WALFREDO PIÑERA (1930-2013) IN MEMORIAM

Murió Walfredo Piñera, a quien nuestra generación (que no alcanzó a conocer en persona a Valdés-Rodríguez) llamaba el decano de la crítica de cine en Cuba. En estos casos, nadie puede escapar de ese hábito mental que nos empuja a evocar la persona fallecida, a partir de la primera impresión que nos causó conocerla. Y yo no puedo dejar de recordar aquella vez que llegó a Camagüey formando parte del grupo de críticos que participó en el primer Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica.

Su memoria cinematográfica era pasmosa, pero su generosidad la superaba. ¿Cómo voy a olvidar sus desinteresadas contribuciones a la Guía crítica del cine cubano de ficción? Aquí tengo, a buen recaudo, las hojas ya amarillentas donde mecanografió, especialmente para la Guía, esas notas sobre películas pre-revolucionaras que yo no había visto, pero con las que él si estaba absolutamente familiarizado. Bastó que le consultara sobre el tema, y sin pedir nada a cambio, sin importarle quién era ese joven de provincia que se acercaba a él, me hizo llegar a través del correo postal (como en los antiguos tiempos) las diferentes reseñas. Así de simple.

El libro que escribió junto a la investigadora María Caridad Cumaná (Mirada al cine cubano), debería ser reimpreso por alguna editorial del país. Hay allí un alarde tremendo de amenidad comunicativa compitiendo a partes iguales con el rigor. Y no deja de emocionarme la dedicatoria que este gran maestro escribiera en el ejemplar que ambos autores me firmaran en su momento: “A Juan Antonio, que está apasionadamente enamorado de su labor de crítico e investigador de cine, único factor eficaz para perdurar en la historia de nuestra cultura”.   

Comparto con los amigos del blog la hermosa crónica escrita por Pedro Noa, a propósito del fallecimiento de nuestro maestro de la crítica cinematográfica.

Juan Antonio García Borrero

¡ADIÓS AL HOMBRE DE LAS PELÍCULAS!

Por Pedro R. Noa Romero

El lunes 19 de marzo, a las 10:25 p.m., una llamada telefónica de Mario Naito, me daba la triste noticia: había fallecido Walfredo Piñera Corrales, uno de los  críticos cinematográficos más lúcidos de nuestro país y uno de los hombres más modestos y serviciales que he conocido en mi vida.

Cuando allá por los años ochenta del pasado siglo, me aventuraba a enseñar cine en el entonces Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana, me dirigí – al contrario de muchos de mis colegas en aquel entonces que buscaron orientación en el ICAIC- a la Universidad de La Habana, específicamente, a la Dirección de Extensión Universitaria. Allí, en la puerta de una habitación, ubicada al fondo del gran salón donde funcionaba esa dirección, en el tercer piso del edificio Mella (L e/ 23 y 25), local donde – pude conocer después-, se conservaba el archivo cinematográfico de aquel centro, el primero que había existido en nuestro país, encontré a un señor con aspecto bonachón, sentado detrás de un modesto buró, lleno de papeles y escoltado por una buena cantidad de latas de películas, no todas con buen aspecto. Me habían dicho, que debía dirigirme a esa persona, si quería conseguir alguna de las copias en 16 mms de la Filmoteca Universitaria, para proyectárselas a mis alumnos; pero a él también le “lancé” mis muchas dudas e ignorancias sobre la historia del cine, las cuales me contestó con mucha paciencia y tolerancia. Es obvio, mi interlocutor era Walfredo Piñera, o simplemente Piñera, como casi todos lo conocíamos.

 

En la medida que fui acercándome y haciéndome asiduo a aquel lugar, debido a mi labor de profesor, me fui enterando un poco más sobre su propia historia, no porque él me la contara – nunca lo hizo-, sino por otras personas. Con el tiempo comprendí porqué podía responderme  con tanta naturalidad.

 

Piñera amó el cine desde su infancia. Desde los once o doce años de edad comenzó a confeccionar su propio archivo fílmico personal con los recortes de prensa de su época. Según confesó a Randy Amor, un egresado de la Facultad de Artes y Letras que se aproximó a su obra como objeto de estudio para su Tesis de Diploma[1], a los catorce o quince, empezó a redactar los primeros escritos sobre las películas que veía, ilustrándolos y encuadernándolos en forma de libros a los que tituló Mis impresiones cinematográficas.

 

Desde entonces nada pudo detener su pasión por el cine, ni siquiera algunos falsos conceptos manejados en sus años de juventud por ciertos sectores de la iglesia católica con respecto al Séptimo arte. Porque, si hay que hablar de Piñera como ser amante del cine, dicho entusiasmo no puede desligarse del hombre que desde la cuna tuvo la fe cristiana como guía para su vida. Walfredo no solo resolvió este problema ideológico personal, sino que fue un activo promotor de la utilidad de la cinematografía para la difusión de la palabra de Cristo y el reconocimiento de los valores artísticos y humanos del lenguaje cinematográfico.

Su afición por evaluar las películas que veía de acuerdo a los valores morales, éticos y estéticos, no lo abandonó nunca. Les he dicho en más de una ocasión a los miembros actuales de SIGNIS que si buscan en los archivos que se conservan en la Dirección de Extensión Universitaria de la Universidad de La Habana, encontrarán allí una gran cantidad de fichas redactadas por Piñera con sus criterios, pensados con este fin orientador…

 

El escribir sobre el cine, algo que parecía un hobby en el Piñera joven, se convirtió en una vocación de vida, pues él se empeñó en ejercer su juicio cinematográfico a través de la prensa de la época y lo logró en diversas publicaciones hasta llegar a ser el crítico titular de uno de los periódicos más prestigiosos: El Diario de la Marina.

 

Para asumir este oficio con profesionalidad, se matriculó en el curso El cine, Industria y arte de nuestro tiempo, impartido, cada año, desde 1942, en la Escuela de Verano de la Universidad de La Habana, por José Manuel Valdés Rodríguez. Walfredo fue alumno del curso en 1950. Su relación con Valdés Rodríguez trascendió aquella experiencia, y fue una de las pocas personas que pudo decir que había sido alumno, amigo y, posteriormente, su compañero de trabajo. Incluso, durante muchos años de su vida, cuidó y nutrió con nuevos materiales, el archivo fundado por su profesor y la Filmoteca universitaria.

 

Gracias a su disciplina y vocación por cuidar y conservar sus documentos, hoy puede reconstruirse una buena parte de las clases impartidas en ese curso por medio de la libreta de Piñera, donde copió todo lo que dijo su profesor.

 

Sin embargo su verdadero sueño era participar como realizador o parte  activa de alguna producción del cine nacional. Por eso, escogió como carrera la Ingeniería Civil y Eléctrica, con la esperanza  de convertirse en iluminador y poder introducirse en un set cinematográfico, pero después cambió para Arquitectura, pues se dio cuenta que muchos de los directores que admiraba – entre ellos Eisenstein- habían estudiado esa profesión, carrera que no pudo terminar por diferentes causas personales y por la situación que estaba viviendo el país en los primeros años 50.  Pero esto no lo amilanó. En 1951, se diplomó, del curso titulado Cinematografía Técnica- Práctica por correspondencia, que fue ofrecido a través del correo postal por el Instituto de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood para América Latina.

 

Este anhelo de verse colocado detrás de las cámaras no fue del todo baldío, ya que logró hacer algunos pininos como parte del cine aficionado, del cual fue uno de sus mejores conocedores. De estos años y esfuerzos, nació su relación con Néstor Almendros, con quien sostuvo una buena amistad y una correspondencia postal que conservó siempre como uno de sus más preciados tesoros.

 

El segundo lustro de los `50 fue muy fructífero para Piñera, pues no solo se consolida como uno de los críticos periodísticos más importantes de la Isla, sino que, por su formación cinematográfica, es nombrado Asesor cinematográfico del Banco Fomento Agrícola e Industrial de Cuba (BANFAIC). He tenido la oportunidad de leer los documentos vinculados con los proyectos cinematográficos evaluados a través de esta entidad y comprobar la rigurosidad y profesionalidad de Piñera al analizarlos y rechazarlos en la mayoría de los casos.

Cuando triunfa la Revolución y comienza a forjarse el ICAIC, Piñera estuvo vinculado a su fundación de maneras diversas. Primero, desde su posición de asesor cinematográfico, pues tuvo que evaluar las propuestas que Alfredo Guevara hizo al BANFAIC en 1959, en busca de presupuesto para el proyecto; entre los documentos que se conservan, como parte de su labor en ese organismo, existen testimonios de la evaluación hecha no solo a la propuesta de crédito solicitada por la dirección del Instituto naciente, sino también una valoración de la ley fundacional, que más allá de su escepticismo, es una posibilidad de comprender cómo Walfredo concebía el destino de una industria fílmica en nuestro país.

 

Sin embargo, tengo constancia mediante una carta dirigida a Tomás Gutiérrez Alea, con quien también mantuvo una correspondencia muy fructífera, que su posición, durante en los meses de nacimiento del Instituto, fueron muy activos dentro del grupo fundacional, aunque llenos de dudas. Me permito transcribir algunos párrafos de esa misiva, fechada el 26 de febrero de 1958, quizás por equivocación mecanográfica:

 

Dr. Tomás Gutiérrez Alea

Cine Revista,

Ciudad.

 

Te parecerá ritual que te conteste tu afectuosa carta del 29 de enero cuando nos estamos viendo casi a diario con motivo de la integración del Instituto Cubano de Cinematografía (…)

 

¿Tendremos cine cubano?

 

De todo este “jelengue” del Instituto, aun suponiendo que no llegase a ser pronto una feliz realidad, todos estamos sacando el fruto de nuevas experiencias. Yo, en particular, me estoy empapando de una salsa de realidad que cada día me permite ver con mayor claridad el problema del cine como profesión. Creo que me he bajado de la mata y caído del nido. Esto mata ilusiones; pero hace nacer ideas prácticas y le quita a uno telarañas de los ojos.

 

De entrada ha habido muchos fantasmas inexistentes en eso del “cine cubano”. Lo que hay es una tremenda ignorancia en todas partes, sobre la realidad de que “no es un negocio” en la forma que ha sido planteado. Con esos dos factores aliados basta para que más nunca haya cine en Cuba. Si no, tiempo al tiempo. Pero con estudio puede ser que hagamos algo.

 

Yo estoy pensando intensamente en la fórmula de las “pequeñas casas productoras” a bajo costo. “Torero”, por ejemplo, es un film fenomenal y barato. Es de arte y ha sido adquirido por una gran distribuidora mundial Ese es un camino. Las infames películas comerciales que se suelen hacer en Cuba de vez en cuando se amortizan y dejan ganancias nada despreciables (no millones, claro está) en todo el territorio del Caribe. Haciéndolas un poco mejor, ese sería otro camino.

 

Combinando ambos caminos, surgiría una modesta casa productora – varias tal vez- que se irían “defendiendo” hacia el futuro. Lo que es imprescindible es la red de distribución internacional (…)

En fin, supongo que tú habrás pensado todo esto y más en muchas oportunidades. Pero a mí hay noches que no me deja dormir (…)

 

Se trata de que en un término prudencial, a partir del día que por primera vez se hable públicamente del Instituto, se note “algo” en el ambiente: unas cuantas películas por aquí y por allá. Si no hay esto, estamos “tocando el violón”.

 

Dale vueltas a eso.

 

Y recibe un saludo muy cordial de tu s.s. y atento amigo

 

PIÑERA

 

Aquí están sus preocupaciones y su opinión sobre cómo encauzar el futuro del cine en Cuba, muy vinculado a la experiencia que se estaba viviendo en algunos países latinoamericanos, especialmente en México. Con estas mismas dudas había evaluado la Ley No. 169/59.

 

Recuérdese que hasta los primeros años sesenta no se produjo la verticalización del ICAIC como centro absoluto de producción, exhibición y distribución del cine cubano, proceso que estuvo motivado, y formó parte de la radicalización del proceso revolucionario, el misma que fue dando término a todos los proyectos donde estaba involucrado Walfredo Piñera.

 

Transcribo a continuación un fragmento del trabajo de Diploma de Randy Amor sobre la obra de Walfredo, que analiza, con precisión, los sucesos que transformaron su vida:

 

“Tras el triunfo de la Revolución en enero de 1959, se produjeron intensas pugnas entre el Estado y todos aquellos sectores e instituciones sociales que representaban, aun cuando solo fuera parcialmente, intereses divergentes a los de la nueva sociedad que emergía. Así comenzó una dura batalla ideológica contra el Diario de la Marina, que culminó con la clausura de esa publicación en mayo de 1960. También se originó un férreo enfrentamiento con la Iglesia Católica, que provocó la partida hacia el extranjero de muchos eclesiásticos cubanos.

 

Walfredo Piñera no estuvo de acuerdo con el cierre del Diario de la Marina, ni participó en la confección del titular que se publicó el día de su clausura. Tampoco le pareció digno aceptar una nueva propuesta de trabajo en la sección de cine del diario Revolución. Pero sí fue de los católicos que se incorporó, honestamente, al proceso revolucionario, pues estaba convencido de que la fe y la justicia social no eran incompatibles. De esa manera, sin abandonar nunca su condición de católico practicante ni su afiliación activa al Centro Católico de Orientación Cinematográfica (CCOC), asumió a partir de 1961 una postura de caridad y servicio con respecto a las necesidades del país.

 

Cuando, entre 1962 y 1963, cierra el Banco de Fomento Agrícola e Industrial (BANFAIC), labora un breve periodo en el  Banco Nacional de Cuba (BNC). En esa fecha, Piñera fue comentarista de los cine-debate obreros coordinados por la Biblioteca Nacional de Cuba y el Ministerio de Industrias.

Asimismo, entre 1962 y 1964, dirigió los Ciclos de Arte Cinematográfico organizados en el Palacio de Bellas Artes bajo los títulos de Escuelas de Cine, Cine por Países, Grandes Directores y Literatura en el Cine”.

 

En 1966, comenzó a trabajar en la Universidad de La Habana como asesor del Departamento de Medios Audiovisuales, creado el 22 de octubre de 1962, con el objetivo de “… preparar, a petición de las Facultades y Escuelas –y en particular de los profesores- los medios audiovisuales aplicables a la enseñanza. Y en segundo término, habilitar en cada escuela y aula, instrumentos tales como proyectores de películas, vistas fijas, pantallas y el equipo humano que debe manipularlos”[2].

 

El Departamento de Medios Audiovisuales surgió al calor de la Reforma Universitaria de 1962. De cierta forma, asimiló el antiguo Departamento de Cinematografía creado por Valdés Rodríguez en 1948, pues a dicho Departamento se adscribió la Filmoteca, aunque la parte de promoción y los cursos sobre el séptimo arte quedaron a cuentas de lo que se denominó Sección de Cinematografía, bajo la tutela de la Comisión de Extensión Universitaria, presidida, en aquel momento, por Elías Entralgo.

 

El Departamento de Medios Audiovisuales funcionó hasta inicios de los años noventa en el edificio que se encuentra en Mazón y San Miguel, frente al actual Canal Habana, el cual había pertenecido, anteriormente, a la Asociación Católica Universitaria (ACU). Sus locales se equiparon con todos los medios para dar respuesta a las exigencias de una docencia contemporánea. José Manuel Valdés Rodríguez fue designado para dirigir aquel nuevo reto, al mismo tiempo que se ocupaba de la labor promocional. Testimonio de su labor y los sueños que se gestaron allí es el folleto, publicado en 1963, con el título “La Reforma universitaria y los medios audiovisuales”.

 

Cuando Walfredo Piñera llega al Departamento, ya su antiguo profesor y colega había renunciado. La labor de Piñera como asesor fue muy importante e intensa, porque la instalación tuvo una participación destacada en la creación de medios (diapositivas, laminarios, maquetas y hasta películas) y en la utilización del cine dentro de la enseñanza, sobre todo durante los últimos años de los sesenta y primer lustro de los setenta. Para que se tenga una idea de la labor desarrollada por esta institución, las proyecciones, como servicio docente, que brindaron, en el periodo de1970 a 1975, promediaron un total de 1143 exhibiciones anuales. Sus picos más altos ocurrieron en los cursos 1971-72 y 1972-73 que tuvieron 1322 y 1230, respectivamente[3].

 

En 1976, ya con el nombre de Servicio de Medios Audiovisuales (SERMAV), pasó a formar parte de la Dirección de Métodos y Medios de Enseñanza, del recién creado Ministerio de Educación Superior. A partir de ese momento, cada Centro de Educación Superior creó su propio SERMAV.

 

Es a partir de esta fecha en que se reorganiza la Comisión de Extensión Universitaria y toda la labor promocional cinematográfica en la Universidad de La Habana vuelve a formar parte de ella. Es también el momento en que Walfredo asume su posición más modesta, aunque no menos útil, pues hasta la fecha de su jubilación en 1995, fue el encargado del archivo y la Filmoteca Universitaria, dos instituciones que en esos años brindaron un importante servicio no solo intramuros, sino a todos los que requerían cualquier información ya fuera para su labor docente, promocional o periodística. Para todos siempre estaba disponible y presto.

Y no se piense que en estos años, él se dedicó solamente a la labor burocrática de organizar el archivo o prestar películas. De este periodo nacieron sus trabajos sobre Emilio “el Indio” Fernández, a quien conoció, admiró y estudió como pocos en Latinoamérica; sus escritos sobre John Ford, otro de sus directores favoritos, así como una labor docente y crítica destacada, nunca reconocida con suficiencia.

 

Lo más admirable en su vida es precisamente ese sentido de servicio sin pedir nada a cambio que siempre tuvo. Un hombre que jugó un rol importante en la opinión cinematográfica cubana, que tuvo en sus manos, estuvo presente y tuvo voz en los momentos de decisión del destino de la cinematografía cubana, nunca actuó con resentimiento, ni puso frente a alguien su labor meritoria del pasado. Siempre fue un hombre optimista, consciente de su presente y preocupado por todo lo que ocurría a su alrededor.

 

Los que lo conocimos y disfrutamos en cierta forma de su amistad, lo recordaremos como el ser humano afable, siempre sonriente, poseedor de un criterio acertado y de una memoria prodigiosa, disponible en cualquier momento para quien necesitara obtener el más mínimo de los datos relacionados con el cine. Dispuesto a colaborar con quien lo requiriese y a compartir sus experiencias de vida sin reclamar créditos especiales.

En su andar por este mundo solo necesitó de su familia,  de Dios y del placer de disfrutar una buena película.

Pedro R. Noa Romero

21 de marzo de 2013


[1] Amor Fernández, Randy: LAS IMPRESIONES CINEMATOGRÁFICAS DEL HOMBRE DE LAS PELÍCULAS (UNA APROXIMACIÓN A LA CRÍTICA DE CINE DE WALFREDO PIÑERA CORRALES). Tesis de Diploma. Facultad de Artes y Letras. Universidad de La Habana. 2010.

[2] González Manet, Enrique: “Nueva técnica de enseñanza”. La subcomisión de Medios Audiovisuales”. Vida Universitaria. No. 155, julio de 1963. pp. 18 y 19.

[3] Estos datos fueron tomados de un documento inédito, escrito precisamente por Piñera, en 1979, y titulado: “Breve historia del cine en la Universidad de La Habana”.

 

Publicado el marzo 25, 2013 en Uncategorized. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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