SIN ALAS (2015), de Ben Chace
Acá comparto con los amigos del blog una nota que escribí para Progreso semanal sobre la cinta estadounidense Sin alas.
Juan Antonio García Borrero • 1 de noviembre, 2015
CAMAGUEY. Entré a ver Sin alas (2015), de Ben Chace, colmado de prejuicios y temores. El hecho de que una y otra vez me repitieran, a modo de promoción, que se trata de la primera película norteamericana filmada íntegramente en Cuba luego de 1959, lejos de estimularme como espectador sembraba en mí no pocas reservas.
Era como si me estuvieran obligando a entrar a la Cinemateca que dentro de cincuenta años (si todavía se llama así) tal vez la recupere en virtud de ese mérito histórico, o por ser la última película filmada en Super 16 mm en la isla, sin reparar que quienes la estamos viendo ahora mismo somos el sujeto, y no el objeto pasivo (museístico) de ese futuro sobresalto arqueológico. Pues más que amagos de anticuarios, somos consumados espectadores que buscamos en el cine historias que nos emocionen, que nos hagan sentir menos extraños con nosotros mismos.
Luego estaba el hecho de la mirada de un cineasta extranjero (otro) enamorado de nuestra realidad. Cuando hace algún tiempo escribí ese conjunto de artículos que conforman el libro “Intrusos en el paraíso (Cineastas extranjeros en el cine cubano de los sesenta)”, de algún modo intentaba someter a crítica esa tendencia a la idealización fílmica de lo que entonces comenzaba a vivirse en Cuba en forma de revolución.
Cuarenta años después la propensión más generalizada de los cineastas extranjeros se localiza en el polo opuesto, y donde antes se hablaba del paraíso, ahora se nos describe el infierno. Encontrar un filme que se arriesgue a exponer los matices menos mediáticos de nuestras vidas comunes, que se arriesgue a ensayar la mirada que registra lo invisible por común, lo que nos construye y destruye a diario, sería ganarse el premio gordo.
Quizás sea eso lo que me ha sorprendido tan gratamente de Sin alas. No es que estemos en presencia de una película que resulte un punto de giro en la historia del cine. Es definitivamente una película mínima que, al mismo tiempo, quiere hablar desde lo mínimo. Esto definitivamente va a contrariar a los que, de un modo u otro, alimentan la imagen “Cuba” a partir de los grandes acontecimientos, las grandes gestas, los héroes extraordinarios diseñados con esas texturas donde ya no caben los grises, o los colores monótonos de los que no se libra la existencia del ser humano, por excepcional que pueda devenir en algún momento.
No es que Ben Chace consiga librarse del todo de esa mirada foránea que tiene que partir de lo epidémico para representar aquello que aspira a aprehender. Y en algunas zonas de su filme asoma la garra velluda del folclorismo que confunde la Cuba secreta que María Zambrano alguna vez avistó, con lo estentóreo, la santería ritualizada y extrovertida. Pero en mi criterio, aunque buena parte de su historia transcurra en las calles, para la película lo importante no son los exteriores, sino en todo caso los interiores de eso tan inefable que llamamos memoria.
Esto se comprende mucho mejor cuando descubrimos que el punto de partida de todo está en el famoso cuento de Jorge Luis Borges “El Zahír”, ese donde, como parte de la metafísica trama, puede leerse algo que se recupera recontextualizado en Sin alas: “El seis de junio murió Teodelina Villar. Sus retratos, hacia 1930, obstruían las revistas mundanas; esa plétora acaso contribuyó a que la juzgaran muy linda, aunque no todas las efigies apoyaran incondicionalmente esa hipótesis. Por lo demás, Teodelina Villar se preocupaba menos de la belleza que de la perfección”.
En el filme, Teodelina Villar se ha convertido en Isabela Muñoz (Yusleivis Rodríguez), una renombrada bailarina que vio truncada su carrera artística muy temprano, y la noticia de su muerte la descubre en el periódico Granma (órgano oficial del Partido Comunista en Cuba) el otrora escritor Luis Vargas (Carlos Padrón), quien fuera su amante en los años sesenta, y ahora se dedica a vender mercancías baratas por cuenta propia. La necrológica abre ante él un mundo de recuerdos que parecían sumergidos para siempre, y sobre todo una melodía que una y otra vez renace en su cabeza, lo obliga a enfrentarse a los fantasmas del pasado.
Hay algo que llama la atención en Sin alas. La cuestión política está presente, desde luego, pero es como si la revolución de 1959 fuese una suerte de telón de fondo ante los cuales se mueven, sin tener conciencia del mismo, cada uno de los personajes. Ello me recuerda aquellas aspiraciones que Tomás Gutiérrez Alea ponía por escrito hacia mediados de los sesenta en una carta dirigida al español Juan Goytisolo, cuando ambos intentaban “hacer una historia de amor, simplemente”. Y comentaba Titón:
“No quisiera preocuparme por mostrar la Revolución. Estoy seguro de que aunque tratemos de evitarla ella estará presente en alguna medida. (…) Si reacciono así, es porque estoy saturado, como habrás podido comprobar por ti mismo. Pero esa reacción es también una consecuencia de la Revolución y una manera de hacer sentir su presencia”.
Ben Chace no ignora lo arduo que es a estas alturas obviar esa metafísica de la presencia revolucionaria en la vida de los cubanos, y narrar simplemente una historia de amor. Por eso, al margen del saldo final de su película (que resulta irregular sobre todo en lo narrativo), es de agradecer que nos construya un universo fílmico donde los tiempos históricos se superponen e interactúan a partir de la experiencia del protagonista, gracias fundamentalmente al exquisito trabajo fotográfico.
No es gratuito entonces que Chace ponga en boca de su personaje principal la poesía de Lezama Lima y lo haga coprotagonista de este relato que se desplaza en el tiempo, no a la manera espacial a la que estamos acostumbrados a calcular las distancias epocales, y nuestra ubicación en ellas, sino apelando a ese tipo de participación espiritual que habla del tiempo como un eterno presente que siempre está durando.
Lo insinuaba Lezama en alguna parte: “Heidegger sostiene que el hombre es un ser para la muerte; todo poeta, sin embargo, crea la resurrección, entona ante la muerte un hurra victorioso”. Para el protagonista de Sin alas, hombre culto que ha aprendido a encontrar la belleza del mundo no en ese frenético coleccionar de momentos materiales y efímeros que las modas enaltecen en el altar de lo fugaz, la muerte de su ex amante, no es el fin, sino el principio de algo que ha terminado por definirla, por definirlos.
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Publicado el noviembre 11, 2015 en LA MIRADA DE LOS OTROS. Añade a favoritos el enlace permanente. 1 comentario.
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