema es que el espectador no es un monolito. Se puede estar físicamente solo en un lugar, y sentirnos invadido interiormente por miles de intrusos. Algunos estudiosos dicen que tenemos más de diez o doce maneras de comportarnos en el día. Todo depende del lugar, del horario, de la persona que está frente a nosotros. Son los llamados “roles” del día.

Asumimos “roles” porque esa es la única forma de sobrevivir en sociedad. Una cosa es el comportamiento acabado de levantar. Otra dando los “buenos días” en el trabajo. Otra defendiendo alguna idea frente a alguien que no se entera. Y otra quedando para una cita por la noche. ¿Cuál de esos personajes es el que ve finalmente la película? Yo creo que todos, lo cual al final, nos arruina otra vez la anhelada soledad.

Juan Antonio García Borrero

PRESENTARÁN LA REVISTA “CINE CUBANO” Nro. 168

El próximo martes 22 de julio, a las 11 a. m., se presentará en el Centro Cultural Cinematográfico ICAIC (calle 23 e/ 10 y 12, Vedado), la Revista “Cine Cubano” Nro 168. He aquí el índice de su contenido.

ÍNDICE:

DOSSIER: Juan Padrón (Premio Nacional de Cine 2008)
Juan Padrón, creador de símbolos / Reynaldo González

Palabras de agradecimiento / Juan Padrón

Balada de Elpidio Valdés / Silvio Rodríguez

Homenaje a Juan Padrón / Israel Rojas

DE CIERTA MANERA
El Nuevo Cine durante los años sesenta. ¿Paradigma para el cine pobre? / Humberto Solás

La crítica y la espera. Chalbaud y Gutiérrez Alea, dos visiones de la revolución en el cine latinoamericano / Rufo Caballero

En busca de la epifanía perdida / José Alberto Lezcano

HASTA CIERTO PUNTO
Lezama, el viaje a la novela / Alberto Ramos

Otra Suite para La Habana / Frank Padrón

Emigrar o no emigrar: ¿esa es la pregunta? / Pedro R. Noa

¿Dónde está la nueva crítica? / Rolando Mesa, Yelsy Hernández, Rubens Riol, Edisabel Marrero, Armando Gómez

MEMORIA
Los cine clubes en Cuba / María Eulalia Douglas

Presencia cinematográfica de Rita Montaner / Ignacio Omar Granados

La última vez de Octavio Cortázar o el eterno debate entre ficción y realidad / Jorge Garrido

USTEDES TIENEN LA PALABRA
Nelson Rodríguez: entre la intuición y el reto de editar cine / Cecilia Crespo

Un set de filmación es poesía. Entrevista al productor Rafael Rey / Carlos E. León

La realidad que «es» y no la que quisiéramos. / Alex Fleites

DOLLY BACK

Avatares de un guión cinematográfico o el largo viaje hacia la pantalla / Xenia Rivery

POR PRIMERA VEZ
Los espacios de lo fílmico, implicaciones y conjeturas / Mayra Pastrana

VARIACIONES

Viña del mar 67, entre la ira y los sueños / Alberto Ramos

NOTICIERO ICAIC / Joel del Río

CON LUZ PROPIA
Octavio Cortázar

CINE “AMÉRICA”

Hablar del cine “América” me hace sentir un anciano con apenas cuarenta y tres años. Ese fue el cine de mi infancia. Y la infancia es algo que en el fondo uno describe como si concerniera a otra persona. O como si uno hubiera reencarnado, y de pronto se acordara que en la anterior vida nuestros padres nos llevaban a ciertos sitios donde todo era armonía.

Es difícil hablar del cine “América” por aquello que advertía con rudeza el viejo Marx: “Un hombre no puede volver a ser niño sin ser pueril”. También me viene a la cabeza unos formidables versos de Fina García Marruz, que pueden explicar mucho mejor que yo, el sopor que se experimenta cuando uno evoca episodios de la infancia: “Hay cosas que uno no vuelve a oír, que pertenecen sólo a las orejas del niño y a la sensación de su edad y de su tamaño”.

En mi caso, el “América” es una de esas cosas. Decir cine “América” es percibir toda la muchachada del barrio que cada domingo se aglomeraba para ver las matinés infantiles. Las colas a veces llegaban a la iglesia de Santa Ana. Eran los años en que los “muñequitos rusos” terminaron por usurpar las simpatías del Pato Donald. El cine “América” proyectó tantos dibujos animados y películas soviéticas, que en algún momento su nombre correcto debió ser cine “Moscú”.

No sé si el programador de entonces tenía preferencia por los filmes de esa nacionalidad. Sospecho que era lo único que tenía a mano. Pero lo cierto es que aquellas películas marcaron a buena parte de mi generación, aún cuando el grueso de ellas fuera intrascendente. En lo personal, todavía evoco tres filmes: “Tigres en altamar”, la saga de “Los vengadores incapturables”, y “El hombre anfibio”. Esta última la vi tantas veces que un día decidí no acordarme nunca más de qué trataba.

El último buen recuerdo que tengo del “América” no está relacionado con las películas, sino con la pintura. Resulta que en los noventa, antes de que dejase de ser cine, la artista plástica Ileana Sánchez se insertó en el sitio con un proyecto que involucraba a los niños. Fue hermoso descubrir que la inocencia no tiene edad: volví a ser cómplice de la siempre engañosa candidez. El sueño duró poco, confirmando la profecía marxista sobre la puerilidad. Cuando desperté, ya era el anciano que comenté al principio. Tan anciano como ese cine “América” que un día hizo a un lado la vana esperanza de que reviviera Colón.

Juan Antonio García Borrero

MARGINALES EN EL CINE CUBANO

El mensaje de mi amiga sobre lo cursi me dejó pensando. Algo no queda muy claro en mí todavía. Y es que me gusta “El lobo estepario” no porque los críticos aseguren que sea exquisito, sino porque me engancha esa poderosa descripción de nuestras oscuras maneras de (in)comunicarnos. Me gusta Borges no por su invicta sintaxis, sino porque en lo que ha escrito percibo la humana sorpresa de quien que ha sabido reconocer el fracaso como algo distintivo del ser humano más común. Me gusta Nietzsche no porque sea un gran filósofo, sino porque supo poner en su lugar la adicción a lamentarse, esa retórica de la queja que impide que el individuo tome conciencia de sus posibilidades de incorporarse, no obstante la golpiza cotidiana.

Disfruto con cada uno de estos maestros, pero nada de esto impide que “El rey de La Habana”, la novela “sucia” de Pedro Juan Gutiérrez, me parezca genial. Pedro Juan Gutiérrez tiene todo lo que un autor debería ostentar: imaginación para crear un mundo propio, irreverencia para no dejarse avasallar por las influencias o los preceptos morales, y ganas de decir cosas donde uno pueda reconocer sus propias miserias y reírse de ellas.

Hay muchos a los que les choca este modo de representar la realidad. Probablemente sepan que la realidad es peor de lo que describe este autor, pero prefieren que le cuenten solo la parte “poética” de nuestras vidas. La parte fotogénica. Con la coartada de la excelencia cultural, repugnan todo lo que huela a terminología vulgar. Pero, ¿no es por allí que empieza el peligro de lo cursi, que no es otra cosa que falsearnos el mundo de los sentimientos, de las emociones, de la existencia misma?

Estoy tratando de recordar las veces que ha figurado en el cine cubano un “marginal”. No son muchas, porque a nuestro cine por lo general le ha interesado la vida de quienes han “triunfado”, o por lo menos, de quienes ocupan lugares privilegiados o intermedios en el contexto social. Por eso películas como las de Sara Gómez (“Una isla para Miguel”; “De cierta manera”), documentales como “Un pedazo de mí” o “El Fanguito”, ambos de Jorge Luis Sánchez, o adaptaciones de obras teatrales de Eugenio Hernández (“La inútil muerte de mi socio Manolo”; “María Antonia”), siguen siendo cosas muy raras, pero muy raras, dentro de la filmografía insular.

Ahora recuerdo el sonado éxito de “Habana Blues”, el filme del español Benito Zambrano. Es una película que me gusta muchísimo, pero a pesar de las abundantes palabras soeces, no pienso que sea esta una historia de “marginales”. En “Habana Blues” puede reconocerse la historia de millones de cubanos que esperan ver cumplido un sueño. Repito: millones. Si eso es ser “marginal”, entonces la periferia es centro, y el centro, patético decorado.

Sin embargo, de lo que quiero hablar es del lenguaje que allí se utiliza. No creo que exista otra película donde se diga una mayor cantidad de palabras cubanas “obscenas” que esta, lo cual la hace “intelevisable” en nuestros medios. ¿Es el lenguaje “obsceno” lo que determina la condición “marginal” de un ser humano o de un producto cultural? Desde luego que no. El lenguaje será siempre algo secundario, algo que solo alcanza a expresar la parte más superficial de nuestra alegría o frustración. Cuando es un lenguaje “obsceno”, por lo general nos avisa de las ganas del autor de no dejarse doblegar por la vida, si bien los más académicos mirarán hacia otro lado. El lenguaje “cursi”, todo lo contrario, lo que disimula es una claudicación.

Tuve la oportunidad de ver por primera vez “Habana Blues” en España, rodeado de españoles que disfrutaban de la historia, pero sin enterarse jamás de la connotación que podía tener para nosotros esas “malas palabras” que una y otra vez repiten con rabia los personajes principales. Yo los veía menearse al ritmo de Kelvis Ochoa en la azotea. Y emocionarse con varias escenas. Y aplaudir con ese final que a otros hace llorar. Pero definitivamente ellos vieron otra película que no es la que vimos los cubanos.

No hay que culpar a nadie. ¿Cuántas palabras no significan para los cubanos nada, y sin embargo, para los españoles es algo que no se puede mencionar? Pongamos un ejemplo casi inocente: la palabra “coño”. Todos los cubanos, sin importar la instrucción, el rango social, la ideología, o el respeto a Dios, alguna que otra vez ha proferido un “coño”. Entre nosotros “coño” es casi siempre una expresión inocente, una forma pueril de mostrar admiración por algo. Creo que los españoles, sin embargo, tienen una idea más lúbrica del asunto, a juzgar por esta envidiable frase de Gómez de Parada para su novela “La Universidad me mata”: “A coño regalado, no le mires los pelos”.

Juan Antonio García Borrero

ANA LÓPEZ SOBRE “LOS OTROS”

Querido Juan Antonio,

Hace algunos años (muchos después de la publicación del artículo “Cuban Exile Cinema”), curiosa por saber la suerte de los «otros» que firmaron la famosa declaración de cineastas, le dediqué una tarde a rastrear información.

Te puse un comentario en el blog sobre Ibere Cavalcanti, que está vivito y coleando en Río de Janeiro. Le acabo de hacer un update a mi ficha sobre él con varios links recientes, y te la adjunto. Voy a ver si lo encuentro cuando vaya a Brasil el año que viene, a ver si lo entrevisto y le pregunto sobre su estancia cubana.

Mario Trejo debe haber sido uno de los «simpatizantes» que pasaban por Cuba en aquellos años, cuando trabajó en el guión de “Desarraigo” con Fausto Canel. Seguro que Fausto se acuerda de más detalles. Ya era un escritor, dramaturgo y poeta conocido en Argentina. Parece que vive todavía, en Bs.As.

Amaro Gómez fue despedido del ICAIC (donde era solo productor, ¿no?) por desviaciones ideológicas, igual que Molina. Pasó a trabajar como camarero y albañil. En algún momento le registraron la casa y le encontraron varios de sus propios escritos y una copia del “Archipiélago de GULAG” y lo condenaron a 8 años de cárcel, donde sufrió los peores tratamientos, inclusive reclusión en Mazorra y frecuentes «tratamientos» de electroshock. Esto último fue publicado en Francia en los 90, lo que me lleva a suponer que salió de Cuba también, posiblemente por El Mariel. Ahora bien, puede existir una confusión entre Amaro Gómez del ICAIC y Amaro Gómez Boix, que parece era periodista…. A lo mejor fue las dos cosas.

Pedro Jorge Ortega: siempre pensé que era el mismo dramaturgo que siguió activo en Cuba hasta los noventa, y que dirigió la puesta en escena de «Los Mangos de Cain»(¿?). No tengo ninguna otra pista

Fermín Borges: dramaturgo, llegó a dirigir el Departamento de Artes Dramáticas del Teatro Nacional. Ya era bastante famoso antes de la Revolución; hizo parte del ala teatral de Nuestro Tiempo. Tiene una ficha en Cubaliteraria: http://www.cubaliteraria.com/autor/ficha.php?q=Fermin+Borges&Id=918 Lo que la ficha no cuenta es que alrededor del 1966 tuvo problemas por su abierta homosexualidad y lo excluyeron del campo creativo. No sé si acabó cayendo en la UMAP. Salió por el Mariel. Sufrió bastante en Miami; no se acostumbraba, estaba amargado. Muere en el 1987.

De los otros no he encontrado ni la menor pista.

Abrazos,

Ana

Nota: Ana López nació en La Habana, y es profesora de cine y estudios latinoamericanos en la Universidad de Tulane (Nueva Orleans), donde también dirige el Centro de Estudios Cubanos y Caribeños. Fue la primera investigadora en aproximarse al cine realizado por cubanos más allá de Cuba, a través del ensayo “La “otra” isla: cine cubano en el exilio”.

COMENTARIOS

Hoy, gracias a la investigadora Ana López, he sabido que en este blog se siguen dejando comentarios. No lo sabía, y ruego que acepten mis excusas aquellos que han escrito, y ni por enterado me di. La verdad es que cerré el blog en su momento, bastante decepcionado con la nula voluntad que existe en Cuba de pensar y discutir el cine cubano. Fue un crimen de lesa ingenuidad creer que CINE CUBANO, LA PUPILA INSOMNE podía contribuir al debate. La mayoría de los comentarios o réplicas me llegaban por via privada. Pocos se exponían. No tenía sentido mantener un sitio así.

Las razones para retomarlo me las reservo. Es una cuestión estrictamente personal. Los policías mediáticos, que son peores que los de carne y hueso, sienten algún desconcierto. Esa INTERPOL extraterritorial no conoce fronteras. Ni uniformes. Sé que soy privilegiado. Lo he sido desde el mismo momento en que he podido viajar fuera de Cuba más de veinte veces. Mi única excusa es que no he sobornado a nadie. No critico al que vive en una mansión en Nueva York. Solo espero que no le moleste la existencia de mi muy modesta cueva.

Lo único que no me interesa que me confisquen es la iniciativa. Si mañana decidiera aislarme de veras, y no tener nada que ver con nada, sé que podría seguir con mi blog. Hoy tener un blog no es difícil, y el acceso a INTENET en Cuba (es cierto que de manera ilegal) es factible. Ningún Estado podrá controlar que los individuos tengan sus propios sitios. Y expongan sus ideas como entiendan. Desde luego, sé que LA PUPILA INSOMNE la consultan mucho más en España, Estados Unidos o Francia, que en Cuba. Y eso es una aberración.

En algunas de las cosas que escribo el desencanto es explícito. Lo sé. Sobre todo cuando hablo del cine en Camagüey. Mi blog es una manera de salvar en mi memoria eso que no va a volver porque no es una cuestión «importante». Los que pueden decidir la mejoría de nuestros cines, o la construcción del complejo «Nuevo Mundo» están enfrascados en otros asuntos más importantes. No tendrán tiempo de leer nada de lo que aquí publico. Que tampoco es lo que va a mejorarle la vida a la gente. Eso me queda claro.

El día que me «encarguen» escribir para el blog, lo mismo aquí que allá, paro. Aquí cabe todo, pero «hasta cierto punto». No escondo mi subjetividad. Es difícil que alguien que viva en el Vedado sepa de mis problemas puntuales en Bembeta 723. Mucho menos lo sabrá el que vive en Madrid o Miami. Dicho de otro modo: a este blog entran mis amigos. Y si vienen con una buena crítica, mejor. Para otras cosas están los periódicos y la televisión.

Por último, he publicado todos los comentarios, excepto dos. No me interesa el autobombo. Si se revisa el archivo verán que aquí hay todo tipo de polémica. Casi siempre he aprendido con las razones de los otros. Detesto esa posición victimista en la cual la persona siempre achaca el origen de sus males a los demás, y finge retirarse indignado cuando sus argumentos no alcanzan a competir con los del adversario. Pero una cosa es polemizar, y otra, legitimar los insultos de alguien que además de no vivir en Cuba (lo cual no invalida de por sí los argumentos), se cree Dios tan solo porque no piensa igual que uno. Que hace de su infelicidad la medida de las cosas. Y encima de eso, nunca ha oído hablar del cine cubano.

Para esos casos, cobra sentido el razonamiento de Russell Lynes: «La única forma cortés de aceptar un insulto es ignorarlo; si no puedes ignorarlo, pasarlo por alto; si no puedes pasarlo por alto, reírte de él; si no puedes reírte de él, probablemente es que lo mereces». Quizás algunos, ahora mismo, compartan mi risa.

Juan Antonio García Borrero